Análisis de Festín de Cuervos

Resulta complicado retomar El Campeón del Torneo tras tanto tiempo; más todavía, comenzarlo con Festín de Cuervos. Se trata de un libro difícil, muy difícil. De hecho, suele ser por norma general el menos valorado por los seguidores de Canción de Hielo y Fuego y, sin duda, el libro que más se nos atragantó a casi todos en la primera lectura.

Y, por si fuera poco, nos decidimos a publicar una nueva entrada para volver a hablar sobre Festín de Cuervos. ¿Cómo, que todavía no arranca El Campeón del Torneo? No. Tendréis que esperar. Resulta redundante, es cierto, pero hay algunos aspectos que no se pueden quedar en el tintero. Así pues, rompemos una de las tradiciones de esta sección con dos entradas similares para hablar de Festín de Cuervos. Es irónico que, además, se las dediquemos a un libro que simplemente no debería existir.

Festín de Cuervos

Festín de Cuervos se publicó en octubre de 2005, tras cinco años de espera. Hasta la fecha, ninguno de los libros de Canción de Hielo y Fuego había supuesto tantos quebraderos de cabeza ni tantos esfuerzos para Martin. Los borradores se multiplicaban, el material desechado crecía constantemente y Martin era incapaz de hacer que la saga discurriera por donde él quería. Como hiciera Arya vagabundeando por las tierras de su abuelo, cuestionándose si este o aquel caudal era el del Tridente, no es complicado imaginarse al escritor sorprendido por el nuevo cauce que se abría en su novela río. Nunca mejor dicho, para Martin la escritura de Festín de Cuervos fue un verdadero jardín, y así mismo se referiría a ella en los agradecimientos:

Este ha sido jodido.

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Por aquel entonces, lo que en un principio iba a ser una trilogía que acabó convirtiéndose en una pentalogía con el crecimiento exponencial de Juego de Tronos, pasó a necesitar de seis libros con la publicación de Festín de Cuervos. A pesar de los Siete Reinos y los Siete Dioses, Martin no dio su brazo a torcer por un tiempo, y mantuvo durante años que finalmente la saga podría condensarse en seis tomos.

Todavía hoy, y ya acaben siendo siete o diecinueve los libros que necesite para contar la historia, ningún tomo de Canción de Hielo y Fuego ha cambiado tanto como Festín de Cuervos la concepción de Martin sobre su propia saga. Todo ello generado por las “apenas” 753 páginas que contiene en su edición original, haciéndolo el segundo libro más corto tras Juego de Tronos. De hecho, hasta los problemas que afronta hoy Martin escribiendo Vientos de Invierno se derivan de una decisión que tuvo que tomar a principios del nuevo milenio.

Primer cartoné de Festín de Cuervos

El motivo de este drástico cambio es la renuncia de Martin a utilizar un salto temporal que cubriera el lapso de tiempo (unos cinco años) que, en su imaginación, podía tener lugar entre los acontecimientos finales de Tormenta de Espadas y el comienzo de lo que en su día iba a ser Vientos de Invierno. En él se condensaría el necesario crecimiento físico de algunos personajes y se fraguarían los aciertos y los errores postreros de otros. Lo que nosotros leeríamos, al igual que sucede en los tres primeros libros de la saga, sería una historia que va directa al grano, irrefrenable, en la que los acontecimientos se precipitan.

En otras palabras, lo que el salto permitía era situar a los personajes directamente ante los desafíos a los que estaban destinados enfrentarse. Evidentemente, si pueden pasar varios años off the record entre un momento y otro, si la escritura puede detenerse y retomarse cinco años más tarde al antojo del escritor, es porque todos y cada uno de esos personajes tienen un destino que cumplir y una meta a la que llegar.

No cabe duda de que Martin pensaba lo mismo conforme escribió sus tres primeros libros. El ominoso “se acerca el Invierno” de los Stark o la pronta y sumarísima introducción de los Otros sirven como ejemplo. ¿Cómo infundir temor a una amenaza que se vaticina continuamente y no acaba de llegar nunca en el lector? ¿Cómo explicar la velocidad de crucero que adquiere Tormenta de Espadas si no es porque nos estamos precipitando hacia el abismo? ¿Qué tan importante puede ser aquello que retenga a Daenerys en Essos cuando lleva miles de páginas advirtiendo al lector de que su lugar está en Poniente? ¿Cómo deshacernos de la idea de que, en una saga que se llama Canción de Hielo y Fuego, los Otros y los dragones no están destinados a enfrentarse?

Pero… Un momento. ¿Acaso no iba Sansa a traicionar a los Stark y casarse con Joffrey? ¿No iba a ser Tyrion quien destruyera Invernalia? ¿Y ese triángulo amoroso del que iba a ser protagonista con Jon y Arya? Mientras tanto, la pobre Catelyn llora redidiva su inexistente muerte a manos de los Otros. Lo que queremos decir es que los personajes, a veces, hacen cosas que Martin no tenía planeadas y, como puede apreciarse por estos ejemplos, no es menos cierto que esos cambios son patentes incluso en el primer arco de la saga. Por si no fuera suficiente, a Martin no solo se le fue de las manos el propio libro, sino que incluso algunos de sus arcos cobraron vida propia: Festín de Cuervos es un libro tan experimental e improvisado –en el buen sentido de la palabra- que en uno de los borradores Arys Oakheart sobrevivía al ataque de Aero Hotah.

Arys Oakheart, por Fantasy Flight Games

Seamos partidarios o no de la desechada elipsis y más allá de lo más o menos determinista que cada uno considere el mundo de Martin, lo cierto es que el escritor decidió desestimar el salto temporal. Pero, ya sabéis, es George R. R. Martin, así que esta elección también se cocinó a fuego lento.

En primer lugar, prescindió de los flashbacks. Su intención era trufar la narración de recuerdos, pues a fin de cuentas algo debía haber pasado durante esos cinco ausentes años. Él mismo llegó a la conclusión de que ese método no funcionaba. Y los inconvenientes habidos eran lógicos, desde la ruptura en el ritmo de la narración hasta el hecho de cuestionarse por qué decidir no narrar acontecimientos que eran importantes para ese momento en el que se retomaría la escritura, habida cuenta de que serían determinadas circunstancias las que evocarían tales pensamientos en los personajes. En ellos no había ningún secreto que guardar y, por tanto, no podrían funcionar como sí lo hicieron, por ejemplo, los de Eddard sobre su hermana o los de Barristan sobre Ashara Dayne.

Por último, Martin desechó un extensísimo prólogo que recopilaba los principales acontecimientos sucedidos durante esos cinco años. Se percató de que, aunque la elipsis encajaba a la perfección en los arcos de algunos personajes, especialmente en los de los más jóvenes, en otros casos era imposible detener el lógico devenir de los acontecimientos durante tanto tiempo. En cualquier caso, este borrador sí es importante porque es el texto primigenio del que nació Festín de Cuervos.

¿Qué nos ofrece, por tanto, Martin con Festín de Cuervos? La respuesta es sencilla y queda simbolizada a la perfección en el propio título del libro, posiblemente el más brillante de todos: Festín de Cuervos es realismo y coherencia interna a partes iguales.

Uno de los mejores ejemplos que puede aducirse es el arco de Brienne, que parece conducir a un callejón sin salida en medio de un continente asolado por la guerra. Pero así es la vida misma. A veces buscamos y no encontramos. A veces lo intentamos y fracasamos, pasando a formar parte de ese enorme reguero de gente sin nombre, vencida y desgraciada, que perdió todo por el camino; todo, menos su pequeña historia que contar.

Pero, en esas mismas circunstancias, a veces aprovechamos la más mísera oportunidad para triunfar. A pesar de ser un duro revés para el ritmo de su historia, Martin es honesto al confesar con Festín de Cuervos que el juego de tronos no lo inventaron ni los Lannister ni los Stark, ni mucho menos acaba con ellos. Guste más o menos la tendencia de Martin a abrir nuevas tramas en el libro, es innegable que la naturaleza de su mundo, la coherencia interna de su obra, se ve reforzada con la aparición de nuevas casas y personajes que ansían conseguir el poder, cobrarse su venganza o simplemente mejorar su posición aprovechándose de las circunstancias. La ambición es universal y, aunque dejar al margen a los demás supondría un conveniente recurso para incardinar la historia hacia su destino, los cuervos son grandes oportunistas y siempre acuden a la carroña.

Y, teniendo esto en cuenta, ¿qué supone el libro para Canción de Hielo y Fuego? Efectivamente, el realismo de Festín de Cuervos ralentiza la saga. No solo es que postergue el final, sino que dilata el tiempo en muchos sentidos. El más evidente emana de la propia experiencia lectora: basta comparar las trayectorias de Catelyn en Juego de Tronos o Choque de Reyes y de Sam en Festín de Cuervos para ver que algo ha cambiado; así como cerciorarse de que siendo un poco más largo que Juego de Tronos, Festín de Cuervos tiene la friolera de 30 capítulos menos.

A Feast for Crows, por bendennett

Este cambio es notorio en la escritura y, de hecho, perdurará también en parte de Danza de Dragones. Sí, no podemos negarlo: Festín de Cuervos se pierde a veces en escrupulosas descripciones, acciones intrascendentes y en subtramas muy alejadas del foco principal de la acción, lo que, en palabras de Barthes, denominaríamos catálisis. La epopeya de Martin se resiente, la canción desafina, pues lo superfluo empieza a empañar el tono épico de Canción de Hielo y Fuego. Además, decidido a mostrar las miserias que tales historias generan, el trovador diluye el poco romanticismo pseudomedieval que todavía quedaba latente al apartarnos de la vista a los grandes héroes y sus gestas. Y, por si no fuera suficiente, la necesidad de asentar un nuevo acto narrativo obliga a Martin a reconstruir en prácticamente todas las ocasiones un nuevo papel para los que sí continúan en escena.

A nivel temático, esta situación se genera por el propio momento que narra Festín de Cuervos dentro de los acontecimientos de la saga, sobresaliendo en este sentido el arco de Jaime. La Guerra de los Cinco Reyes ha concluido y, como tal, todos los personajes pueden tomarse un ligero respiro para intentar digerir lo que ha ocurrido. Sumidos en la vorágine de acontecimientos que se suceden desde Juego de Tronos, ni siquiera el narrar los acontecimientos desde el punto de vista de cada personaje había conseguido un grado de introspección tal en ellos como el que logra Martin en Festín de Cuervos.

Y es lógico que así sea, pues este es el momento de pensar en las consecuencias. Pero, si bien las cosas suceden muy deprisa, los cambios personales se fraguan despacio. Por poner un ejemplo, todos sabemos que la rendición del III Reich tuvo lugar los días 7 y 8 de mayo de 1945 ante los aliados, pero poner fin a la II Guerra Mundial no significó que los fanáticos de Hitler se levantaran el 9 de mayo habiendo dejado de ser nazis.

Por supuesto, Festín de Cuervos tampoco se entiende si no se tiene en cuenta su propio momento en la lectura o, en otras palabras, cuándo tiene que leerse. Como ya dijimos en su día, Martin, con el salto temporal en mente, impuso un ritmo frenético en la segunda parte de Tormenta de Espadas. En apenas doscientas páginas, Robb, Catelyn, Tywin, Joffrey, Oberyn y Balon mueren. Todo esto desató una serie de consecuencias que Martin decidió ignorar en ese libro para encadenar los dos grandes clímax que hacen que este tomo suela ser el favorito de los lectores.

Lo que debía narrarse en Festín de Cuervos difícilmente podría hacer sombra a la Boda Roja y la Boda Púrpura, a la última visita del señor de la Roca al señor roca, a la violenta derrota de Oberyn… Fuera lo que fuese lo narrado, teniendo en cuenta la necesidad de establecer un nuevo arco en el que los personajes pudieran desplazarse hacia el punto más cercano al que los iba a dejar el salto temporal, la creación de esta nueva introducción iba a dejar un sabor verdaderamente amargo en la lectura.

Pero, para más inri, aquello que debía narrarse apenas atañía, por el momento, a los pesos pesados de la saga. Era necesario dirigir la atención hacia aquellos lugares que deliberadamente quedaron fuera de Tormenta de Espadas. Hoy sabemos que no todos los personajes llegaron al final de ese libro a la posición que requerían, pues de haberlo hecho habríamos leído la elipsis y Festín de Cuervos no sería como es, pero el problema radical estribaba en que algunos, de hecho, ni siquiera habían hecho acto de presencia; y la historia no podía continuar así.

Los acontecimientos que Martin tenía en mente narrar tras el salto temporal, por decirlo de algún modo, debían hundir sus raíces en la narrativa para garantizar la consistencia y la coherencia de la saga. Y es aquí donde destaca la necesidad de desarrollar las tramas de los Greyjoy y de los Martell.

Por poner un ejemplo que ilustre lo que podría suceder en adelante, podríamos reimaginar el saqueo de Invernalia en un Poniente diferente. En este nuevo mundo, Theon seguiría conquistando Invernalia, pero lo haría como un Hombre del Hierro cualquiera que hubiese sido introducido en la historia mediante una mención en una conversación entre Ned y Robert recordando el asedio de Pyke. Martin necesitaba asestar un golpe fatal al fulgurante reinado de Robb, qué duda cabe, pero un desarrollo así se basaría en una justificación demasiado pequeña, tan pequeña que ese recurso podría ser tildado fácilmente de gratuito, respondiendo más a una necesidad del escritor que a una consecuencia de la propia historia.

Así las cosas, solo dos puntos de vista con los que comenzamos la aventura nos acompañan en esta nueva lectura y, en cierto modo, podemos decir que ambas no son ni siquiera ellas mismas: Sansa y Arya experimentan una situación radicalmente nueva, identificable incluso por la nueva nominación de sus capítulos. Otros dos viejos conocidos, los queridos Samwell Tarly y Jaime Lannister, mantienen también su punto de vista, pero conviene recordar que se habían sumado como protagonistas de la aventura en el libro anterior. Los siete (qué casualidad) puntos de vista restantes, sin embargo, estrenan su perspectiva propia en Festín de Cuervos. Y si bien con Cersei y Brienne ya habíamos compartido muchas páginas de lectura (aunque eso no quiera decir que no hubiera sorpresas por descubrir), de Asha, Aeron, Arianne, Victarion y Hotah apenas habíamos tenido líneas sueltas de diálogo, y eso en el mejor de los casos. ¿Era necesario este protagonismo? Como puede deducirse del ejemplo de Theon, creemos que sí, pero la justificación de Martin no fue la más acertada:

No es que me haya olvidado de escribir sobre los otros personajes, claro que no. He escrito muchísimo sobre ellos. Páginas y más páginas, capítulos y más capítulos. Todavía estaba escribiendo cuando me di cuenta de que el libro estaba quedando demasiado largo para publicarlo en un solo tomo… Y ni siquiera estaba cerca de terminarlo. Para contar todo lo que quería contar iba a tener que dividirlo en dos. Lo más sencillo habría sido coger todo lo que tenía, cortar más o menos por la mitad y terminar con un «Continuará». Pero, cuanto más lo pensaba, más convencido estaba de que los lectores preferirían que relatara en un libro toda la historia de la mitad de los personajes a que relatara la mitad de la historia de todos los personajes. Así que eso fue lo que decidí.

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Esto fue, evidentemente, un golpe duro para muchos lectores. Aunque el éxito editorial acompañó a Festín de Cuervos, siendo la primera novela de Martin y una de las pocas de género que llegó a entrar en la lista de best sellers del New York Times, pocos encontraron lo que esperaban. Es indudable que muchos nos sentimos como Bran cuando escuchó por primera vez la historia del caballero sonriente, confundidos porque los acontecimientos no continuaran por donde la tradición demanda. Para otros, fue como si en el cine vieran al protagonista no pagar el café con lo justo y esperar el cambio o volver a casa a asegurarse de que ha cerrado la puerta con llave. Basta echar un vistazo a las distintas reseñas que pueden encontrarse por internet para ver que muchas de ellas comparten un denominador común: la sensación de que no pasa nada. En Festín de Cuervos no hay Otros ni hay dragones, no están las fuerzas que, en teoría, todos asumimos que se tendrán que enfrentar en un nuevo fin del mundo. Nunca mejor dicho, la historia pierde el Norte, esa gran amenaza que se espera desde 1996.

Pero, quince años más tarde y sobradamente superada esa pequeña decepción, en estos momentos es más importante destacar que la justificación de Martin es relativamente endeble. Festín de Cuervos no ofrece toda la historia de la mitad de los personajes, ni mucho menos. Por poner un ejemplo, Juego de Tronos no concluye con la huida de Jon de la Guardia de la Noche o con Daenerys entrando en la hoguera. Por el contrario, el destino de uno de los personajes con mayor peso en Festín de Cuervos, Brienne, pende de una espada desde 2005. Algo semejante podríamos decir de Jaime.

Así pues, sería interesante cuestionarse por qué Martin eligió narrar los puntos de vista de estos personajes en Festín de Cuervos y no de otros. El motivo más accesible es, sin duda, la cantidad de material escrito que tenía de ellos. Pero Martin piensa detalladamente (y todos somos conscientes del nivel de detalle) todos y cada uno de los libros de Canción de Hielo y Fuego.

Desde nuestro punto de vista, en la concepción de Festín de Cuervos jugó un importante papel la gestión del paso del tiempo en la saga. De hecho, este asunto es tan laborioso que Martin, aunque de forma brillante, ha ido salvando la papeleta siempre de forma indirecta. Es decir, en más de 5.000 páginas, solo reconocemos de forma explícita un día en concreto en toda la saga, el de la boda de Joffrey y Margaery. Así las cosas, Martin ya nos avisaría en el tercer libro de que:

Canción de Hielo y Fuego se cuenta a través de los ojos de personajes que se encuentran a veces separados por centenares o quizá miles de leguas. Algunos capítulos abarcan un día; otros, nada más que una hora; y los hay que se prolongan durante una quincena, un mes o medio año. Con semejante estructura, la narración no puede ser estrictamente secuencial; a veces ocurren cosas importantes simultáneamente, a miles de leguas de distancia.

tormenta de espadas, grrm

 

Es por esto que, en nuestra opinión, la fuente de los problemas que todavía hoy arrastra la saga se encuentra en Tormenta de Espadas y, en concreto, en la importante descompensación temporal entre tramas que se desata con sus dos clímax. Y es este el motivo por el que decimos que Festín de Cuervos no debería existir: buena parte de sus acontecimientos quedan superpuestos sobre las líneas temporales de Tormenta de Espadas y de Danza de Dragones. Y no se trata de unos hechos cualesquiera, no. Nos referimos a las dos intervenciones fundamentales para acercar a Daenerys a Poniente: los planes de la casa Martell para con Aegon y, por supuesto, la Asamblea Greyjoy, argumentalmente el momento más importante de Festín de Cuervos.

Que sea en Festín de Cuervos donde leamos las reacciones de las muertes de Oberyn y Balon hace que nos encontremos con una bola de nieve irrefrenable que empuja los acontecimientos cada vez más hacia adelante. Las consecuencias de esto son más graves de lo que parece. Primero, porque obligó en su día a Martin a decidirse finalmente por escribir siete libros (y quizá sea necesario alguno más), con las esperas que ello supone. Segundo, porque para el lector se hace todavía más complicado percibir adecuadamente el paso del tiempo dentro de la saga. Y, tercero, porque resta efectividad e impacto a determinados acontecimientos, cuando no directamente genera el efecto contrario al esperado. Así, tenemos la sensación de que Jon lleva mucho tiempo al mando de la Guardia de la Noche, que Sam viaja más que Lomas Pasolargo, que Sansa lleva más tiempo en el Valle del que pasó en Desembarco o que la conquista de Euron en las costas del Dominio se eterniza. Ya lo hemos apuntado antes: lamentablemente, esto refuerza todavía más esa sensación de que los tiempos se dilatan.

Doran Martell, por Qistina Khalidah

Martin, sin duda, era consciente de todo esto. E incluso así, consideró que escribir Festín de Cuervos era la mejor opción. Necesitaba de un tiempo extra para dar la sensación de cierto crecimiento en algunos personajes (Sansa y Arya) y necesitaba que otros llegaran adonde debían llegar en el momento adecuado (Cersei, Sam, Brienne y Jaime). Y, por supuesto, necesitaba aproximar algunas tramas al punto en el que estaban otras.

Así las cosas, los Martell debían tener su momento en la ficción. Oberyn acababa de morir y era natural alguna reacción por parte de su familia. Además, esta casa se encontraba atada al pasado y al futuro de la saga por su papel en la Rebelión de Robert y por la irrupción de Aegon ya en Danza de Dragones.

Pero Dorne y los Martell, por mucha fascinación que despierten, no podían ser el único motivo por el que un nuevo libro pasara a formar parte de Canción de Hielo y Fuego. Primero, porque uno de los capítulos de la trama dorniense, el de Arys Oakheart, es más importante por lo que simboliza como «caballero manchado» —por su relación con Arianne y por su participación en el frustrado intento de coronación de Myrcella— que por lo que nos cuenta de las dos princesas y Dorne. Segundo, porque sabemos que Martin trabajó a fondo en Estrellaoscura para intentar añadir algo de pimienta a ese arco, aunque su popularidad no funcionó como el escritor esperaba. Y, tercero, porque el verdadero «momento» de la trama dorniense se sintetiza en tres palabras al final del último capítulo de Arianne en Festín de Cuervos y, en la relectura, da la impresión de que todo el arco está construido simplemente para dar vida a ese giro, posiblemente el más tosco de los escritos por Martin.

Así pues, no queda más remedio que concluir que buena parte del peso de que Festín de Cuervos exista recae sobre los Greyjoy: su importancia va a ser capital durante el nuevo arco que se abre en el libro. Es cierto que decir esto a estas alturas ya no es tan precipitado, pero son los Hijos del Hierro quienes, a nivel argumental, hacen marchar la historia hacia adelante, hacia Daenerys, en Festín de Cuervos.

Festín_de_Cuervos_Asamblea_Greyjoy

Festín de Cuervos, por Enrique Corominas

En este sentido, destaca primero la forma en que Martin prepara el nuevo escenario, en paralelo a lo que sucedía en Juego de Tronos con los Otros y el Muro. En Festín de Cuervos nuestros ojos se centran en un hombre sin rostro y en Antigua. Como señaló PoorQuentyn, las dos construcciones más altas de Poniente se equiparan así en ese juego de opuestos y contrastes que tanto fascina a Martin y con el que tanto fascina a sus lectores: el Muro, lugar ancestral de mitos, leyendas y supersticiones y La Ciudadela, donde precisamente pretenden eliminarse todas aquellas perversiones, pasan a quedar estrechamente relacionados al trasladarse el centro neurálgico de la magia hacia la ciudad del faro. En la relectura, la sombra de Euron se cierne sobre la ciudad más luminosa de Poniente mediante un hombre sin rostro que ya vimos ligado al maléfico pirata en las visiones del Fantasma del Alto Corazón. Por si no fuera suficiente, el último capítulo del libro vuelve a llamar la atención sobre Antigua y Euron. Como ya señalamos hace tiempo a la hora de hablar de Bran como posible Azor Ahai, Martin trabaja de forma minuciosa y consciente los principios y los finales de sus libros y, en concreto, los de Festín de Cuervos esconden un ligero sabor a calamar que los hace todavía más deliciosos de lo que ya son.

Establecido el lugar, no es menos importante el momento en el que Euron aparece: lo hace exactamente al mismo tiempo que Martin se dedica a narrar los horrores de la guerra en un libro cuya temática gira en torno a ello por completo. Con Joffrey muerto, Euron parece destinado a ocupar el lugar de nuevo villano por excelencia de Canción de Hielo y Fuego. Es sencillo observar cierto paralelismo con la revelación en tres pasos que suele practicar Martin, llegando a la madurez de la maldad después de haber conocido su cara adolescente (Joffrey) y su despiadada juventud (Ramsay). El número de personajes con punto de vista que circula a su alrededor nos advierte de la trascendencia que puede tener para la historia; su importante vinculación con objetos y seres mágicos como el cuerno Atadragones, el hombre sin rostro o Urrathon Nocturno (atención, Night-Walker en el original), nos ponen sobre la pista de su capacidad de destrucción.

Nos gusten más o menos y a pesar de que su introducción se postergara demasiado, lo cierto es que los Greyjoy no han llegado para rellenar ningún hueco ni tampoco para hacer tiempo. Ellos, y sobre todo él, van a ser necesarios en esta historia. Corominas acertó de pleno con su portada. A fin de cuentas, Festín de Cuervos nació de ese prólogo que fue desechado. Y sabemos que ese borrador se preocupaba principalmente de narrar los acontecimientos que llevaron a Euron al poder. Olvidáos de Pilou Asbaek y de lo que vimos en Game of Thrones. El impacto de Euron fue tal que Martin incluso tuvo que modificar su saga. De ahí que exista Festín de Cuervos, cuyo nombre le viene como anillo al dedo al malnacido Greyjoy.

Ahora sí. Que comience el torneo.