Capítulo de Samwell V, cuando Marwyn nos habla de las intenciones del rebaño gris.

Superadas las navidades, La Compañía vuelve a la carga con una nueva edición de El Campeón del Torneo, la sección donde tratamos de encontrar el mejor capítulo de Canción de Hielo y Fuego.

Pero además de traer una nueva entrada, hoy traigo también un zurrón lleno de disculpas. Como los más fieles sabréis, hace un mes falté a la cita y no pude entregar el análisis del capítulo ganador. Me encantaría decir que fue porque estuve alegremente quemando a algún desleal, pero lo cierto es que fueron asuntos mucho más cotidianos los que me apartaron del teclado. El alquiler de la Fortaleza Roja está por las nubes, la corte no es sino un nido de chupópteros y el fuego valyrio está cada día más caro. Hasta no hace mucho tiempo podía saquear las arcas de la corona, pero tras cinco años gastando a destajo, lo cierto es que ahora mismo no queda ni una sola moneda de cobre. El tiempo, en consecuencia, también escasea. Dicho esto, recordemos que @Briana Storm ideó esta sección con un propósito, así que no me permitáis que lo convierta en El Show de Edd el Penas y otros testimonios. Manos a la obra.

Aunque la mayor parte de los comentaristas se decantaban por otro capítulo, no es extraño que haya sido samwell v el que haya resultado ganador en esta edición. El margen de la victoria ha sido escaso. Los culpables, unos nobles consultando libros de hechizos, un mago, una vela de vidriagón que arde, un Hombre sin Rostro en plena acción, una esfinge, una conspiración y, en medio de todos ellos, un joven al que se le agota el tiempo y que se da cuenta de que hay algo muy raro y turbio en todo lo que le rodea. El último capítulo de Festín de Cuervos abre muchos melones, quizá incluso demasiados para tratarlos aquí, y todos ellos son tan llamativos que es posible pasar por alto el potentísimo broche final que Martin ideó para el libro. Es en eso en lo que vamos a centrar el análisis.

Cosas más sombrías

Fijémonos un momento en la descripción de la luz de la vela de obsidiana que Sam encuentra en el despacho de Marwyn, porque va a ser la clave para articular hoy el análisis:

Los blancos eran tan brillantes como la nieve recién caída; el amarillo brillaba como el oro; los rojos se convertían en llamas, pero las sombras eran tan negras que parecían agujeros que horadaban el mundo.

 

Todos esos elementos a los que nos referíamos antes y que han hecho de samwell v el campeón de esta edición son como esos blancos tan brillantes, como ese áureo amarillo o ese ígneo color rojo. Martin se dedica a iluminarlos a ellos: a Alleras, con su acertijo y su esfinge; a los Hightower, con sus libros de hechizos; a Marwyn, al que directamente llama el Mago, etcétera. Sin embargo, lo más llamativo de esa descripción no es todo aquello que brilla, sino el modo en que dicha luz es capaz de ensombrecer:

Los blancos eran tan brillantes como la nieve recién caída; el amarillo brillaba como el oro; los rojos se convertían en llamas, pero las sombras eran tan negras que parecían agujeros que horadaban el mundo.

 

Algo parecido sucede con samwell v, que si bien luce como un capítulo realmente intrigante, no deja de actuar en realidad como el verdadero epílogo de Festín de Cuervos. Si a veces llamamos la atención sobre las palabras que Martin usa para abrir un capítulo, esta vez vamos a fijarnos en las que utiliza para cerrarlo. Echemos un vistazo a ese broche final que señalábamos:

—Yo me llamo Pate —respondió—. Como el porquerizo.

 

Estas tres simples palabras convierten el último capítulo de Samwell en Festín de Cuervos en algo más: son una llamada directa al prólogo, dado que es allí donde averiguamos que, entre otras cosas, lo que Pate no soporta en absoluto es su nombre y la historia con la que queda ligado.

Pate Manchas, el porquerizo, era el protagonista de un millar de anécdotas picarescas; se trataba de un patán torpe y de buen corazón que siempre se las arreglaba para quedar por encima de los señores rollizos, los caballeros arrogantes y los septones pomposos que lo mortificaban. Su estupidez ocultaba una especie de astucia rudimentaria; al final de las historias, Pate Manchas siempre acababa sentado en el trono de un gran señor, o encamado con la hija de algún caballero. Pero no eran más que cuentos. En el mundo real, a los porquerizos jamás les iba tan bien. A veces, Pate pensaba que su madre debía de haberlo odiado mucho para ponerle aquel nombre.

festín de cuervos, prólogo

—Yo me llamo Pate —respondió—. Como el porquerizo.

 

Narrativamente el giro es sutil, pero también poderoso. La oposición entre los dos Pates con la que finaliza el libro es la guinda del pastel a la oposición temática que podemos encontrar también entre el prólogo y este último capítulo de Samwell. Es el recurso habitual con el que Martin enfatiza los comienzos y los finales de la saga: un retorno que, de algún modo, plantea cierta oposición con algunos motivos anunciados al principio de la narración. Y así es como los dragones quedan enfrentados a los Otros en Juego de Tronos y Lady Corazón de Piedra lo hace frente a los espectros en Tormenta de Espadas (por si no lo recordáis, a Bran en Choque de Reyes ya le dedicamos una mención especial en su día). Es fácil interpretar que estas oposiciones trascienden a los propios personajes, y que, en definitiva, nos hablan de esa lucha de opuestos tan característica de Canción de Hielo y Fuego.

Ese círculo que traza Martin en todos sus libros se convierte en Festín de Cuervos en una llamada a las dos grandes fuerzas que van a mover parte de la narrativa de los libros que están por venir. El escritor se sirve incluso del propio prólogo para presentar el escenario:

Dragones y cosas más sombrías —dijo Leo—. Las ovejas grises han cerrado los ojos, pero el mastín prefiere ver la verdad. Se están despertando poderes antiguos. Las sombras se agitan. Pronto se cernirá sobre nosotros una era de maravillas y horrores, una era de dioses y héroes. —Se estiró y esbozó su sonrisa perezosa—. Yo diría que eso bien vale una ronda.

festín de cuervos, prólogo

 

Aquí nos encontramos ya esa dialéctica pendiente. Pero el rasgo dominante del prólogo, el tema fundamental, es solo una de las tesis que van a entrar en lid. Los dragones de Daenerys no solo abren la narración, sino que incluso el periplo de Pate es la búsqueda de un dragón de oro para conseguir a su amada Rosie. Tanto el argumento central del capítulo como la idea latente nos llaman la atención sobre lo mismo.

Dragones —dijo Mollander.
[…]
Su hija Rosey tenía quince años y acababa de florecer. Emma había decretado que la virginidad de Rosey costaría un dragón de oro.
[…]
—El cuento no es el mismo —insistió Armen—. Dragones en Asshai, dragones en Qarth, dragones en Meereen, dragones dothrakis, dragones que liberan esclavos… Los cuentos son todos diferentes.
—Sólo en los detalles. —Cuanto más bebía, más testarudo se ponía Mollander, que ya era obstinado incluso sobrio—. Todos hablan de dragones y de una reina joven y hermosa.
El único dragón que le interesaba a Pate era de oro amarillo. ¿Qué le habría pasado al alquimista?

festín de cuervos, prólogo

 

Y si el prólogo nos habla de los dragones, el epílogo de samwell v nos habla de esas cosas más sombrías que veremos en esta era de maravillas y horrores. Y si los dragones quedan ligados a Daenerys, esas otras cosas hacen lo propio con Euron.

De entrada, el capítulo se centra en la situación que se está viviendo en las costas de El Dominio. Allí descubrimos que la ofensiva que los Hijos del Hierro están haciendo por el oeste del continente no se parece en nada a los intentos de saqueo que suelen sufrir estas tierras. Y pronto, muy pronto, lo encontramos a él:

Xhondo señaló un barcoluengo semihundido en las aguas bajas. De su popa colgaban los restos de un estandarte desgarrado y manchado de humo. Sam no había visto nunca aquellos blasones: un ojo rojo con la pupila negra bajo una corona de hierro negro sostenida por dos cuervos.
—¿De quién es ese estandarte? —preguntó.
Xhondo se encogió de hombros.

 

Los tentáculos de Ojo de Cuervo se extienden por todos los rincones de la narración sin que apenas podamos verlos. Incluso parece que el color-del-ocaso ha llegado a contaminar a los arcianos. Esto es lo que nos encontramos en El Grajal, en la Isla de los Cuervos:

El Grajal es el edificio más viejo de la Ciudadela —le explicó Alleras mientras cruzaban las lentas aguas del Vinomiel—. Se dice que en la Edad de los Héroes era la fortaleza de un señor pirata que se quedaba cruzado de brazos y saqueaba los barcos que navegaban río abajo.
[…]
En el interior del castillo hacía fresco y reinaba la penumbra. Un viejo arciano crecía en el patio, desde que se construyó el edificio. El rostro tallado en el tronco estaba cubierto del mismo musgo violeta que le colgaba de las ramas blanquecinas. Muchas de ellas parecían secas, pero otras tenían aún algunas hojas rojas, y esas eran las favoritas de los cuervos.

 

Algunos de los elementos ligados a esa magia ancestral norteña, como los arcianos y los cuervos, quedan vinculados en cierto modo con el pirata. Sabemos fehacientemente que Euron todavía no ha llegado allí, pero incluso sin su presencia, sin nombrarlo, Martin constantemente nos llama la atención sobre él.

En la parte superior de las escaleras había un joven pálido y rubio, de la edad de Sam, sentado ante una puerta de roble y hierro, mirando atentamente la llama de una vela con el ojo derecho. El izquierdo lo tenía tapado por un mechón de pelo rubio ceniza.

 

No solo encontramos aquí un más que claro paralelismo entre Leo y Euron observando una vela, sino que teniendo en cuenta la estrecha relación habida entre las velas de obsidiana y Euron Greyjoy, podemos decir que es su aura lo que lo inunda todo:

Aparte de aquello, la única luz de la estancia procedía de una vela alta y negra situada en el centro de la habitación.
Tenía un brillo desagradable. Había algo de extraño en ella. La llama no parpadeaba, ni siquiera cuando el archimaestre Marwyn cerró la puerta con tanta fuerza que revolotearon los papeles de una mesa cercana. Además, aquella luz surtía un efecto extraño en los colores. Los blancos eran tan brillantes como la nieve recién caída; el amarillo brillaba como el oro; los rojos se convertían en llamas, pero las sombras eran tan negras que parecían agujeros que horadaban el mundo. Sam se dio cuenta de que no podía apartar la vista. La propia vela medía una vara y era esbelta como un junco, retorcida y estriada, de un negro deslumbrante.

 

Y Euron no solo ha conseguido adentrarse en las entrañas de La Ciudadela, sino que además tiene frente a sí a un joven que sabe mucho. Quizá demasiado:

Le habló del rey Stannis y de Melisandre de Asshai. No pretendía llegar más allá, pero una cosa llevó a la otra, y acabó hablándole de Mance Rayder y sus salvajes, de la sangre real y de los dragones, y antes de que pudiera darse cuenta le salió todo lo demás: los espectros del Puño de los Primeros Hombres, el Otro a lomos de su caballo muerto, el asesinato del Viejo Oso en el Torreón de Craster, Elí y su fuga, Arbolblanco y Paul el Pequeño, Manosfrías y los cuervos, cómo había llegado Jon a Lord Comandante, la Pájaro Negro, Dareon, Braavos, los dragones que había visto Xhondo en Qarth, la Viento Canela y lo que había susurrado el maestre Aemon cuando se acercaba el fin. Sólo se calló los secretos que había jurado guardar: el de Bran Stark y sus compañeros, y el de los bebés que había intercambiado Jon Nieve.

 

De un plumazo, Martin consigue arrastrar hasta Antigua buena parte de los sucesos maravillosos que están sucediendo en el Norte, metiendo así más presión a esa olla en la que se va a convertir la ciudad. Es por todo esto por lo que hablábamos en la introducción del arco de Sam que, en ocasiones, da la impresión de que sus capítulos no le pertenecen. Al menos, en lo referente a su clímax, el papel de Euron, cobijado en la sombra, es con cada relectura más preponderante. Hemos visto su estandarte, le hemos visto a él a través de Leo Tyrell y de la vela de obsidiana, incluso es posible que su ponzoña salpique a los arcianos. De pasada, se han mencionado a los leviatanes y a los ejércitos de ultratumba y, acto seguido, un tipo sospechoso que pasa los días sentado frente a una vela mágica decide partir también a por los dragones de Daenerys. Es demasiado para la narración, pero no para el establecimiento del clima adecuado con el que Martin quiere embadurnar Antigua, preparando así el tablero para la nueva partida que está por acontecer.

Pero, en cierto modo, ese broche final le otorga a Sam parte de la valía que los lectores sabemos que tiene. No solo porque Sam demuestra saber guardar un secreto (Bran), sino porque además quizá sea la persona idónea para empezar a tirar del hilo sobre otros. Antes que Mortífero, Sam fue Ser Cerdi. Y nadie mejor que él para reconocer a un auténtico porquerizo:

—Te lo agradezco. —El chico pálido y blando tenía algo que no le gustaba, pero no quería parecer descortés—. De verdad, no me llamo Mortífero. Soy Sam. Samwell Tarly.
—Yo me llamo Pate —respondió—. Como el porquerizo.

 

Sin duda, son muchos los temas que hemos obviado en este pequeño análisis, pero lo cierto es que todos esos son demasiado complejos para tratarlos aquí. La mayor parte de las tramas abiertas en samwell v todavía no tienen el recorrido suficiente como para poder hacer un análisis en condiciones. Es por eso que la mejor opción es debatir sobre todo ello en los comentarios.

Así que, ahora, vuestro turno: ¿qué destacaríais vosotros de este capítulo? ¿Qué opináis de Marwyn y la conspiración del rebaño gris? ¿Qué creéis que es la esfinge y su acertijo? ¿Busca No-Pate el libro Sangre y Fuego para acabar con los dragones? ¿Qué creéis que está haciendo Lord Leyton en lo alto de El Faro?