Otro domingo de ensayo, otro día más de «Piedra, piedra, piedra». Después de finalizar el primer bloque con la tercera edición, esta vez damos comienzo al dedicado a Choque de Reyes, en el que intentaremos explicar los movimientos y motivaciones de Meñique a lo largo del libro.
A diferencia de Juego de Tronos, donde él solo hace rodar prácticamente toda la trama política desde el comienzo, en este segundo libro es un personaje latente que no tiene un protagonismo palpable. Y es que, aunque aparece al principio y al final del libro, su principal acción se concreta en un sólo capítulo en el que ni tan siquiera está físicamente.
Fuego y Humo
— Eduardo Baratheon —
Ningún acontecimiento suscita tanto interés como aquel que todavía no ha sido resuelto o no encuentra una explicación convincente, como el pequeño tumulto que durante unas horas se apoderó de Desembarco del Rey en Choque de Reyes. Quizá este hecho quede sin aclarar y nunca se confirme qué pasó realmente allí; si solo fue una simple revuelta o no. Sin embargo, existen indicios suficientes para ofrecer una explicación que trasciende a la de un mero altercado y sustenta la idea de que, efectivamente, la revuelta fue planificada premeditadamente por Meñique.
Antes de comenzar con el análisis de la revuelta en sí, deben tenerse en cuenta cuatro elementos previos que son necesarios explicar para entender por qué el consejero de la moneda fue quien organizó la revuelta. Esos elementos son, sobre todo, el aspecto espacial de algunos personajes y el contexto en el que se desarrolla el motín.
Agitación en las calles
Nada más comenzar las “aventuras” de Tyrion en la corte de la Fortaleza Roja, se nos da a conocer cómo están los ánimos entre los habitantes de Desembarco del Rey. La guerra en las tierras ribereñas y el alzamiento de los nobles del Dominio a favor de Renly han impedido que los suministros lleguen a la capital y las consecuencias no tardan en hacerse notar. La situación no podría ser más caótica para los desembarqueños.
Había dicho a Cersei que quería ver cómo estaban las calles de la ciudad. No era del todo mentira. Tyrion Lannister no se quedó nada satisfecho con lo que encontró. Las calles de Desembarco del Rey siempre habían sido populosas, ruidosas y duras, pero en aquellos momentos rezumaban peligro de una manera que no había visto en sus paseos anteriores. Había un cadáver desnudo tirado en el arroyo cercano a la calle de los Telares; una manada de perros salvajes lo estaban despedazando, y al parecer a nadie le importaba. Había guardias por todas partes, iban en parejas por los callejones con sus capas doradas y sus cotas de malla negras, las porras de hierro siempre al alcance de las manos. Los mercados estaban llenos de hombres desastrados que vendían sus propiedades a cualquier precio… pero no había granjeros que pregonaran sus productos. El precio de los pocos alimentos que vio era el triple que el año anterior.
—¡Ratas frescas! —anunciaba a gritos un vendedor ambulante que ofrecía ratas asadas en un espetón—. ¡Ratas frescas!
Sin duda eran mejores que las ratas viejas y medio podridas. Pero lo más aterrador era que las ratas asadas tenían un aspecto más apetitoso que la mercancía que vendían los carniceros. En la calle de la Harina vio guardias ante una de cada dos tiendas. Pensó que, en tiempos de escasez, hasta a los panaderos les resultaban más baratos los mercenarios que el pan.
—No están entrando alimentos, ¿verdad? —dijo a Vylarr.
—Pocos —reconoció el capitán—. Hay guerra en la zona de los ríos y Lord Renly está reuniendo a los rebeldes en Altojardín, de manera que los caminos hacia el sur y hacia el oeste están cerrados.
choque de reyes, tyrion i
Aunque Janos Slynt triplicase el número de capas doradas, la inseguridad reina en la capital: las rebeliones estallan por doquier por la hambruna incipiente y hay numerosos disturbios en las calles por la proliferación de mensajes apocalípticos. Cuando el cometa rojo surca los cielos de la capital, los profetas comienzan a extender historias y presagios por toda la urbe y señalan a los gobernantes como los culpables de su desdicha.
El vocerío en la calle interrumpió sus reflexiones. Tyrion echó un vistazo cauteloso entre las cortinas. Estaban cruzando la plaza de los Zapateros, donde se había reunido una multitud bajo los toldos de cuero para escuchar el discurso rimbombante de un profeta. La túnica de lana sin teñir atada a la cintura con una cuerda de cáñamo lo identificaba como miembro de los hermanos mendicantes.
—¡Corrupción! —chillaba el hombre con tono agudo—. ¡Ahí tenéis la advertencia! ¡Contemplad el flagelo del Padre! —Señaló la herida roja que rasgaba el cielo. Se había situado de manera que la colina Alta de Aegon quedara justo detrás de él, y el cometa parecía suspendido sobre sus torres como un mal presagio. «Ha elegido un buen escenario»1, reflexionó Tyrion—. Estamos hinchados, abotargados, podridos… La hermana yace con el hermano en el lecho de los reyes, y el fruto de su incesto hace cabriolas por el palacio al son de la música que toca un monito tarado y diabólico. ¡Las damas nobles fornican con bufones y engendran monstruos! ¡Hasta el Septon Supremo se ha olvidado de los dioses! Se baña en aguas perfumadas y engorda a base de alondras y lampreas mientras su pueblo se muere de hambre. El orgullo se antepone a la plegaria, los gusanos gobiernan nuestros castillos, el oro lo es todo… ¡pero eso se acabó! ¡El verano pútrido se acaba, y el Rey Putero ha caído! Cuando el jabalí lo destripó, un hedor espantoso ascendió hacia los cielos, y de su barriga salieron mil serpientes siseantes2. —Señaló el cometa y el castillo con un dedo huesudo—. ¡Ahí tenéis el presagio! ¡Los dioses lo exigen a gritos, purificaos o seréis purificados! ¡Bañaos en el vino de la probidad, o seréis bañados en fuego! ¡Fuego!
—¡Fuego! —repitieron otras voces.
Pero los gritos burlones casi las ahogaron por completo. Aquello alegró a Tyrion. Dio orden de seguir adelante, y la litera se meció como un barco en el mar agitado mientras los Hombres Quemados abrían camino. «Conque monito tarado y diabólico.» Pero aquel miserable tenía razón en lo del Septon Supremo. ¿Cómo le había dicho el Chico Luna hacía unos días? «Un hombre tan piadoso que adora a los Siete con fervor extremo, imaginad que siempre que se sienta a la mesa toma una comida en honor a cada uno de ellos.» El recuerdo de la burla del bufón hizo sonreír a Tyrion.
choque de reyes, tyrion iii
Tan grave es el estado de la capital que los verdaderos protagonistas ya no son los famosos caldos de los tenderetes del Lecho de Pulgas, sino el caldo de cultivo que se cuece en la propia ciudad. El ambiente es el propicio para una revuelta inminente y hay quien sabe aprovecharse de ello. La verdad es que no sería extraño pensar que Meñique haya contribuido a contaminarlo aún más o, incluso, a causarlo. Si alguien sabe muy bien cómo funciona la propaganda de la difamación, ese no es otro que el mentiroso por excelencia de la corte. Da la casualidad de que tiene experiencia en la materia y, al igual que el profeta (o por medio de él), sabe combatir el fuego con fuego.
—Alteza, vuestro hermano tiene razón. —Petyr Baelish juntó las yemas de los dedos—. Si tratamos de acallar esos rumores no haremos más que darles verosimilitud. Es mejor tratarlos con desprecio, como la mentira patética que son. Y, entretanto, combatir el fuego con fuego.
—¿Qué tipo de fuego? —Cersei lo miró con atención.
—Tal vez una historia de la misma naturaleza. Pero más fácil de creer. Lord Stannis ha pasado la mayor parte de su matrimonio alejado de su esposa. No se lo critico, si yo estuviera casado con Lady Selyse haría lo mismo. No obstante, si hacemos correr el rumor de que su hija es bastarda y Stannis no es más que un cornudo… Bueno, el pueblo siempre está dispuesto a pensar lo peor de sus señores, sobre todo si son tan estrictos, amargados y antipáticos como Stannis Baratheon.
[…]
—Un mercader de Lys me dijo en cierta ocasión que Lord Stannis debía de querer mucho a su hija, ya que había ordenado que se erigieran cientos de estatuas de ella a lo largo de los muros de Rocadragón. Tuve que explicarle que eran gárgolas. —Soltó una risita—. Ser Axell no estaría mal como padre de Shireen, pero cuanto más estrafalaria y extravagante sea una historia, más probable es que la gente la repita una y otra vez, lo digo por experiencia. Stannis tiene un bufón muy grotesco, un retrasado mental con tatuajes en la cara.
[…]
—Yo prefiero mi versión —dijo Meñique—. Y lo mismo le pasará al pueblo. Muchos creen que si una mujer embarazada come conejo, el niño nacerá con orejas largas y caídas.
—Lord Petyr, sois un verdadero infame. —Cersei sonrió con una sonrisa que solía reservar para Jaime.
—Gracias, Alteza.
—Y un excelente mentiroso —añadió Tyrion en tono mucho menos cálido. «Éste es más peligroso de lo que imaginaba», pensó.
Los ojos verdes de Meñique sostuvieron la mirada del enano sin el menor atisbo de incomodidad. Ni siquiera parecía afectarle que fueran cada uno de un color.
—Cada uno tiene su talento, mi señor.
choque de reyes, tyrion iii
Como vemos, gracias a su talento innato para las mentiras, Meñique esparce embustes por toda la ciudad a través de su red de burdeles y agentes y consigue crear el ambiente hostil adecuado en las calles. Instigar al pueblo contra sus gobernantes es una prioridad básica para que la revuelta pueda darse como cortina de humo en la ejecución de sus planes, que requieren de la cooperación necesaria de sus dorados secuaces armados.
Los Capas Doradas
Como consejero de la moneda, Petyr Baelish siempre había ejercido un fuerte control sobre la Guardia de la Ciudad. Además de gestionar los pagos de los capas doradas, también mantuvo a Janos Slynt como comandante gracias al cobro de sobornos. Este control podría ser aún más férreo si, como vimos, Meñique vendía puestos y ascensos en el propio cuerpo policial y se aseguraba la lealtad de los nuevos miembros. Esto denota que la Guardia de la Ciudad es una verdadera red clientelar de mercenarios al servicio de Baelish. Como se reitera en varias ocasiones, el número de integrantes se ha triplicado gracias a Slynt y, durante Choque de Reyes, llegan a la cifra de seis mil efectivos, aunque no son los guardias que cabría esperar.
—También hay una horda de panaderos, carniceros y verduleros que quieren hablar contigo.
[…]
—Quieren protección. Anoche la muchedumbre asó a un panadero en su horno. Dicen que cobraba el pan demasiado caro.
[…]
—Al próximo se lo comerán —dijo Tyrion, sombrío—. Les proporcionaré la protección que pueda. Los capas doradas…
—Dicen que entre los atacantes había capas doradas —lo interrumpió Bronn—. Quieren hablar con el rey en persona.
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Son los mismos capas doradas quienes, curiosamente, provocan desordenes públicos dentro de la ciudad. Por eso mismo llama poderosamente la atención que Janos Slynt fuese el encargado de aumentar el número de integrantes del cuerpo policial, que toma especial relevancia si tenemos en cuenta los antecedentes del excomandante. Su sucesor, ser Jacelyn Bywater, se encuentra con una guardia plagada de malhechores en los que no puede confiar. Así se lo transmite Bywater a Tyrion en una extensa conversación después de que el tumulto los atacase, como si se nos quisiese decir que durante la revuelta realmente hubo cierta connivencia de los capas doradas con los amotinados.
—Hoy hemos podido contener a la ciudad, mi señor, pero mañana no os prometo nada. La tetera está a punto de hervir. Hay tantos ladrones y asesinos sueltos que nadie está a salvo ni en su casa, la colerina sangrienta se extiende a todo lo largo de la curva del Meados, no se puede comprar comida ni con cobre ni con plata. Antes sólo se oían rumores en las calles, ahora se habla abiertamente de traición en los gremios y en los mercados.
—¿Necesitáis más hombres?
—No puedo confiar en la mitad de los que ya tengo. Slynt triplicó el número de hombres, pero no basta con una capa dorada para convertir a cualquiera en guardia. Entre los nuevos reclutas los hay valientes y leales, pero también más bestias, borrachos, cobardes y traidores de los que queréis ni imaginar. Están entrenados sólo a medias, son indisciplinados, y no son leales más que a sus pellejos. Mucho me temo que, si hay una batalla, no nos ayudarán.
—No tenía esperanza de que lo hicieran —dijo Tyrion—. Si se abre una brecha en las murallas, estamos perdidos, lo sé desde el principio.
—Mis hombres son casi todos de baja extracción. Caminan por las mismas calles que el pueblo, beben en las mismas tabernas y llenan sus cuencos de comida en los mismos tenderetes. Vuestro eunuco ya os habrá contado que en Desembarco del Rey no se aprecia mucho a los Lannister. Muchos recuerdan todavía cómo vuestro señor padre saqueó la ciudad cuando Aerys le abrió las puertas. Murmuran que los dioses nos están castigando por los pecados de vuestra Casa, porque vuestro hermano asesinó al rey Aerys, por la masacre de los hijos de Rhaegar, por la ejecución de Eddard Stark y la crueldad de la justicia de Joffrey. Hay quien habla sin tapujos sobre lo bien que iba todo cuando Robert era el rey, e insinúan que los buenos tiempos volverían si Stannis se sentara en el trono. Esto es lo que se dice en los tenderetes de los calderos, en las tabernas y en los burdeles… y siento decir que también en los barracones y los cuarteles de la guardia.
—O sea, que odian a mi familia, ¿es eso lo que me estáis diciendo?
—Sí… y si llega la ocasión se volverán contra vosotros.
—¿También contra mí?
—Preguntádselo a vuestro eunuco.
—Os lo estoy preguntando a vos.
Los ojos hundidos de Bywater se enfrentaron a las pupilas dispares del enano, sin parpadear.
—A vos os odian más que a ninguno, mi señor.
—¿Más que a ninguno? —La injusticia de aquello hizo que se atragantara—. Joffrey fue el que les dijo que se comieran a sus muertos, Joffrey fue el que azuzó a su perro contra ellos. ¿Cómo es posible que me echen a mí la culpa?
—Su Alteza no es más que un muchacho. En las calles se dice que tiene consejeros malvados. La reina nunca ha sido amiga del pueblo, ni tampoco Lord Varys, ése al que llamáis la Araña… pero a vos os culpan más que a ninguno. Vuestra hermana y el eunuco ya estaban aquí en tiempos mejores, con el rey Robert, y vos en cambio no. Dicen que habéis llenado la ciudad de mercenarios fanfarrones y salvajes sucios, de animales que cogen lo que quieren y no respetan más leyes que las suyas. Dicen que exiliasteis a Janos Slynt porque era demasiado franco y honesto para vuestro gusto. Dicen que arrojasteis a las mazmorras al sabio y gentil Pycelle cuando se atrevió a protestar por vuestros desmanes. Hasta hay quien dice que pretendéis apoderaros del Trono de Hierro.
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El malestar hacia los Lannister se expande por la ciudad a través de los burdeles, las tabernas y, según cuenta Mano de Hierro, también en los cuarteles de la Guardia de la Ciudad. Esos son lugares que Meñique conoce muy bien y a través de los cuales difunde calumnias sobre Tyrion, la cabeza de turco de todos los males que azotan a los desembarqueños. Pronto, como veremos en la revuelta, esos ánimos se convierten en animadversión hacia la familia real. Esta sería la prueba de fuego para comprobar la verdadera lealtad de los capas doradas, azuzados tanto por las circunstancias que viven como por las intenciones de Meñique de fracturar la convivencia dentro de la capital. En Choque de Reyes, él sigue siendo el consejero de la moneda y es evidente que ha dejado su impronta en la Guardia durante todos estos años de mandato.
Los capas doradas eran un arma prácticamente tan poco fidedigna como los mercenarios. Gracias a Cersei, la Guardia de la Ciudad contaba con seis mil hombres, pero de ellos apenas una cuarta parte eran de confianza.
—Hay unos cuantos traidores redomados, pero seguro que existen otros más que ni vuestra araña conoce —le había advertido Bywater—. Pero lo peor es que tenemos cientos de hombres más verdes que la hierba en primavera; se unieron a la guardia para conseguir pan, cerveza y seguridad. No hay hombre que quiera parecer cobarde ante sus compañeros, de manera que lucharán con valentía al principio, cuando todo sea cosa de cuernos de guerra y estandartes al viento. Pero si la batalla se pone fea, nos darán la espalda. El primero que suelte la lanza y eche a correr tendrá un millar de seguidores.
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En definitiva, aunque Janos Slynt haya sido sustituido por Jacelyn Bywater, eso no significa que Meñique haya perdido el control de los Capas Doradas, sino al contrario. Gracias al trato de favor que ha mantenido con los que ha aupado en la jerarquía del cuerpo y a los mercenarios que ha contratado para engrosar sus filas, el consejero de la moneda tiene si cabe más influencia. Es por eso que, durante el motín, algunos Capas Doradas cumplieron una función esencial, que sería la de ignorar la seguridad unos instantes para propiciar un levantamiento; pero para eso también era necesario que entre la muchedumbre alguien se encargara de hacer saltar la chispa de la rebelión.
Los Kettleblack
Además de los Capas Doradas, los tres hermanos Kettleblack son también otro elemento a tener en cuenta en el desarrollo de la revuelta, pues es precisamente en este capítulo cuando aparecen “mencionados” por primera vez en Canción de Hielo y Fuego.
Bronn lo escoltó entre la multitud para ir a reunirse con su hermana y los hijos de ésta. Cersei no le hizo el menor caso, y prefirió dedicar todas las sonrisas a su primo. Tyrion vio cómo hechizaba a Lancel con unos ojos tan verdes como el collar de esmeraldas que colgaba en torno al níveo cuello esbelto, y sonrió para sus adentros. «Conozco tu secreto, Cersei», pensó. En los últimos días su hermana había visitado a menudo al Septon Supremo, para que los dioses la bendijeran en la inminente batalla contra Lord Stannis… o eso era lo que quería hacerle creer. Lo cierto era que, tras una breve visita al Gran Septo de Baelor, Cersei se cubría con una sencilla capa marrón de viaje, y se escabullía para ir a reunirse con cierto caballero errante con el nombre de Ser Osmund Kettleblack, y sus dos hermanos igualmente desabridos, Osney y Osfryd. Lancel le había hablado de ellos. Cersei pensaba utilizar a los Kettleblack para comprar un ejército de mercenarios que le fueran leales.
Excelente, que disfrutara de sus planes. Era mucho más dulce con él cuando pensaba que lo estaba derrotando con su ingenio. Los Kettleblack la cautivarían, aceptarían sus monedas y le prometerían todo lo que quisiera. ¿Y por qué no, si Bronn igualaba cualquier oferta? Los tres hermanos, pícaros simpáticos donde los hubiera, eran mucho más hábiles con los engaños que con las armas. Cersei se había comprado tres tambores huecos: hacían todo el ruido fiero que ella requería, pero dentro no tenían nada. Aquello a Tyrion le resultaba de lo más divertido.
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Los Kettleblack son mercenarios a sueldo que actúan como espías de Cersei y, al mismo tiempo, también son agentes dobles que Tyrion utiliza para vigilar a su hermana, siendo a su vez agentes triples que trabajan realmente para Meñique, como descubriríamos en Tormenta de Espadas. Aunque en este capítulo solo aparezcan sus nombres de pasada, esas menciones no son fruto de la coincidencia, sino que dentro del contexto de la revuelta cobran un sentido: fueron ellos quienes probablemente alentaron a la muchedumbre para que se revelara contra la comitiva real.
Hombres mal afeitados y mujeres sucias contemplaban a los jinetes con resentimiento desde detrás de la línea de lanzas. «Esto no me gusta nada», pensó Tyrion. Bronn había situado una veintena de mercenarios entre la multitud, y tenían orden de detener cualquier inicio de problema. Tal vez Cersei había dispuesto de la misma manera a sus Kettleblack. Pero tenía la sensación de que no iba a servir de gran cosa. Cuando el fuego es demasiado vivo, echar un puñado de pasas al cazo no evita que se quemen las natillas.
choque de reyes, tyrion ix
Tyrion coloca a sus secuaces entre la plebe para evitar cualquier altercado, pero la posibilidad de que Cersei también lo haya hecho con sus Kettleblack resulta bastante inquietante. Aunque no se pueda afirmar con rotundidad, el mero hecho de que Martin abra esa posibilidad ya da pie a pensarlo. Sin embargo, los Kettleblack no serían los únicos agentes que Meñique tendría desplegados en las calles, sino que, como ya se ha explicado, también tiene a su disposición a la Guardia de la Ciudad, que es la encargada de contener a la multitud y proteger a la comitiva real. Pero, además, podríamos ir aún más lejos: debemos prestar atención a la dudosa actuación de un guardia real.
Ser Mandon Moore
Descrito en varias ocasiones como el hermano más peligroso de la Guardia Real de Joffrey, ser Mandon cobra una gran relevancia desde el comienzo de Choque de Reyes. Aunque es famoso por el intento de asesinato de Tyrion Lannister durante la batalla del Aguasnegras, el comportamiento de Moore durante la revuelta es, aunque lo no lo parezca, bastante sospechoso.
En primer lugar, es necesario recalcar el papel de la hermandad de Guardia Real durante el reinado de Robert. Sus únicos siete hermanos juramentados tienen el deber de proteger al rey y, como es obvio, seguir sus órdenes, pero atrás han quedado esos días en los que eran considerados héroes de leyenda. Algunos, de hecho, han tenido otras prioridades durante todos estos años de servicio. A menudo utilizada como herramienta política, la Guardia Real ha servido en muchas ocasiones como instrumento al servicio de algunos señores para ejercer su influencia sobre el rey, pero también para vigilarle de cerca.
—La Guardia Real…
—Un escudo de papel —replicó el eunuco—. Por lo que más queráis, Lord Stark, intentad no poner esa cara de sorpresa. El propio Jaime Lannister es un Hermano Juramentado de las Espadas Blancas, y ya sabemos todos qué valen sus juramentos. Los días en que la capa blanca la llevaban hombres como Ryam Redwyne y el príncipe Aemon, el Caballero Dragón, sólo perviven en las canciones. De los siete que componen ahora la guardia el único que es de auténtico acero es Ser Barristan Selmy, y no olvidemos que es viejo. Ser Boros y Ser Meryn pertenecen a la reina en cuerpo y alma, y sobre los demás tengo serias sospechas. No, mi señor. Si se desenfundan las espadas, vos seréis el único amigo verdadero de Robert Baratheon.
juego de tronos, eddard vii
En el caso de ser Mandon, actuaba como agente infiltrado en la Guardia Real bajo las órdenes directas de Meñique. Las sospechas parten, en primer lugar, de la descripción del personaje: un cadáver amortajado de extraños ojos muertos y vacíos que no permiten adivinar sus verdaderas intenciones. Su rostro inexpresivo y vacuo impide traslucir que hay realmente detrás de él, convirtiéndole en el hombre idóneo para cumplir su verdadero propósito. No solo es la persona adecuada por su frialdad para no inmutarse ante cualquier circunstancia, sino también por su gran destreza con las armas. Sin embargo, el dato determinante que incita a pensar que trabaja realmente para Baelish es su procedencia.
—Al parecer, ese hombre no tenía amigos —dijo Tyrion con precaución.
—Es una lástima —repuso Varys—, una verdadera lástima. Si removéis suficientes piedras en el Valle podríais encontrar algún pariente, pero aquí… Fue Lord Arryn quien lo trajo a Desembarco del Rey, y Robert le puso la capa blanca, pero me temo que ninguno de ellos lo apreciaba mucho. Tampoco era de los que el pueblo llano aclama en los torneos, a pesar de su indudable destreza. Ni siquiera sus amigos de la Guardia Real lo trataban con cariño. Una vez se oyó a Ser Barristan decir que el hombre no tenía otros amigos que su espada, ni otra vida que el servicio… Pero debéis saber que no creo que lo dijera como alabanza. Lo que, sopesándolo bien, es extraño, ¿no os parece? Se podría decir que ésas son ni más ni menos las cualidades que buscamos en nuestra Guardia Real, hombres que no viven para sí, sino para su rey. Bajo esa luz, nuestro valiente Ser Mandon era el perfecto caballero blanco. Y pereció como debe hacerlo un caballero de la Guardia Real, con la espada en la mano, defendiendo a un hombre que lleva la sangre del rey. —El eunuco le sonrió con delicadeza y lo miró fijamente.
«Querrás decir intentando matar a un hombre que lleva la sangre del rey.» Tyrion se preguntó si Varys sabía mucho más de lo que le contaba. Nada de aquello le resultaba nuevo: Bronn le había pasado la misma información. Necesitaba un vínculo con Cersei, una señal de que Ser Mandon había sido el instrumento de su hermana. «No siempre lo que obtenemos es lo que queremos», reflexionó amargamente, lo que le recordó…
tormenta de espadas, tyrion ii
Aparte de lo llamativa que resulta la metáfora de remover las piedras para encontrar algún pariente suyo en el Valle, este extenso fragmento aporta datos muy significativos que pueden arrojar algo de luz sobre los orígenes y motivaciones de ser Mandon.
En primer lugar, Moore procede del Valle de Arryn y, al igual que ser Hugh, se hizo un hueco de algún modo entre el séquito de Jon Arryn, a pesar de no gozar de su afecto. Luego, aunque ni siquiera Robert lo apreciara, fue soprendentemente nombrado guardia real, levantando aún más interrogantes. A menos que fuera por recomendación de Jon Arryn (y, por ende, de Lysa influenciada por Meñique), es difícil entender cómo un hombre tan huraño pudo llegar a formar parte de la Guardia Real del rey, que debe confiar plenamente en sus siete espadas juramentadas.
En segundo lugar, la actuación de ser Mandon durante la revuelta también refuerza la idea de que su verdadera lealtad no es hacia la corona, pues su forma de proceder coincide con la de la batalla del Aguasnegras. En realidad, actuaba en ese momento bajo las órdenes específicas de Meñique.
La revuelta de Desembarco del Rey
Miradas hoscas, rencorosas y hambrientas colman los rostros de los desembarqueños mientras la familia real y toda la corte despiden a Myrcella en los muelles de la ciudad. Muy pocos son los asistentes que aplauden o lanzan vítores a la pequeña princesa, que se dirige a Lanza del Sol como pupila de Doran Martell; menos aún son las ovaciones que reciben los cortesanos presentes allí.
En ese ambiente de hostilidad, clama la ausencia pasmosa de Varys, que no aparecería hasta el final del capítulo porque debía atender “asuntos del rey”. Muchas veces se le ha achacado la planificación de la revuelta por no asistir a la despedida de la princesa, pero es precisamente esa coartada tan poco convincente la que, en parte, hacen decaer las sospechas que recaen sobre él (aunque esto se tratará de forma específica en su momento). En cambio, lo cierto es que, desde el comienzo del capítulo, Martin sí repara expresamente (no tácitamente, como sucede con Varys) en la ausencia de otro personaje.
Volvió a pensar en Meñique. No habían recibido noticias de Petyr Baelish desde que partiera en dirección a Puenteamargo. Aquello tal vez no significara nada… o todo. Ni siquiera Varys lo sabía. El eunuco había sugerido que tal vez Meñique había sufrido alguna desgracia en el camino. Quizá incluso estuviera muerto. Tyrion se burló de semejante idea.
—Si Meñique está muerto, yo soy un gigante —fue su comentario.
choque de reyes, tyrion ix
Aparte de las diversas connotaciones que aquí pueda tener la palabra «gigante», este pasaje es muy importante, ya que recalca expresamente que Baelish no se halla en la capital en ese momento. La idea de que él planeara la revuelta, por tanto, cobra aún más fuerza, pues el modus operandi es exactamente el mismo que suele usar habitualmente: encontrarse lejos de los lugares donde perpetra sus planes. De este modo, el consejero de la moneda se asegura una coartada inigualable; de hecho, que no diese señales de vida alimenta la idea de que estaba esperando a que se produjese la revuelta para actuar según los resultados de la misma.
Una vez establecida la premisa de que Meñique estuvo realmente detrás de la revuelta, ahora es importante fijarse en la precisa descripción de la situación espacial de cada uno de los personajes involucrados en ella: la posición concreta de los cortesanos de la comitiva, la de los escudos juramentados que los acompañan y la formación de los capas doradas que los protegen.
Las estrechas calles estaban vigiladas por los hombres de la Guardia de la Ciudad, que mantenían a raya a la multitud con las astas de las lanzas. Ser Jacelyn Bywater iba delante, ante una cuña de lanceros a caballo, todos vestidos con cotas de malla negras y capas doradas. Tras él cabalgaban Ser Aron Santagar y Ser Balon Swann, que portaban los estandartes del rey, el león de los Lannister y el venado coronado de los Baratheon.
El rey Joffrey los seguía en un alto palafrén gris, con una corona dorada sobre los también dorados rizos. Sansa cabalgaba a su lado a lomos de una yegua alazana, sin mirar a derecha ni a izquierda, con la espesa cabellera castaña bajo una redecilla de adularias. La pareja iba flanqueada por dos miembros de la Guardia Real, el Perro a la derecha del rey y Ser Mandon Moore a la izquierda de la joven Stark.
Detrás iba Tommen, todavía sollozante, con Ser Preston Greenfield ataviado con capa y armadura blancas, y luego Cersei, acompañada por Ser Lancel y protegida por Meryn Trant y Boros Blount. Tyrion iba en pos de su hermana. Tras ellos se veía al Septon Supremo en su litera, y a una larga hilera de cortesanos: Ser Horas Redwyne, Lady Tanda y su hija, Jalabhar Xho, Lord Gyles Rosby y los demás. La retaguardia la cubría una hilera doble de guardias.
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Tanto la vanguardia montada a caballo como la retaguardia a pie, cubierta por una hilera doble de capas doradas, están bien protegidas, así como los laterales de la comitiva que desfila por las calles de la capital. Los capas doradas contienen a la muchedumbre detrás de una fuerte línea de lanzas, bajo un evidente y palpable ambiente de hostilidad. Sin embargo, a medio camino, una mujer escuálida consigue, de un modo sorprendente, abrirse paso a través de la barrera de capas doradas e irrumpe en medio de la comitiva con el cadáver de su bebé muerto en brazos.
Estaban a medio camino cuando una mujer que gritaba consiguió abrirse paso entre dos guardias y corrió hacia el centro de la calle, delante del rey y su séquito, con el cadáver de un bebé alzado por encima de la cabeza. Era un cuerpo azul e hinchado, grotesco, pero lo más espantoso eran los ojos de la madre. Durante un momento dio la impresión de que Joffrey la iba a arrollar, pero Sansa Stark se inclinó hacia un lado y le dijo algo al oído. El rey rebuscó en su bolsa y arrojó a la mujer un venado de plata. La moneda rebotó contra el niño y cayó rodando entre las piernas de los capas doradas, hacia la multitud, donde una docena de hombres empezaron a pelearse por ella. La madre ni siquiera pestañeó. Los brazos flacos le temblaban bajo el peso de su hijo muerto.
—Dejadla, Alteza —le dijo Cersei—. No podéis hacer nada por esa pobrecilla.
La madre la oyó. Sin saber por qué, la voz de la reina despertó algo en el cerebro devastado de la mujer. Su rostro se retorció en una mueca de desprecio.
—¡Puta! —chilló—. ¡Puta del Matarreyes! ¡Te acuestas con tu hermano! —El niño muerto se le cayó de los brazos como un saco cuando señaló a Cersei—. ¡Te acuestas con tu hermano, te acuestas con tu hermano, te acuestas con tu hermano!
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La verdad es que resulta increíble (o no tanto, si tomamos por cierta la teoría) que, a pesar de la barrera de lanzas, una mujer tan demacrada con su hijo muerto en brazos consiga zafarse de dos capas doradas para adentrarse dentro de la comitiva. Aquí la connivencia de los guardias fue crucial para que la mujer pudiera hacer su papel: encender la chispa de la rebelión. En ese momento piedras, excrementos y cosas aún peores comenzaron a volar hacia ellos.
Tyrion no llegó a ver quién lanzó los excrementos. Sólo oyó el grito de Sansa y las maldiciones de Joffrey, y cuando volvió la cabeza el rey se estaba limpiando la mierda de la mejilla. Había más pegada al pelo dorado, y sobre las piernas de Sansa.
—¿Quién me ha tirado eso? —chilló Joffrey. Se llevó la mano al pelo, rabioso, y se quitó más restos de excrementos—. ¡Quiero al hombre que me lo ha tirado! —gritó—. ¡Cien dragones de oro para quien me lo entregue!
—¡Estaba allí arriba! —chilló alguien entre la multitud.
El rey hizo dar la vuelta a su caballo para mirar los tejados y balcones. En la multitud todos señalaban y gritaban, se maldecían entre ellos y a Joffrey.
—Por favor, Alteza, dejadlo —suplicó Sansa.
—¡Traedme al hombre que me ha tirado esto! —ordenó Joffrey sin hacer caso a Sansa—. ¡Me va a limpiar con la lengua, o le cortaré la cabeza! ¡Perro, tráemelo!
Sandor Clegane, obediente, se bajó de la silla, pero no había manera de atravesar aquella muralla de carne, y mucho menos de llegar al tejado. Los hombres que estaban más cerca de él trataban de apartarse, mientras que los demás empujaban para acercarse y ver mejor. Tyrion palpaba el desastre.
—Clegane, volved aquí, ese hombre ha escapado.
—¡Tráemelo! —chilló Joffrey mientras señalaba hacia el tejado—. ¡Estaba allí arriba! ¡Perro, ábrete camino con la espada y tráeme…!
Un tumulto ahogó el final de la frase, era un rugido retumbante de rabia, miedo y odio que envolvió a la comitiva desde todos lados.
choque de reyes, tyrion ix
Alguien lanzó el excremento desde los tejados colindantes justo en el momento en que la mujer caminaba hacia el centro de la calle, como si se tratase de una actuación coordinada. Desde una posición elevada y con una barrera humana en medio, la táctica no podía haber sido mejor trazada. La respuesta previsible de alguien como Joffrey, por otro lado, no podía ser otra que la de azuzar su perro contra los amotinados, que se rebelan y lo rodean para derribarlo de su caballo. Sin embargo, ser Mandon Moore dejó de lado a Sansa, a quien también debía proteger, para defender al rey mientras Tyrion llega a su lado y emprenden la huida hacia la seguridad de la Fortaleza Roja.
El animal se alzó sobre las patas traseras, relinchó y emprendió el camino al galope, arrollando a la gente que tenía delante. Tyrion lo siguió de cerca, y Bronn cabalgó a su lado espada en mano. Una piedra le pasó silbando junto a la cabeza, y una col podrida se estrelló contra el escudo de Ser Mandon. A su izquierda, tres capas doradas fueron arrollados por la multitud. El Perro había quedado atrás, aunque su caballo sin jinete galopaba junto a ellos. Tyrion vio cómo derribaban de la silla a Aron Santagar y le arrancaban de la mano el venado dorado y negro de los Baratheon. Ser Balon Swann soltó el león de los Lannister para desenvainar su espada larga. Lanzó mandobles a derecha e izquierda mientras el gentío rasgaba el estandarte caído, y mil pedazos de tejido volaron como hojas color escarlata en medio de una tormenta. Alguien se interpuso en el camino del caballo de Joffrey, y hubo chillidos cuando el rey lo arrolló. Tyrion no habría sabido decir si era un hombre, una mujer o un niño. Joffrey galopaba a su lado con el rostro ceniciento, y Ser Mandon Moore era una sombra blanca a su izquierda.
[…]
Tyrion no recordó haber desmontado. Ser Mandon estaba ayudando al tembloroso rey a bajar del caballo cuando llegaron Cersei, Tommen y Lancel, seguidos de cerca por Ser Meryn y Ser Boros. La espada de Boros estaba manchada de sangre, y a Meryn le habían arrancado la capa blanca. Ser Balon Swann llegó sin yelmo, su caballo echaba espuma y sangre por la boca. Horas Redwyne llegó con Lady Tanda, medio enloquecida de miedo por la suerte de su hija Lollys, a la que habían derribado de la silla y había quedado atrás. Lord Gyles, con el rostro más gris que nunca, balbuceó que había visto cómo derribaban de su litera al Septon Supremo, que rezaba a gritos mientras la multitud le pasaba por encima. Jalabhar Xho dijo que le había parecido ver a Ser Preston Greenfield, de la Guardia Real, cabalgar hacia la litera volcada del Septon Supremo, pero no estaba seguro.
choque de reyes, tyrion ix
En este extracto destaca, por encima de todo, la insistencia de Martin en describir las acciones de ser Mandon y situarlo en todo momento al lado de Joffrey hasta que llegan a la Fortaleza Roja. Cuando los supervivientes descabalgan en la plaza del castillo, empiezan a circular testimonios y rumores sobre el paradero de algunos de los que componían la comitiva real. Los testigos relatan qué les ha sucedido a algunos y quiénes se encuentran desaparecidos, entre ellos el Septón Supremo, Lollys Stokeworth, ser Preston Greenfield, Aron Santagar y Tyrek Lannister; pero, sobre todos ellos, destaca la desaparición de Sansa Stark.
—¿Cuántos han quedado fuera? —gritó a todos y a nadie a la vez.
—Mi hija —sollozó Lady Tanda—. Por favor, que alguien vaya a buscar a Lollys…
—Ser Preston no ha vuelto —informó Ser Boros Blount—. Y Aron Santagar tampoco.
—Ni Niñera —dijo Ser Horas Redwyne. Era el mote burlón que los demás escuderos habían puesto al joven Tyrek Lannister.
—¿Dónde está Sansa Stark? —preguntó Tyrion mientras recorría el patio con la mirada. Durante un momento, nadie respondió.
—Cabalgaba a mi lado —dijo al final Joffrey—, pero no sé adónde se habrá ido.
Tyrion se presionó las sienes palpitantes con los dedos. Si a Sansa Stark le había pasado algo, Jaime se podía dar por muerto.
—Ser Mandon, vos erais su escudo.
—Cuando la muchedumbre se echó sobre el Perro —dijo Ser Mandon Moore sin inmutarse—, pensé primero en el rey.
[…]
Sandor Clegane cruzaba en aquel momento las puertas al trote ligero, a lomos de la yegua alazana de Sansa. La niña iba sentada detrás de él, abrazada con ambas manos al pecho del Perro.
—¿Estáis herida, Lady Sansa? —preguntó Tyrion.
La niña tenía una brecha profunda en el cuero cabelludo, y le brotaba un hilillo de sangre.
—Me… me tiraban cosas… piedras… y porquería, y huevos… Intenté decirles que no tenía pan, que no les podía dar… Un hombre quiso bajarme del caballo. El Perro creo que lo mató… el brazo… —Abrió los ojos como platos y se puso una mano en la boca—. Le cortó el brazo.
Clegane la izó para depositarla en el suelo. Tenía la capa blanca desgarrada y sucia, y le salía sangre de un corte en el brazo izquierdo.
—El pajarito está sangrando. Más vale que alguien se la lleve a su jaula y le cure esa herida. —El maestre Frenken se apresuró a obedecer—. Han matado a Santagar —dijo el Perro—. Cuatro hombres lo sujetaron en el suelo y se turnaron para machacarle la cabeza con un adoquín de la calle. Destripé a uno, aunque a Ser Aron no le sirvió de gran cosa.
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El Perro rescató a Sansa de la turba, impidiendo que el hombre que acabó con el brazo cortado pudiera bajarla del caballo para llevársela. Ahora bien, en todo este suceso destaca, como he mencionado antes, la actuación de ser Mandon Moore, que era el escudo de Sansa.
El rey corría un grave peligro y, obviamente, el caballero acudió en su rescate, pero dejó a Sansa indefensa cuando también era su obligación protegerla, sin siquiera prestarle la mínima atención, aunque la vida de Jaime dependiera de ello. En un principio, parece que no hay nada que reprocharle porque ha actuado como debe hacerlo un guardia real, pero la reprimenda posterior de Tyrion denota que no fue una justificación suficiente, al menos de cara al lector. Revela que hay algo más detrás de todo esto. Sospecho que la decisión de dejarla totalmente sola e indefensa no solo fue deliberada, sino que siempre habría sido la misma independientemente de la situación en la que se encontrase el rey. Y ello porque la excusa perfecta siempre habría sido que Joffrey estaba en peligro, sin especificarse en qué grado. Porque, como es obvio, parte esencial del plan consistía en que la revuelta aparentara, tanto para los personajes como para el lector, ser eso: una simple revuelta.
Las consecuencias que originó este tumulto, sin embargo, revelan unos propósitos que van más allá del secuestro de Sansa por parte de Meñique, que ha visto cumplirse parcialmente sus objetivos, pues en su desarrollo tuvo lugar la ejecución de distintos planes con diversos fines y resultados dispares cuya consecución veremos en la siguiente entrega.
- El profeta sabe lo que hace, cómo y, sobre todo, dónde
- Resulta llamativa (o no tanto, como luego veremos) la expresión metafórica de las «mil serpientes siseantes» que salieron de la barriga de Robert, en alusión a que quizá fue envenenado, cuando la versión oficial y conocida por todos es que el incidente del jabalí fue un accidente.
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