Análisis de Catelyn VII de Tormenta de Espadas, capítulo en el que la Boda Roja pone fin a la causa del Rey en el Norte.

Tras el regreso de El Rincón del Cronista la semana pasada, volvemos hoy con una nueva edición de El Campeón del Torneo. Como siempre, gracias; pero esta vez, más que nunca. Habéis conseguido que esta edición sea una de las más votadas, empatada en número de votos con las otras dos que lograron mayor participación. Irónicamente, Catelyn se sube al podio junto con Jon Nieve, quien lideraba esta peculiar competición con sus capítulos de Juego de Tronos y de Choque de Reyes. Ahora bien, desde este momento, catelyn vii de Tormenta de Espadas es el capítulo más votado de la saga. Y, además, con mucha diferencia. La victoria de la Boda Roja ha sido tan incontestable y tan inevitable como el propio suceso en sí, como ya vimos durante el análisis del arco de Catelyn.

Normalmente, en las ediciones de El Campeón intentamos hacer énfasis en determinados aspectos que no suelen ser especialmente llamativos en la primera lectura. Intentamos construir una lectura particular, una reflexión sobre el significado de lo que leemos o sobre las intenciones que el autor parece querer transmitir de fondo. Hablando del banquete de Lord Edmure Tully y Lady Roslin frey, sin embargo, resulta especialmente complicado hacer algo así.

La Boda Roja

La crudeza de la Boda Roja no solo radica en la barbarie que tiene lugar en Los Gemelos. Radica también en una narración aséptica, desnuda, con muy pocos dobles sentidos: todo es directo y desgarrador. Las sutilezas, los indicios, esos significados que Martin ha ido construyendo a lo largo del arco de Catelyn, entran ahora en un agujero negro con forma de castillo medieval en el que se desata una cruenta vorágine de violencia. Como señalara PoorQuentyn, es uno de los pocos momentos de la saga en los que el terror se apodera por completo de la narración.

Por supuesto, el lector queda desolado al acabar el capítulo. Robb era alguien afable y justo, buena persona y uno de los pocos Stark que parecían tener la posibilidad de cobrarse cierta justicia poética, más que venganza. De un plumazo, sin embargo, su causa desaparece, a expensas de que aparezca cierto testamento o alguno de los hijos de Eddard y Catelyn reclamen la corona de su hermano.

Boda Roja

La Boda Roja, por fatherson

Muchos de los fans de Canción de Hielo y Fuego, sin duda, recordarán de forma vívida el momento exacto en el que leyeron la Boda Roja. Y, aunque esa experiencia fue personal y única, estamos seguros de que en muchos de los casos compartimos sensaciones similares. Así, para algunos la desolación solo llegó cuando nos vimos incapaces de pasar página, ya por no poder evitar que la mirada se perdiera sobre el propio papel, ya porque el libro se mandara al cuerno, literalmente. La narración es tan ágil, todo pasa tan rápido, que Martin consigue que, cuando se acaba de leer la última línea, nos quedemos como Catelyn, completamente en shock.

Las lágrimas claras y las rojas corrieron juntas hasta que tuvo desgarrado todo el rostro, aquel rostro que Ned había amado. Catelyn Stark alzó las manos y vio cómo la sangre le corría por los largos dedos, por las muñecas, bajo las mangas del vestido. Eran lentos gusanos rojos que le reptaban por los brazos bajo la ropa. «Qué cosquillas.» Aquello la hizo reír hasta que empezó a gritar.
Se ha vuelto loca —dijo un hombre—. Ha perdido la cabeza.
—Acabemos con esto —dijo alguien más.
Una mano la agarró por el cabello como había hecho ella con Cascabel.
«No, no me cortéis el pelo —pensó—, a Ned le gusta mucho mi pelo.» Luego sintió el acero en la garganta, y su mordisco fue rojo y frío.

 

Cuesta creer lo que se está leyendo y, como a Cat, también tragar saliva. De hecho, incluso cuesta percatarse de que Martin consigue generar un ambiente perturbador. Los sudores y las evasivas de Ser Ryman; la frialdad, más acentuada de lo habitual si cabe, de Roose Bolton y su brindis por la Casa Frey; el indigno banquete para una boda a la que asistía un rey, las lágrimas de Roslin, los tintineos de la corona de Cascabel o las piernas de cordero servidas —que nos transportan, respectivamente, hasta las visiones del Fantasma del Alto Corazón y Daenerys—, la ausencia de Viento Gris, así como la de algunos Frey que se habían mostrado fieles a Robb… Y, sobre todo, la música. Los tambores que no escuchamos preludian la catástrofe, una declamación sorda que simboliza la incapacidad de reconciliar a los traidores y a los norteños:

Esbozó una sonrisa resignada. Los músicos estaban tocando en aquel momento «Lanzas de hierro», mientras el Gran Jon cantaba «El muchacho lujurioso».
«Alguien debería presentarlos, así mejoraría la armonía.» Catelyn se volvió a Ser Ryman.
—Tengo entendido que uno de vuestros sobrinos es bardo.
—Alesander, el hijo de Symond. Alyx es su hermana. —Alzó la copa para señalar en dirección a la muchacha que bailaba con Robin Flint.
—¿Cantará para nosotros Alesander esta noche?
—No. —Ser Ryman la miró con los ojos entrecerrados—. Está fuera. —Se secó el sudor de la frente y se puso en pie—. Disculpad, mi señora. Disculpad.
Catelyn se quedó mirando cómo se alejaba tambaleante hacia la puerta.

 

Todo huele verdaderamente mal, pero incluso así somos incapaces de ver la tragedia hasta que empiezan a sonar Las Lluvias de Castemere. Pero, ¿por qué la Boda Roja es el capítulo por antonomasia de la saga? Como dijimos, hemos visto morir a Ned, hemos visto a un niño inocente quedarse paralítico, hemos visto Invernalia arrasada, hemos visto decenas de injusticias contra el enano; en definitiva, hemos estado viviendo en un mundo fantástico donde la violencia es brutal. Pero la Boda Roja va más allá. ¿Por qué? Por varios motivos.

Boda Roja

Los Lannisters envían recuerdos, por Robert M. Ball

Uno de ellos es estrictamente metaliterario, y es que apenas hemos rebasado la mitad del libro. Es obvio decirlo, pero la Boda Roja nos sacude en medio de la narración: es el primer clímax de la montaña rusa que es la segunda parte de Tormenta de Espadas, como ya señalamos al hacer la introducción del libro. El golpe hubiese sido igual de demoledor al final, por supuesto, pero es ahí, al menos, donde por costumbre esperamos recibirlo. No es casual, de hecho, que el epílogo conecte directamente con la Boda Roja.

Otro de los motivos por los cuales la Boda Roja es tan soprendente es porque supone una ruptura absoluta. Hasta ahora habíamos leído, básicamente, sobre injusticias y traiciones. Pero la Boda Roja es algo más: aniquila por completo una de las pocas leyes de Poniente que reciben ese nombre, las leyes de la hospitalidad. La inmersión en el mundo de Martin es tal que incluso el lector se ve amparado por esa ancestral tradición; su violación es prácticamente una ruptura del pacto de lectura. Los Frey no pueden hacer eso, simplemente. Es una afrenta a toda ley natural y divina. Es algo inconcebible, como subrayan la mayor parte de los ponientis, y precisamente por eso golpea como lo hace.

Por último, porque, por norma general, solemos confiar en el punto de vista que leemos, sobre todo en la primera lectura. Y es así como Martin nos engaña. Sabemos que el paso por Los Gemelos es uno de los momentos sensibles de la aventura de Robb, sabemos que los Stark han ido tomando una mala decisión tras otra, pero mientras todos los indicios apuntan hacia su trágico desenlace, se nos trata de convencer continuamente —tanto como se trataba de convencer a sí misma Catelyn— de que las cosas no están yendo tan mal como los involucrados pensaban a priori que iban a ir. Y nosotros, deseosos de que la justicia poética llegue por fin al bando de los Stark, nos lo creemos. ¡Si hasta la reina de los amargados parece confiada y achaca todo al cansancio y a su tristeza!

«Quién diría ahora que Edmure se estuvo quejando de Roslin todo el camino desde Aguasdulces a Los Gemelos.» Los desposados comían del mismo plato, bebían de la misma copa y entre sorbo y sorbo intercambiaban castos besos.
[…]
—Vuestras hermanas bailan muy bien —le dijo a Ser Ryman Frey en un intento de entablar conversación amable.
—Todas son tías y primas.
Ser Ryman bebió un trago de vino, el sudor le corría por la mejilla hasta la barba.
«Este hombre está amargado y ha bebido de más», pensó Catelyn.
[…]
Pequeño Jon Umber y Robin Flint estaban sentados frente a Robb, justo delante de Walda la Bella y Alyx, respectivamente. Ninguno de los dos había probado una copa. Eran, junto con Patrek Mallister y Dacey Mormont, los guardianes de su hijo para aquella noche. Un banquete nupcial no era una batalla, pero cuando los hombres bebían demasiado siempre había peligro, y un rey no debía carecer nunca de protectores. Aquello tranquilizaba a Catelyn, y aún más la tranquilizaban los cintos con las espadas que colgaban de las paredes.
«Nadie necesita una espada para atacar unos sesos de ternera en gelatina.»
[…]
«¿Habrá habido alguna vez una boda con menos dicha? —se preguntó. Hasta que se acordó de su pobre Sansa, casada con el Gnomo—. Apiádate de ella, Madre. Tiene buen corazón.» El calor, el ruido y el humo le estaban dando náuseas. Los músicos de la galería eran numerosos y ruidosos, pero no tenían mucho talento. Catelyn bebió otro sorbito de vino y dio permiso a un paje para que le volviera a llenar la copa. «Dentro de unas horas habrá pasado lo peor.» Apenas faltaba un día para que Robb partiera rumbo a otra batalla, en esta ocasión contra los hombres del hierro en Foso Cailin. Por extraño que pareciera, la perspectiva era casi un alivio. «Ganará la batalla. Gana todas las batallas, y los hijos del hierro no tienen rey. Además, Ned le enseñó bien.» Los tambores redoblaban. Cascabel pasó saltando junto a ella una vez más, pero la música era tan estrepitosa que apenas se oían las campanillas.
[…]
—Unas pocas horas más y terminará esta farsa, madre —dijo en voz baja mientras el Gran Jon cantaba sobre la doncella que tenía miel en el cabello—. Walder el Negro ha sido dulce como un corderito para variar, y el tío Edmure parece muy satisfecho con su esposa.
[…]
Cuando se ponía un vestido en vez de una cota de mallas, la hija mayor de Lady Maege era bastante atractiva, alta, espigada, con una sonrisa tímida que le iluminaba el rostro alargado. Era una grata sorpresa que resultara igual de grácil en la pista de baile que en el patio de armas. Catelyn se preguntó si Lady Maege habría llegado ya al Cuello. Se había llevado consigo al resto de sus hijas, pero Dacey, como compañera de combate de Robb, había optado por quedarse con él.
«Tiene el mismo don de Ned, inspira lealtad.» Olyvar Frey también había mostrado devoción hacia su hijo. Robb le había contado que Olyvar había querido seguir con él incluso después de que se casara con Jeyne.

 

Son amargamente irónicas estas últimas palabras al tener en cuenta que tanto Eddard como Robb murieron traicionados en el Sur. Pero padre e hijo, sin embargo, no solo comparten ese don, sino también una misma desgracia: el honor. Si algo aprendió Robb de su padre, fue no cometer el mismo error por el que este fue juzgado, que no fue otro que engendrar un bastardo. Al casarse con Jeyne, en efecto, Robb trató de quedar por encima de su padre, haciendo lo correcto en aquello en lo que este último fracasó.

Robb_Stark_Rey_En_El_Norte

Robb Stark, Rey en el Norte, por guinnessyde

Salvando las distancias, la historia recuerda en cierto modo al romance del príncipe Duncan y Jenny de Piedrasviejas, en el sentido de que ambos parecen tratar de «superar» a sus respectivos padres. Duncan fue el primogénito del rey Aegon V. Al igual que Robb, recibió su nombre en honor al mejor amigo de su padre, Ser Duncan el Alto. Su padre se había casado por amor con Betha Blackwood, puesto que las posibilidades de llegar al Trono de Hierro eran tan remotas en su caso que no había objeción alguna al matrimonio. Como Robb, Duncan decidió ir más lejos que su padre, y decidió casarse con la jovencita de la que estaba enamorado, Jenny de Piedrasviejas. Para ello tuvo que renunciar a la Corona, cosa que hizo de buen grado. A Robb su matrimonio le costaría incluso la cabeza con la que sostenerla.

De forma semejante a Jeyne, Jenny tenía más pasado que presente. En su opinión, descendía del linaje real de los Primeros Hombres, como así lo hacen los Westerling. Jenny se hacía acompañar de una bruja de los bosques, presumiblemente el Fantasma del Alto Corazón, esa ancianita albina que presagió la muerte de Robb y Catelyn en sus sueños. Jeyne, por su parte, también tiene ciertas conexiones con la brujería, puesto que su bisabuela fue una maegi del este, de la que nada más sabemos.

Robb aguardó en Piedrasviejas, el antiguo dominio de la Casa Mudd, último linaje de los Primeros Hombres en el Tridente; antes de partir de Los Gemelos. De hecho, se interesó por Tristifer V, el último Rey de los Ríos y las Colinas, quien, en un cruel guiño, perdió su reino frente a los Reyes de la Tormenta y los Hijos del Hierro. Allí, de hecho, el Joven Lobo cantó la famosa canción de Jenny de Piedrasviejas. Es una canción de amor, verdaderamente triste, de la que solo conocemos un intrigante fragmento, que parece remitir a la Tragedia de Refugio Estival, dejándonos con la duda de si consiguió sobrevivir a la misma o no: en los salones de reyes que ya no están, Jenny baila con sus fantasmas

El paralelismo es tal que es sugerente incluso pensar en una posible traición en Refugio Estival. Porque la Boda Roja es una traición, tanto a los ojos de los dioses como de los hombres. Sus perpetradores quedarán estigmatizados, especialmente los anfitriones. Los Frey se ganan el odio eterno de los lectores y el desprecio generalizado de los ponientis. No obstante, al menos tenían un motivo para atacar al Rey en el Norte, puesto que ellos fueron los primeros traicionados. Pero no podemos olvidar que no fueron los ribereños los únicos implicados en la conspiración:

Un hombre vestido con armadura oscura y capa color rosa claro se acercó a Robb.
Jaime Lannister os envía recuerdos —dijo. Clavó la espada en el corazón de su hijo y la retorció.

 

Roose Bolton

Roose Bolton, por Bella Bergolts

Y es que si Lord Walder Frey podía argüir, como justificación de la barbarie, que fue Robb Stark quien rompió primero su juramento, la decisión de la Casa Bolton no puede defenderse más allá del maquiavelismo de Roose. Roose no solo asestó el golpe de gracia a Robb Stark, sino que tomó parte activa de la ruina de su causa. Aunque a veces dé esa impresión, Roose no actuó como un simple arribista ni decidió cambiar de capa porque las conquistas del Joven Lobo cedieran ante el avance del enemigo. Por el contrario, trabajó a fondo desde muy pronto para debilitar desde dentro al Rey en el Norte. La destrucción de las fuerzas de Ser Rodrik Cassel y de Invernalia por los hombres de Fuerte Terror, la decisión de enviar a buena parte de las tropas del rey —pero no a sus hombres— al Valle Oscuro y la propia negociación con Jaime son pruebas suficientes de que Roose se aupó al caballo ganador, sí, pero no sin antes haberle allanado todo el camino que pudo sin levantar sospechas, desangrando poco a poco a los norteños. En ese sentido sí podemos decir que es un auténtico vampiro.

Pero no es el único monstruo de leyenda. En Piedrasviejas, pocos días después de la Boda Roja, una madre que lo ha perdido todo bailará con sus fantasmas. Catelyn muere antes incluso de que le rebanen el cuello: lo hace en el momento mismo en el que muere Robb. Catelyn eran sus hijos, pero con la excepción de Sansa —si bien podemos entender el propio matrimonio como una muerte metáforica de la joven Stark, en cuanto todo matrimonio supone una «salida» del núcleo familiar para formar una nueva familia—, todos están muertos para ella. Y si cuando se jugaba el reino de su hijo tenía el derecho de una madre a soltar su rehén más valioso, ahora ese derecho incluirá una historia de venganza que comienza antes de la propia muerte de Catelyn.

Robb había roto el juramento que prestara, pero Catelyn cumplió el suyo. Tiró con fuerza del pelo de Aegon y le cortó el cuello hasta que la hoja rechinó contra el hueso. La sangre cálida le corrió por los dedos. Las campanitas del retrasado tintineaban, tintineaban, tintineaban, y el sonido del tambor retumbaba, retumbaba, retumbaba…

 

Pero eso es algo de lo que hablaremos cuando nos centremos en el análisis del epílogo de Tormenta de Espadas. Por ahora basta con saber que en catelyn vii vemos que Aegon es un pobre deficiente que en modo alguno pudo tomar parte activa de la Boda Roja, que Petyr Espinilla cayó desmayado por culpa del alcohol y que si bien Merrett Frey pudo aguantarle el ritmo al Gran Jon Umber, no consiguió que el norteño desfalleciera emborrachado.

Y ahora, contadnos. ¿Qué destacaríais vosotros de la Boda Roja?

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