Capítulo de Cersei X, momento en el que la reina es apresada por el Gorrión Supremo.

Una semana más, El Campeón del Torneo regresa para anunciar un nuevo ganador. Más de la mitad de vosotros habéis votado por cersei x, y es que una cosa queda clara: todos le teníamos muchas ganas a la reina.

El reinado de la forma

Si algo caracteriza al capítulo es, sin duda, el engaño al que nos somete Martin. Solo tres o cuatro páginas revelan el plan que el escritor tenía preparado para nosotros, porque el resto del capítulo, por el contrario, parece narrar la victoria de Cersei. En efecto, es fácil comparar hasta qué punto sorprende el giro que guarda cersei x con el propio giro que Martin le da a nuestras expectativas con el personaje durante todo Festín de Cuervos. Ambos encajan a la perfección como una oda a la forma, a las apariencias. Pero es que, de hecho, incluso el capítulo comienza igual: con una gran actuación de Cersei, la desventurada imitadora.

Lo interesante del asunto es que en realidad es la propia Cersei quien ha cavado su tumba. Su egocentrismo es tal que ni siquiera necesita enemigos para caer: ella misma puede fabricárselos. Son sus maquinaciones contra Margaery las que provocan que el Gorrión Supremo acabe averiguando todos sus pecados mediante la confesión de Osney Kettleback. Son asimismo sus acuerdos con la Fe los que permiten que el Gorrión Supremo acapare un poder suficiente como para poder enfrentarse a la reina madre. Son, por supuesto, sus extremas ambiciones de poder las que imposibilitan que la monarquía pueda efectuar algún tipo de reacción ante su encarcelamiento, pues ha sido ella misma quien ha llenado el Consejo Privado de marionetas y figuras de segunda. De hecho, podría decirse que son incluso las ganas de regodearse en la miseria de Margaery las que la llevan al Gran Septo de Baelor, y que el destino, completamente sobrepasado por las circunstancias, decida disparar una dosis de justicia poética que ya no se puede seguir guardando.

—No debe correr la sangre; me encargaré de ello —dijo cuando terminó de farfullar—. Iré en persona al septo de Baelor para hablar con la reina Margaery y con el Septón Supremo. Sé que Tommen los quiere a los dos, y deseará que los ayude a hacer las paces.
—¿Paz? —Ser Harys se secó la frente con una manga de terciopelo—. Si es posible que haya paz… Es muy valiente por vuestra parte.

 

Ella misma es consciente de lo irónico de su situación al finalizar el capítulo:

—No. —Le cogió una mano—. Aún queda esperanza. Vuestra Alteza tiene derecho a demostrar su inocencia con un combate. Vuestro campeón está preparado, mi reina. No hay hombre en los Siete Reinos que pueda enfrentarse a él. Basta con que deis la orden…
Fue incapaz de seguir conteniendo la risa. Aquello era tan divertido, tan horriblemente divertido…
—A los dioses les gusta burlarse de nuestros planes y esperanzas. Tengo un campeón al que no podría derrotar ningún hombre, pero se me prohíbe utilizarlo. Soy la reina, Qyburn. Sólo un Hermano Juramentado de la Guardia Real puede defender mi honor.
—Entiendo. —La sonrisa se desvaneció en el rostro de Qyburn—. No sé qué deciros, Alteza. No sé qué puedo aconsejaros…

 

La vanidad, la torpeza y, por supuesto, una deformada imagen de sí misma hacen que Cersei pierda en su primera y verdadera partida en el juego de tronos. La leona no comprende el fondo de prácticamente ninguna cuestión, pues lo suyo es el reinado de la forma. Cersei, como el niño que creció educado frente a la televisión, ha aprendido de lo que ha visto, pero ha sido incapaz de extraer ninguna lección de todo aquello que le ha tocado vivir. Podría pensarse que su condición de mujer en un mundo como el de Poniente ha tenido algo que ver y, al menos en cierto modo, hay parte de verdad en ello; pero excusarla así le haría un flaco favor al resto de personajes femeninos en la saga que sí tienen un par de dedos de frente habiendo crecido en el mismo mundo o en unas circunstancias mucho más complicadas.

Todo su arco en Festín de Cuervos es el desarrollo de este reinado de la forma. Prácticamente en todos y cada uno de los capítulos que lo conforman observamos el modo en que Cersei decide exponer al mundo su ignorancia: imita, copia y actúa, pero todo se queda en la superficie. La vemos nombrando un Consejo Privado joven, a semejanza de lo que hicieron Aerys y su padre, pensando que eso y solo eso sería suficiente para imitarlo; la vemos con Taena en la cama imitando a Robert en el dormitorio, pensando que ese es el derecho del rey; la vemos despreciando las leyes de Maegor, pensando que ella es más lista que nadie. Y es que la línea que separa la osadía de la imbecilidad es muy fina:

—Hay mucha diferencia entre ser obstinado y ser imbécil. «Un rey fuerte actúa con osadía». ¿De dónde ha sacado eso?
De mí no, te lo prometo —se defendió Cersei—. Debe de ser algo que le oyó decir a Robert.
—Lo de que te escondiste debajo de Roca Casterly parece cosa de Robert, sí —señaló Tyrion, que no quería que Lord Tywin se olvidara de ese detalle.
Sí, ya lo recuerdo —dijo Cersei—. Robert le decía muchas veces a Joff que un rey tiene que ser osado.

tormenta de espadas, tyrion vi

 

Evidentemente, ahora sabemos de dónde sacó eso el niño. Y, aunque él no pudo llegar a ponerlo en práctica, su madre sí lo haría poco tiempo después. Lo que vemos en cersei x es el colofón a tanta osadía:

¡Soy la reina! —les gritó al tiempo que retrocedía—. ¡Os haré decapitar, os cortaré la cabeza a todas! ¡Dejadme pasar!
En vez de obedecer, intentaron agarrarla. Cersei corrió hacia el altar de la Madre, pero allí la atraparon; eran una veintena, y la arrastraron mientras pataleaba por las escaleras de la torre. Dentro de la celda, tres hermanas silenciosas la sujetaron mientras una septa llamada Scolera la desnudaba. Le quitó hasta la ropa interior. Otra septa le tiró un vestido sencillo de lana basta.
—¡No podéis hacerme esto! —siguió gritando la Reina—. ¡Soy una Lannister, soltadme, mi hermano os matará, Jaime os rajará del coño a la garganta, soltadme! ¡Soy la reina!

 

Porque, como dijo en cierta ocasión su padre:

—Cállate, Cersei. Joffrey, cuando tus enemigos te desafíen debes responderles con acero y fuego. Pero, cuando se pongan de rodillas, debes ayudarlos a levantarse. De lo contrario nadie volverá a arrodillarse ante ti. Y si alguien tiene que decir «yo soy el rey», es que no es el rey. Aerys no lo llegó a entender, pero tú lo entenderás. Una vez gane la guerra para ti, restauraremos la paz del rey y la justicia del rey. Tú sólo te tienes que preocupar de desvirgar a Margaery Tyrell.

tormenta de espadas, tyrion vi

 

Y así la vemos finalmente, como cualquier cosa, menos como una reina. De hecho, en el último momento Cersei recibe otra interesante lección, una que podría haberle hecho entender que la imagen de sí misma, esa Tywin Lannister con tetas que solo existe en su imaginación, es un burdo delirio del que incluso sus hermanos se ríen.

—La reina debería rezar —dijo la Septa Scolera antes de dejarla desnuda en la celda helada.
Ella no era la dócil Margaery Tyrell; no se pondría el vestido ni se sometería al cautiverio.
«Les enseñaré qué significa meter un león en una jaula», pensó Cersei.
Desgarró el vestido, lo hizo mil pedazos, cogió el jarro de la jofaina y lo estrelló contra la pared, y luego hizo lo mismo con el orinal. Al ver que nadie acudía, empezó a golpear la puerta con los puños. Su escolta estaba abajo, en la plaza: diez guardias de la Casa Lannister y Ser Boros Blount.
«Cuando me oigan, vendrán a liberarme; cargaremos de cadenas al condenado Gorrión Supremo y lo llevaremos a rastras a la Fortaleza Roja.»
Gritó, pataleó y aulló ante la puerta y ante la ventana hasta que tuvo la garganta en carne viva. Nadie respondió a los gritos; nadie acudió en su rescate. La celda empezó a oscurecerse. Cada vez hacía más frío. Cersei empezó a tiritar.
«¿Cómo pueden dejarme así, sin siquiera un fuego? ¡Soy su reina!»
Empezaba a lamentar haber hecho pedazos el vestido. En el jergón de la esquina había una manta desgastada y fina de lana marrón. Era basta y raspaba, pero no tenía nada más. Cersei se acurrucó bajo ella para dejar de tiritar, y no tardó en dormirse, agotada.
[…]
El día no llegó acompañado de alivio alguno. Mientras salía el sol, la Septa Moelle le llevó un cuenco de unas gachas grises y aguadas. Cersei se lo tiró a la cara. Pero cuando le llevaron otro jarro de agua, tenía tanta sed que no le quedó más remedio que beber. Le llevaron otro vestido gris y fino que apestaba a moho, y se lo puso para cubrir su desnudez. Y aquella tarde, cuando volvió Moelle, se comió el pan y el pescado, y exigió que le llevaran vino. El vino no llegó, pero sí la septa Unella, que la visitaba cada hora para preguntar si estaba lista para confesar.
[…]
Estaba a punto de amanecer el segundo día. Cersei lamía los últimos restos de gachas del cuenco cuando la puerta de su celda se abrió inesperadamente para dejar paso a Lord Qyburn. Tuvo que recurrir a todo su autodominio para no echarse en sus brazos.

 

Eso es lo que realmente es Cersei. Despojada de toda la pompa y el boato, la voluntad de Cersei es quebradiza. Tanto que, tras repudiarlo, Cersei lo único que puede hacer es implorar la ayuda de su hermano Jaime. Y al hacerlo, Cersei hace partícipe por primera vez a alguien que no tiene sus días contados del «amor» que se profesan ambos. Y es obligatorio entrecomillar lo de «amor», porque en este caso Cersei parece ver más que nunca a Jaime como una prolongación de sí misma:

—«Vuelve ahora mismo. Ayúdame. Sálvame. Te necesito como no te había necesitado jamás. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Vuelve ahora mismo.»
—Como ordenéis. ¿«Te quiero» tres veces?
—Tres veces. —Tenía que conmoverlo—. Vendrá. Sé que vendrá. Tiene que venir. Jaime es mi única esperanza.
—Mi reina —titubeó Qyburn—, ¿lo habéis olvidado? Ser Jaime ya no tiene la mano de la espada. Si es vuestro campeón y pierde…
«Abandonaremos este mundo juntos, como llegamos a él.»
—No perderá. Jaime no perderá. No si mi vida está en juego.

 

No obstante, del mismo modo que Cersei no se debería haber regodeado en las miserias de Margaery, nosotros tampoco debemos hacerlo con la reina. Porque, en nuestra opinión, Martin nos ha vuelto a engañar. Y es que es imposible disociar este capítulo de los dos que Cersei tiene en Danza de Dragones. Esos dos capítulos y no este son en realidad el verdadero colofón al arco que se abre en Festín de Cuervos para la reina.

¿Por qué decimos esto? Porque lo que ha sido un clímax hecho a medida para el lector, la caída de Cersei, en realidad no ha sido en absoluto una catarsis para el personaje. De hecho, lo verdaderamente irónico del arco de Cersei en Festín de Cuervos no es que ella piense que ser Robert Strong no podrá defenderla en un juicio por combate. En absoluto. Lo verdaderamente irónico del arco es que, tras todo un libro tratando de apartar del poder a los Tyrell, estos ocupen todos los puestos importantes. Lo verdaderamente irónico del arco es que, tras todo un libro rodeándose de títeres y muñecos de trapo que la llevarán a su perdición, confiar precisamente en la mayor de las marionetas, ser Robert Strong, será lo que salve su vida.

Así pues, incluso aquí, por tanto, lo que vemos es un reinado de la forma, de la apariencia y del engaño. Martin, con esos dos pequeños capítulos de Danza de Dragones, no hizo más que engañarnos al tratar de hacernos pensar que cersei x era el clímax de su reinado, su verdadera derrota, la caída que todos los lectores esperábamos. Pero no es así, ni mucho menos. Tanto ella como el escritor nos mostrarán unas buenas dotes de jardinería durante Vientos de Invierno.

Ahora bien, no hay que olvidar por qué Cersei ha llegado hasta aquí. Y es que Martin, con el personaje, consigue fundir el más crudo realismo con la parte más fantasiosa de la saga incluso en una de las tramas más políticas de la saga. En este caso nos referimos, por supuesto, a la profecía del valonqar. Y si bien por el momento todavía está por resolver, lo que está claro es que, como dijimos hace tiempo, los días de Cersei en este mundo han quedado marcados por las palabras que le dedicó Maggy la Rana. Sin quererlo, ella misma está allanándole el camino al destino para que los hados se acaben cumpliendo. Y se cumplirán.

Y, ahora, vuestro turno: ¿qué destacaríais vosotros de este capítulo? ¿Consiguió Martin engañaros? ¿Creéis que esta es realmente la caída de Cersei?