Análisis de Arya XIII de Tormenta de Espadas, cuando la joven recupera a Aguja y abandona al Perro para dirigirse a Braavos
Volvemos una semana más con una nueva edición de El Campeón del Torneo, la sección en la que buscamos el capítulo más valorado de Canción de Hielo y Fuego mediante los votos de toda la comunidad.
Como siempre, queremos empezar agradeciendo vuestra participación en la última edición. Esta vez las cosas han estado un poco más reñidas que en la encuesta de Catelyn Stark. No obstante, también hay un claro ganador. Aunque el combate entre Beric Dondarrion y el Perro en la Colina Hueca (arya vi) y el secuestro de Arya por parte de este último (arya viii) también han sido muy valorados por la comunidad, el capítulo mejor valorado del arco de Arya Stark en Tormenta de Espadas ha sido arya xiii. ¡Vamos allá!
Arya y el Perro: una amarga despedida
Por no faltar a la costumbre y seguir reforzando los parecidos entre tía y sobrina, parecía necesario que una nueva jovencita Stark fuera secuestrada en los alrededores de Harrenhal. Esta vez no apareció ningún príncipe dragón, sino un Perro. Desde entonces, Arya y el Perro aprendieron a convivir juntos y, en cierto modo, la joven loba también aprendió a ver más allá de la cara quemada de Sandor Clegane y de su condición de espada juramentada del rey Joffrey.
Antes de abandonar Poniente, Arya regresa a la posada donde comenzaron a torcerse las cosas en el viaje hacia Desembarco del Rey. Pero apenas tiene tiempo de rememorar nada, pues otros recuerdos del pasado, mucho más crueles y duros, vuelven para golpearla de nuevo. Polliver, el Cosquillas y un joven escudero también se encuentran en la posada. Visto que no había forma de conseguir un rescate por Arya, el Perro ya ni siquiera se preocupaba por que la joven pudiera fugarse. De hecho, Arya podría haberse escapado perfectamente en vez de entrar a la posada. Pero decidió entrar.
Una de las primeras reflexiones que Arya hace en la posada es compartida por el lector, y refleja muy bien lo agridulce de la justicia poética de Martin. De hecho, incluso el contexto en el que tiene lugar esta revelación es otra bofetada de realismo para el lector. Así, que Arya no consiga encontrar a su madre y volver con ella es otra de las decisiones tomadas por el escritor norteamericano para dejar claro su postura ante los tópicos literarios:
Arya dio un paso más hacia el centro de la estancia. «Joffrey está muerto». Casi lo podía ver ante sí, con aquellos rizos rubios y la sonrisa antipática en los labios gordos y blandos. «¡Joffrey está muerto!» Sabía que tendría que alegrarse, pero aún se sentía vacía por dentro. Joffrey estaba muerto, sí, pero ¿qué importaba, si Robb había muerto también?
Todo esto crea el clima adecuado, además, para la cruda venganza que se tomará Arya poco después. Sin duda, la venganza es otro de los tópicos literarios más utilizados, pero de nuevo Martin deja su particular impronta, su especial forma de mostrar algo que hemos visto mil veces. Porque todos deseábamos la muerte del Cosquillas, pero no nos esperábamos esto:
El Cosquillas retrocedió. Arya olió su miedo. De repente, la espada corta que él llevaba en la mano parecía casi un juguete comparada con la larga hoja que blandía el Perro, y tampoco llevaba armadura. Se movía deprisa, con los pies ligeros, sin apartar los ojos de Sandor Clegane. Por eso a Arya no le costó nada ponerse tras él y apuñalarlo.
—¿Dónde está escondido el oro de la aldea? —le gritó mientras le clavaba la daga en la espalda—. ¿Plata, piedras preciosas? —Lo apuñaló dos veces más—. ¿Hay más comida? ¿Dónde está Lord Beric Dondarrion? —Estaba encima de él y lo seguía apuñalando—. ¿Qué dirección tomó? ¿Cuántos hombres llevaba? ¿Cuántos caballeros, cuántos arqueros, cuántos hombres de a pie, cuántos, cuántos, cuántos, cuántos, cuántos? ¿Dónde está escondido el oro de la aldea?
Cuando Sandor consiguió apartarla de él, ya tenía las manos rojas y pegajosas.
Tal ensañamiento da que pensar. Para entender bien lo que queremos plantear, debemos recordar que anteriormente, Arya y el Perro habían hablado sobre cómo matar a un hombre: apuñalándole en el corazón. La joven loba, por tanto, ya sabe cómo dar la piedad y, de hecho, hará lo propio con el estúpido escudero que acompañaba a Polliver y al Cosquillas. Qué duda cabe, alguien tan cruel como el Cosquillas no se merecía ningún tipo de compasión, y el lector está deseando que al torturador le suceda una desgracia de este estilo.
Pero si dejamos a un lado las pasiones, lo que vemos es a una niña medio poseída en un ritual aterrador. Arya asesta puñalada tras puñalada, repetidamente, hasta dejar casi una masa sanguinolenta. Como señalaba en el capítulo anterior, allí donde antes estaba el corazón de Arya hay ahora un agujero; no sabría si algún día podría curarlo. Arya borra por primera vez un nombre de su lista con sus propias manos. Y, como decimos, Martin no quiere vendernos esto como un ejercicio de la típica justicia poética, ni siquiera como una fría venganza. El encuentro es fortuito, cosa del destino si se quiere, y el ensañamiento es brutal. No obstante, la lista empieza a menguar por primera vez:
—Ser Gregor la Montaña —dijo en voz baja—. Dunsen, Raff el Dulce, Ser Ilyn, Ser Meryn, la reina Cersei.
Se sintió rara al dejar fuera de la lista a Polliver y al Cosquillas. Y a Joffrey, también a Joffrey. Se alegraba de que hubiera muerto, pero le habría gustado verlo morir o mejor aún matarlo ella.
«Polliver dijo que Sansa y el Gnomo lo mataron. —¿Sería verdad? El Gnomo era un Lannister y Sansa—… Ojalá me pudiera transformar en lobo, ojalá me salieran alas y pudiera marcharme volando.»
Si Sansa también había caído, ella era la única Stark que quedaba. Jon estaba en el Muro a mil leguas de distancia, pero era un Nieve, y aquellos tíos y tías a los que el Perro quería venderla tampoco eran Starks. No eran lobos.
Sandor gimió y Arya giró para ponerse de costado y mirarlo. Se dio cuenta de que también había omitido su nombre. ¿Por qué? Trató de pensar en Mycah, pero le costaba recordar su cara. No lo había conocido durante mucho tiempo.
«Lo único que hizo fue jugar a las espadas conmigo.»
—El Perro —susurró—. Valar morghulis —añadió.
Tal vez por la mañana estaría muerto…
Cuando la piedad significa matar a alguien causándole el menor daño posible, el mundo es brutal y desalmado. Y sus gentes, brutales y desalmadas. Es normal, no obstante, que Arya participe de todo esto. Como indicamos al repasar su arco, no deja de ser una broma de mal gusto que lo único que Arya puede recuperar de su pasado sea una espada. Arya buscaba a su madre, ser una niña —rebelde, pero niña— otra vez, y sin embargo se encuentra con Aguja. En cierto modo no deja de ser un desenlace lógico, pues Arya no ha conocido más que crueldad y violencia.
Y tras asesinar despiadadamente a un hombre y darle la piedad a otro, llegó el momento de enfrentarse al Perro. Malherido, Sandor se muestra como la víctima perfecta para Arya. Y ella está decidida a matarlo. No es hasta que este despierta y le ruega que lo mate cuando la joven decide no hacerlo. El Perro no se merece piedad alguna. Arya luego se arrepentirá de esta decisión. Pero en ese momento, todavía no hay lugar para servir la venganza en plato frío.
Se preguntó si aquello de Salinas estaría lejos y si podría llegar por su cuenta. «No tendría que matarlo. Si me marcho a caballo y lo dejo aquí se morirá él solo. Se morirá de fiebre y se quedará aquí tirado bajo el árbol hasta el fin de los tiempos.» Pero quizá sería mejor si lo mataba ella misma. Había matado al escudero en la posada, y el chico no había hecho más que agarrarla por el brazo. El Perro en cambio había matado a Mycah. «A Mycah y a muchos más. Seguro que ha matado a más de cien Mycahs.» Probablemente la habría matado también a ella si no fuera por el rescate.
Aguja centelleó cuando se la sacó del cinturón. Al menos Polliver la había conservado afilada y en buen estado. Giró el cuerpo de lado en una posición de danzarina del agua que le salió por instinto. Las hojas secas crujieron bajo sus pies. «Rápida como una serpiente —pensó—. Suave como la seda de verano.»
Sandor abrió los ojos.
—¿Recuerdas dónde está el corazón? —preguntó en un susurro ronco.
—Sólo… iba a… —Se había quedado inmóvil como una piedra.
—¡No mientas! —gruñó—. Detesto a los mentirosos. Y a los mentirosos cobardes aún más. Venga. Hazlo. —Al ver que Arya no se movía entrecerró los ojos—. Maté a tu amiguito, el hijo del carnicero. Casi lo corté en dos y me reí. —Emitió un sonido extraño; Arya tardó un momento en comprender que estaba sollozando—. Y el pajarito, tu hermana, tu preciosa hermana… me quedé allí, con mi capa blanca, y dejé que la golpearan. Yo le arrebaté aquella canción de mierda, no me la dio. Y me la habría llevado a ella. Me la tendría que haber llevado. Me la tendría que haber follado hasta matarla, le tendría que haber arrancado el corazón antes de dejarla para ese enano. —Un espasmo de dolor le retorció el rostro—. ¿Qué quieres, loba, que te lo suplique? ¡Vamos! El don de la piedad… venga a tu amigo Michael…
—Mycah. —Arya se alejó de él—. No te mereces el don de la piedad.
Este es un golpe bajo, de nuevo, para las expectativas del lector. Sandor se había ganado la simpatía y la comprensión del lector. A fin de cuentas, Martin consigue mostrarlo como un pobre hombre al que otros más poderosos utilizan para cumplir sus objetivos, esa banalidad del mal que encarnan aquellos que solo cumplen órdenes sin cuestionarlas. Pero Sandor, por fin, había conseguido liberarse de ese yugo. Y deseando su muerte durante tres libros, es justo ahora, cuando queremos seguir leyendo más sobre el Perro, cuando Martin decide recrear una situación crítica.
Es un cliffhanger realmente medido, aunque nosotros creemos que Sandor Clegane sigue con vida. De hecho, ya dijimos en la pasada edición que no dejaba de ser irónico que el Perro sobreviviera teniendo en cuenta que Arya, camino de convertirse en uno de los acólitos que hacen de la muerte un auténtico acto sagrado de piedad, lo dejara vivo. Ella, que en Braavos aprenderá a dar tal regalo, le niega al Perro su muerte, y este sobrevive. Pero también es irónico que las intenciones de Arya y el Perro pasaran por acudir a Salinas para tomar un barco que los llevara rumbo al Valle, porque el barco en el que la joven Stark se enrola es la Hija del Titán, mientras su hermana Sansa se está haciendo pasar por hija natural de Meñique, cuyo blasón original era la cabeza del Titán de Braavos.
Así, mientras una falsa Arya pronto pondrá rumbo a Invernalia, la joven Stark abandona Poniente en dirección a Braavos, donde se convertirá en una asesina mortífera. Un destino, en todo caso, pensado desde un principio, desde el momento en el que Martin decidió que Jon le regalara su estilizado estoque. La pregunta que nos queda es, por tanto, es si el agujero en el pecho con el que parte a Essos habrá sanado cuando vuelva y, si no es así, si al menos será capaz de servir fría la venganza.
Y ahora, vuestro turno: ¿por qué creéis que Arya no quiso darle la piedad al Perro? ¿Se merecía una muerte así o Arya debería haberle entregado la piedad? ¿Qué destacaríais vosotros de este capítulo?
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