Mientras que el capítulo anterior de Ser Barristan se centraba en los preparativos de la batalla, en este nos encontramos en medio de la misma. El caballero siente cómo se le retuercen las tripas mientras cabalga por las puertas, aunque sabe que los nervios se le irán una vez el tiempo se ralentice en el calor de la batalla. El caballo de la Reina deja enseguida atrás al resto de la caballería. Esto place a Barristan, ya que tiene intención de llegar antes que el Hacedor de Viudas y dar el primer golpe. Los yunkíos están desprevenidos, por lo que el viejo caballero consigue asediar a Bruja, la catapulta más grande. Los Cuervos de la Tormenta gritan «¡Daario!» y «¡Volad, Cuervos de la Tormenta!», y Barristan piensa para sus adentros que no volverá a dudar del valor de los mercenarios.

Tan sólo treinta yardas separan al caballo Plata de las legiones de Yunkai en el momento en que se monta la defensa. El aire se llena de flechas. Un escudero de los Cuervos de la Tormenta muere, y una flecha daña el escudo de Ser Barristan. Suena un cuerno tres veces, y los gladiadores de las arenas aparecen por las puertas detrás de ellos.

Barristan se gira para ver a los luchadores. Hay alrededor de doscientos, pero hacen ruido como si fueran dos mil. Destaca una mujer que no lleva más que grebas, sandalias, una falda de cota de malla y una pitón. El caballero se queda impactado mientras ve sus pechos botando en el aire, y piensa que seguramente este sea su último día vivo. Los gladiadores están gritando «¡Loraq!» e «¡Hizdar!», aunque algunos también gritan «¡Daenerys!»

Una flecha impacta en el pecho de Larraq, lo que llama la atención de Barristan al frente, pero el escudero mantiene el estandarte en el alto y se la saca.

Barristan ha llegado a Bruja, pero una legión guiscari de seis mil hombres se ha alineado para proteger la enorme catapulta. Tienen seis filas de profundidad; la primera fila se arrodilla y mantiene las lanzas apuntando hacia arriba, la segunda fila está de pie y apuntan con las lanzas a la altura de la cintura, y la tercera fila sostiene las lanzas en los hombros. El resto tienen pequeñas lanzas y están preparados para avanzar en cuanto caigan sus compañeros.

El viejo caballero sabe que debe identificar el eslabón más débil, y destaca a las compañías de los señores yunkios como los más débiles de sus enemigos inmediatos, bastante más débiles que las legiones de esclavos. En concreto, Barristan se centra en Pichón y sus garzas. Los esclavos que fueron elegidos para ser garzas eran peculiarmente altos antes de que se pusieran zancos, y visten plumas y escamas rosas y picos de acero. Pero Barristan se da cuenta de que con el amanecer sobre la ciudad no serán capaces de ver. Para romper las filas fácilmente, Barristan deja la legión protegiendo la catapulta en el último momento y se dirige a las garzas.

Corta la cabeza de una de las garras y sus muchachos se unen al combate. El caballo de Daenerys golpea a una garza contra otras tres y todos se caen. Inmediatamente, las garzas empiezan a esparcirse y huir guiadas por el Pequeño Pichón. Por desgracia para éste último, se tropieza con su armadura de pájaro y es atrapado por el Cordero Rojo. El Pequeño Pichón ruega clemencia, diciendo que puede conseguir un gran rescate. El Cordero Rojo dice simplemente: «He venido a por sangre, no a por oro», y golpea la cabeza del Pequeño Pichón con su maza, salpicando de sangre al caballo de Daenerys y al propio Barristan.

Los inmaculados empiezan a marchar a través de las puertas, y Barristan observa que los yunkios han perdido la oportunidad de lanzar un contraataque efectivo. Mientras ve como legiones de esclavos son masacradas, sobre todo los que estaban encadenados juntos y no pudieron huir, se pregunta dónde habrán ido las compañías de mercenarios como los traicioneros Segundos Hijos. Los inmaculados acaban de alinearse fuera de las puertas y no se inmutan ni cuando uno de los suyos cae por una flecha de ballesta en el cuello.

Trumco llama la atención de Barristan a la bahía preguntando que por qué hay tantos barcos. Barristan recuerda que el día anterior había sólo veinte, pero ahora había el triple. Cuando razona que los barcos de Volantis debe haber llegado se hunde, pero entonces se da cuenta de que algunos de los barcos están chocando entre sí. Le pide a Trumco que identifique los estandartes, y éste le dice: «Calamares. Calamares enormes. Como en las Islas Basilisco, donde a veces hunden barcos enteros». Barristan le dice que en su tierra, les llaman krakens.

Dándose cuenta de que los Greyjoy han llegado, lo primero que se pregunta es que si Balon Greyjoy se habrá aliado con Joffrey o con los Stark; pero entonces recuerda haber oído que Balon había muerto, y reflexiona sobre si se tratará del hijo de Balon, el que estaba en custodia con los Stark. Mientras ve como los hijos del hierro llegan a tierra y empiezan a luchar contra los yunkios, sorprendido, exclama: «¡Están de nuestro lado!» Los mercenarios no se habían unido en su lucha porque estaban demasiado ocupados encargándose de los hijos del hierro. Barristan se siente alegre y piensa que la situación es como cuando Baelor Rompelanzas y el Príncipe Maekar, el Martillo y el Yunque, y se regocija en que van ganando.

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