Como cada jueves alterno, regresamos con una nueva edición de Fuego y Sangre, la gran enciclopedia Targaryen. Antes de adentrarnos en las aventuras del novicio Brian, os recordamos que, gracias a la petición de los leales, aquí encontraréis todo el linaje Targaryen contenido en este árbol genealógico hecho por la leal @Noelia Aranda. Para verlo en todo su esplendor, basta con dar click encima de este banner y se abrirá una pestaña. Os recomendamos que, en esta edición en concreto, la tengáis abierta para consultar la numerosa familia de Jaehaerys y Alysanne.

Árbol Genealógico Targaryen, por Noelia Aranda

El sol de la mañana brillaba en el horizonte. Los pájaros piaban una dulce melodía. La ciudad también despertaba y las calles se llenaban de un alegre jolgorio, que competía con las caóticas canciones que cantaban los borrachos que salían de las posadas a esas horas. También me despertaba yo. Había conseguido volver a dormir a pierna suelta tras días de horribles pesadillas“Que dulces recuerdos de cuando solo soñaba que había ido desnudo a clase del Archimaestre Ebrose.”

Me asomé a la ventana a ver la mañana en Antigua y escuchar a los pájaros. No podía pasar nada mejor que uno de los cuervos de Walgrave empezase a revolotear alrededor de mi ventana. El muy bastardo se posó en el alféizar y vi qué llevaba en el pico. “No, por los dioses. Ahora que ya lo había superado”. Ese gusano me recordó a lo que me había impedido dormir más allá de la hora del búho durante días.

“…había cosas en su interior, cosas vivas que se movían y se retorcían…”

fuego y sangre: jaehaerys y alysanne: sus triunfos y tragedias

 

Comenzaron a darme arcadas y, por los insultos y maldiciones que llegaron del callejón de abajo, supuse que a alguien le cayó encima mi cena de la noche anterior. “Maldito Barth, maldito Gyldayn y maldita la hora en que encontré su libro”. Llevaba días en que la falta de sueño me había vuelto cada vez más paranoico. Por si eso fuera poco, la hideputa de mi mente me jugaba malas pasadas y no paraba de ver a esos horribles seres que salieron del cuerpo de Aerea por todas partes. Las líneas entre las baldosas del suelo… el cabello de mi amada Hermyone… las pobladas cejas de Perestan…. “¡Mierda, Perestan!”. Ya se me había vuelto a olvidar que tenía que ayudarle temprano. Otra vez que llegaba tarde. Salí corriendo por el pasillo y mi mala estrella hizo que me cruzase con el desagradable novicio Ackley. Tanto su personalidad como sus granos me daban muchísimo asco.

—Hola —dijo con su tono habitual de chulería y depresión—. ¿Por casualidad has visto a Stradlater?

—No, Ackley, no he visto a tu querido Stradlater —le contesté. Todo el mundo sabía, aunque nadie entendía la razón, que Ackley no soportaba al acólito Stradlater, cosa que a él no le importaba decir abiertamente.

—Jo, no aguanto a ese hideputa. De verdad que no lo soporto.

—Pues Ackley, criatura, él está loco por ti. Me ha dicho que cree que eres un príncipe —le dije. Si ya llegaba tarde, al menos lo compensaría riéndome del desgraciado de Ackley. “El dia que muera, el Padre me juzgará con justicia y recordará este día”.

—Deja de llamarme criatura, Brian. Qué manía más tonta. Por cierto, no se si sabes que el archimaestre Cetheres ha traído un montón de especímenes de Sothoryos, por si quisieras verlos. Lagartos tatuados, monos de esos naranjas tan grandes, murciélagos albinos… y un montón de extraños gusanos.

¿¿¿¿GUSANOS???? ¿¿¿¿HAS DICHO GUSANOS????

—Sí, hay muchísimos. Algunos son enormes, casi tan largos como mi brazo.

»Los seres…, la Madre nos asista, no sé cómo referirme a ellos, eran… gusanos con rostro…., sierpes con manos, que se contorsionaban; viscosos y atroces seres que parecían retorcerse, palpitar y ensortijarse al erupcionar de sus carnes. Algunos no eran mayores que mi meñique, pero uno, al menos, era tan largo como mi brazo. Oh, válgame el Guerrero, qué horrísonos ruidos emitían…

fuego y sangre: jaehaerys y alysanne: sus triunfos y tragedias

 

¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAH!!!!!!!

Salí corriendo como si tuviera un ejército detrás de mí. No podía estar en la Ciudadela mientras esas cosas estuvieran cerca. “No debería ni estar en la misma ciudad, que demonios. No, mejor no pienso en demonios… ”. Seguí corriendo hasta que noté que los pulmones me iban a salir por la boca. “Mejor tampoco pienso en cosas que salgan de mi cuerpo… Mejor no pensaré en nada”. Me fui hasta el Callejón Cogetrapos, donde sabía que a esas horas podría estar agusto y en paz y nadie me molestaría ni me vería llorar como un niño pequeño. Como ya era costumbre, saqué el libro de Gyldayn y seguí por donde lo había dejado.

El largo reinado: Jaehaerys y Alysanne: Política, progenie y dolor

El Lady Meredith, uno de los barcos con que los nietos de Lord Hightower acompañaron a Elissa Farman en su alocado viaje por el Mar del Ocaso, había regresado a Antigua. O más bien lo que quedaba de él. De él bajaron una tripulación compuesta de estiveños de Sothoryos enrolados durante el viaje y Ser Eustace Hightower, que fue escoltado a los salones de su abuelo, donde le narró sus desventuras.

El viaje comenzó estupendamente, rodeados por peces en cada momento… hasta que se adentraron en zonas donde no había llegado nunca nadie. Aunque al principio lo celebraron con vino del Rejo, poco después les abandonaron tanto los vientos como la salud, pues la carne se llenó de gusanos. Por si parecía poco, la mar se rebeló contra sus nuevos visitantes:

Aquella fue la primera galerna, dijo ser Eustace. Otra la siguió dos días después, y luego una tercera, cada una más violenta que la anterior. «Las olas se erguían más altas que los mástiles, y nos rodeaban truenos y relámpagos como jamás había visto, grandes rayos que rasgaban el cielo y abrasaban los ojos. Uno alcanzó el Luna de Otoño y le quebró el mástil de cofa a cubierta. En medio de toda aquella insania, un marinero gritó que había visto unos tentáculos surgidos de las aguas, lo último que necesita oír un capitán.. Para entonces habíamos perdido de vista el Buscaelsol y tan solo quedaban el Lady Meredith y el Luna de Otoño. La mar lamía las cubiertas a cada ascenso y descenso, y barría a los hombres lanzándolos por la borda, donde quedaban inanemente colgados de los cables. Vi irse a pique el Luna de Otoño con mis propios ojos. Estaba delante de mí, quebrado y ardiendo, si bien lejos, cuando de pronto una ola se alzó y lo engulló, y parpadeé y ya no estaba; así de repentino fue. No fue nada más, una ola, una ola monstruosa; sin embargo, todos mis hombres gritaban “¡Kraken, kraken!”, y nada de cuanto pudiera decirles lograba disuadirlos.

fuego y sangre: el largo reinado

 

Sin embargo, Lady Elissa había descubierto tierra y remolcó a la Lady Meredith a ellas… pero su descubrimiento no eran más que unas islas con novedosas especias y frutas. Ser Eustace y su tripulación declararon que debían volver a Antigua, pero Lady Elissa defendía que debía seguir el viaje, así que separaron sus destinos. Por desgracia, la Lady Meredtih atravesó nuevas tempestades y acabó en Sothoryos, donde sufrieron un sinfín de adversidades y epidemias, hasta que fueron rescatados por unos estiveños que pasaron de camino. Nada se sabe con seguridad sobre qué ocurrió con Elissa Farman, pero Lord Corlys Velaryon, el famoso viajero conocido como la Serpiente Marina, llegó años más tarde a la mismísima Asshai de la Sombra, donde vio un navío sumamente deteriorado al que identificó como el Buscaelsol. “Vaya aventuras, madre mía. Habría que contárselo a ese tal Sombrero de Paja que habla de cruzar los mares, a ver si deja de querer enrolarme. Antes me voy con Aubrey el Afortunado y su amigo el médico.”

Mientras tanto, el reino padecía una hambruna que encareció enormemente el precio de los alimentos. Eso ayudó a que se extendiera la epidemia de los escalofríos, importada de Essos. La enfermedad comenzaba con unos simples escalofríos que acababan en terribles espasmos y en menos de un día llevaban a la víctima a la muerte, que arrasó a ricos y a humildes por igual, y sembró el caos y produjo saqueos en la capital. Una de las víctimas fue Rego Draz, que fue asesinado por el grave crimen de ser Consejero de la Moneda en tiempos de escasez. Draz murió apedreado en las calles de la capital.

El rey Jaehaerys acudió a reclamar el cadáver. «Cuando le miré el rostro, durante un instante me pareció estar viendo a su tío», dijo Ser Joffrey Doggett. La hija de uno de los responsables le delató y Jaehaerys apresó a los responsables, los desventró y los dejó retorciéndose en las murallas de la Fortaleza Roja. “Siete infiernos. Hay que joderse con el Conciliador. Según Perestan, era un santo”. Pero pronto la vida le dio un nuevo mazazo, pues su hija primogénita y delicia del reino, la princesa Daenerys, fue víctima de los escalofríos. Los reyes no solo habían perdido a su querida hija, sino que también se había puesto en riesgo la doctrina del Excepcionalismo (el linaje de los Targaryen era distinto y superior al de los hombres comunes): los escalofríos convirtieron a los reyes dragón en simples hombres. Una vez cesó la epidemia, Alysanne volvió a estar embarazada y dio a luz a la princesa Alyssa, que creció a la sombra de su hermano Baelon el Bravo, aunque a él no le hacía demasiada gracia.

Jaehaerys I mata a Borys, por Doug Wheatley

En el año 61 d.C., la corte vio regresar a Lord Rogar, ya anciano y debilitado pero aún fiero, solicitando al rey que cuidase de sus hijos, Boremund y Jocelyn, y de sus sobrinas, pues él había decidido morir en combate enfrentándose al Rey Buitre que saqueaba sus tierras y que ahora contaba con el apoyo de su hermano exiliado Borys. El rey, conmovido, se unió a él en la lucha a lomos de Vermithor. Aunque el rey Buitre era un experto en esconderse en las Montañas Rojas, el rey consiguió encontrarle, e impidiendo que Lord Rogar se convirtiera en un matasangre, dio muerte a su hermano Borys mientras la antigua Mano derrotó al dorniense. La campaña devolvió al rey su iniciativa: «contra los escalofríos estaba inerme —confesó al septón Barth—; contra el Buitre volví a ser un monarca.». “Claro, todo lo que sea que le vean montar su dragón le devuelve la autoestima. No me sorprende”. Poco después, la corte celebró el nombramiento del príncipe Aemon como heredero del Trono de Hierro, así como el nacimiento de una nueva hija, la inteligente Maegelle, que como ya era tradición no se despegaba de Alyssa, cosa que a Baelon le hacía mucha gracia. El próximo proyecto de Jaehaerys asombró a su Consejo privado:

«Mis señores —dijo ante el consejo—, cuando la reina y yo vamos y venimos por los aires a lomos de Vermithor y Ala de Plata, cuando oteamos desde las nubes, vemos ciudades, castillos, cerros, marismas, ríos, arroyos y lagos. Vemos poblaciones con mercado, aldeas pesqueras, antiguos bosques, montañas, páramos, prados, rebaños de ovejas, trigales, antiguos campos de batalla, torres en ruinas, cementerios y septos. Hay mucho y más que ver en estos Siete Reinos nuestros. ¿Sabéis lo que no veo? —Palmeó fuertemente la mesa—. Carreteras, mis señores, no veo carreteras. Veo alguna linde, si vuelo bastante bajo. Veo caminos de pezuña y senderos desperdigados por la orilla de algún río. Pero no veo caminos de verdad. ¡Mis señores, tendré carreteras!»

fuego y sangre: el largo reinado

 

Jaehaerys y Jennifer López, por Doug Wheatley

“Tú no, las tendrá el reino. Será egocéntrico el tío…”. Así comenzó la construcción del Camino Real para conectar Desembarco del Rey con Bastión de Tormentas, Aguasdulces y el lejano Norte, así como el Camino Dorado, que unía la capital con Roca Casterly, y el Camino de las Rosas, que lo haría con Altojardín. No solo a esto se dedicó el rey: mientras se construían los carreteras, Alysanne dió a luz a varios hijos: Vaegon, Saera, Viserra y Daella. “Madre misericordiosa. Más que dragones son conejos con corona”. La familia no paró de crecer, pues Aemon se casó con Jocelyn, la hija del ya difunto Lord Rogar y una de las mayores bellezas del reino, según algunos. Además, Aemon se convirtió en el nuevo jinete de Caraxes y Baelon, para igualarle, consiguió montar a Vhagar, la vieja y feroz dragona de la reina Visenya. Finalmente, Alysanne volvió a estar embarazada por undécima vez, pero el niño, Gaemon, fue prematuro y no sobrevivió. “¿A nadie se le ocurrió decirle a los reyes que ya era suficiente? Ese útero tendría que estar ya agotadisimo.”

Pronto tanta felicidad dio lugar a numerosos problemas: aunque habían crecido unidos, Vaegon no soportaba a Daella, pues la consideraba estúpida. La insultaba en público, sin atender siquiera a los reproches de la corte. “Me recuerda al imbécil del novicio Sheldon, cuando le quitan su sitio en la biblioteca. «Estás en mi sitio…», dice el muy estúpido cuando hay mil pupitres más”. Los intentos del rey de adiestrarle con las armas tampoco dieron resultado. Finalmente, el Gran Maestre Elysar, con su bordería particular, recomendó a los reyes enviar a su hijo a la Ciudadela, donde consiguió hacerse con el anillo, el báculo y la máscara de Matemáticas y Economía. «Creo recordar que aprendió del archimaestre Nash, recordado por hablar a personas que en realidad no existían». Entretanto, Jocelyn parió a la primera nieta de los reyes: Rhaenys. Y como Baelon solía copiar a su hermano, se casó con su hermana Alyssa y pronto tuvieron a su primogénito: un niño regordete y risueño al que llamaron Viserys. “¿Este Baelon solo iba a cagar si veía a su hermano salir del baño o qué? Hasta yo tengo más personalidad”. Un par de años más adelante, la reina Alysanne (que contaba ya con cuarenta y dos años) dio a luz a su última hija, Gael, a la que apodaron “la Hija del Invierno”.

Como ya era raro que hubiera tanta alegría seguida, Jaehaerys y Alysanne conocieron la infamia de uno de sus hombres más cercanos: Ser Ryam y Ser Gyles, de la Guardia Real, denunciaron que Ser Lucamore Strong había tomado tres esposas y engendrado dieciséis hijos con ellas. “Madre misericordiosa. Este usaba más la espada de los calzones que de la vaina. Y encima incumple sus votos ni una ni dos ni tres, sino tres”. Aunque pidió clemencia ante los reyes, no estaban dispuestos a perdonar a quien había deshonrado tanto sus votos, sino también a tres inocentes mujeres. Como castigo, Ser Lucamore fue castrado y enviado al Muro, acompañado de sus dos hijos mayores.

La siguiente preocupación de los reyes fue la princesa Daella. Vaegon tenía razón: la chica no destacaba por su inteligencia, sino más bien por su ignorancia, ingenuidad, su facilidad para echarse a llorar y su temor a absolutamente todo, especialmente a los dragones. Los esfuerzos de la reina por conseguir un matrimonio adecuado no dieron fruto alguno, hasta que Daella accedió a casarse con Lord Rodrik Arryn, el señor del Valle, que llevaba años sirviendo en el Consejo Privado como Consejero de Edictos, siendo sustituido en su cargo por el heredero de Jaehaerys, el príncipe Aemon. Pronto Daella quedó embarazada (“Ésta salió a la madre, por lo que se ve”) y escribió a Alysanne rogándole que acudiera en su ayuda. Trajo al mundo a una hija prematura, que sobrevivió; pero Daella, con tan solo dieciocho años, falleció a causa de la fiebre. En su dolor, Alysanne culpó a su marido por haber forzado a Daella a contraer matrimonio.

La Cuarta Guerra Dorniense, por Doug Wheatley

Poco pudo hacer Jaehaerys contra el dolor de su pérdida, pero sí pudo enfrentarse a otro problema: una invasión dorniense. El príncipe Morion Martell había decidido extender sus dominios por las Tierras de Tormenta (o, previendo su derrota, al menos aterrar a los Siete Reinos tras asolar lo conquistado) y, para ello, contrató naves mercenarias en las Ciudades Libres. Sin embargo, Jaehaerys contaba con aliados entre los señores dornienses y supo con antelación los planes del príncipe. Cuando los barcos se aproximaban a las costas, el ejército de Lord Boremund Baratheon contempló como Vermithor, Vhagar y Caraxes arrasaron con las fuerzas dornienses. La Cuarta Guerra Dorniense acabó en una noche sin apenas supervivientes entre los invasores, mientras que Jaehaerys y sus hijos fueron recibidos como héroes en Desembarco del Rey, pues no habrían sufrido ninguna baja. Sin embargo, poco después la corte lamentó la muerte de Alyssa, tras dar a luz al nuevo hijo de Baelon, Aegon, que no duró más de seis meses.

No fue aquella la única mala noticia. Saera, la novena hija de los reyes, había crecido como una niña consentida, que atemorizaba a los sirvientes y se deleitaba viendo a los nobles pelear por su afecto, pero no tanto como ver como sufría su inocente hermana Daella o provocando que Tom Nabo, el bufón de la corte, se cortase con las hojas del Trono de Hierro. Compensaba la falta de atención que le prestaban con una soberbia que dejaba a la altura de las septas a la difunta Aerea. “Ay… ¿por qué habré pensado en ella, por los dioses?”. En la adolescencia despertó su interés por el sexo opuesto y, entre todos aquellos que intentaron cortejarla, se quedó con tres: Jonah Mooton, Roy Connington y Braxton Beesbury, apodado “Aguijón”. «Este es lo que en mi pueblo llamamos un picaflor de toda la vida». Como damas de compañía, eligió a Perianne Moore y a Alys Turnberry. La reina avisó a su esposo de que no le gustaban las compañías de Saera, pero él estaba complacido viendo que no sería necesario buscarle un marido y, por desgracia, no reparó más en aquello.

Una noche, hallaron a Tom Nabo saliendo a gritos de un burdel con los tres jóvenes detrás, riéndose de la escena, que dijeron que la idea provenía de Saera. Cuando la Guardia Real llevó a los jóvenes ante Jaehaerys, negaron haber dicho nada sobre ella. Alysanne interrogó a las amigas de su hija, que confesaron que habían empezado a jugar a los besos con los tres jóvenes que languidecían en los calabozos. Luego la princesa confesó que había entregado su doncellez a los tres caballeros y, tras un intento frustrado de robar un dragón, fue mandada a Antigua para ingresar en la orden de las hermanas silenciosas. Poco duró su castigo, ya que Saera escapó a Essos, donde terminaría sus días como meretriz en los burdeles de Lys y Volantis. “Vaya con la princesita… no me quiero imaginar lo que debía pagarse por encamarse con una princesa Targaryen.”

Los años se habían cebado con Jaehaerys y donde antes le llamaban “el Conciliador” a partir de su cincuentena se le empezó a conocer como “el Viejo Rey”. La reina, aquejada por tanta pérdida, se retiró del Consejo y el Rey se apoyó en sus hijos para el gobierno.

«De haber otra guerra —les dijo a ambos—, deberéis librarla vosotros. Yo tengo que terminar mis carreteras

fuego y sangre: el largo reinado

 

Al poco tiempo se anunció el compromiso de la joven y bella Viserra con el viejo Lord Manderly, unión que fue denostada por la princesa, cuya vanidad era parecida a la de su hermana díscola Saera. No pudiendo convencer a sus padres de que anularan el acuerdo y después de un intento frustrado de seducir a su hermano Baelon, la joven fue encontrada con el cuello roto en un callejón de Desembarco del Rey por una caída de su palafrén cuando festejaba por las calles de la ciudad su última noche de libertad.

Destrozada por su muerte, la reina Alysanne, quien en un periodo de cinco años había visto cómo el Desconocido se llevaba a tres de sus hijas, buscó solaz en sus hijos supervivientes, especialmente en la pequeña Gael, que se convirtió en la sombra de la soberana. Intentó entonces que su marido perdonara a Saera para volver a reunirse con su hija, pero ante sus súplicas el rey solo dijo:

La quieres, sí, te entiendo, la necesitas, pero ¿ella te necesita a ti? ¿O a mí? ¿O a Poniente? Está muerta. Entiérrala.

fuego y sangre: el largo reinado

 

Los maestres coinciden que este fue el desencadenante del Gran Abismo o “la primera riña”: sin poder perdonar a su marido, la reina se retiró a Rocadragón y el Rey emprendió un viaje por las Tierras del Oeste que luego amplió al Dominio. No fue hasta un largo periodo en Antigua que la joven septa Maegelle le recordó a su padre su apodo de “Conciliador” y abogó por una reconciliación entre los monarcas coincidiendo con la buena nueva de que su nieta, Rhaenys, desposaría en el año 90 d.C a Corlys Velaryon, la Serpiente Marina.

No obstante, la dicha fue breve. “Esto podría resumir perfectamente el reinado del Carreteras”. Huyendo de una guerra civil en Myr, el bando vencido, compuesto por piratas y desharrapados, se estableció en la isla de Tarth. Ante su superioridad numérica y la ventaja de los dragones, se decidió que el Príncipe de Rocadragón Aemon encabezaría el ataque a lomos de Caraxes, expulsando a los piratas mar adentro, donde encontrarían a la flota de Lord Corlys esperándoles. No fue tal el caso, ya que en la noche anterior al ataque unos exploradores myrienses dispararon contra el Lucero de la Tarde mientras paseaba por su campamento junto al príncipe. Sin embargo, la saeta se clavó en la garganta de Aemon, que murió ahogado en su propia sangre a los treinta y siete años.

El dolor que barrió el reino fue inenarrable, especialmente para Rhaenys, que se encontraba embarazada de su primer hijo. Baelon, en cambio, optó por vengar a su hermano con fuego y sangre a lomos de Vhagar quemando la flota Myriense y liderando el ataque a la infantería junto a Lord Tarth y Lord Baratheon. Los masacraron por millares y los cadáveres se quedaron pudriéndose en las playas, de modo que durante varios días cada ola que lamió la costa se tiñó de rosa. El pueblo aclamó a Baelon en su regreso a Desembarco del Rey con el cadáver de su hermano, pero el príncipe solo pudo desplomarse ante los pies de su madre y sollozar por Aemon.

En los años subsiguientes, a pesar de que el reino florecía con más carreteras y cosechas abundantes, el Rey fue perdiendo su vigor y desde la muerte de su heredero necesitaba del vino para conciliar el sueño. El Septón Barth recoge que el rey afirmaba que «ahora siempre es invierno». En esa época de bonanza, el joven Viserys reclamó para si a Balerion, el Terror Negro. El último superviviente de Valyria era ya una bestia vieja que casi no reunía las fuerzas para levantar el vuelo y los peores augurios se cumplieron en el año 94 d.C. Al poco le seguiría el septón Barth y otros miembros de su consejo, provocando una renovación por enteros en el mismo.

Las desgracias no acabaron allí, ya que la bondadosa Reina Alysanne empezó a apagarse y, poco a poco, su salud le impidió gozar de sus actividades favoritas, sobre todo volar en su Ala de Plata. Al mismo tiempo, el Desconocido siguió cebándose con la soberana que vio como su hija Maegelle moría a raíz de haber contraído la psoriagrís cuidando de enfermos y su benjamina, Gael, se ahogó en el Aguasnegras rota de dolor por el nacimiento de un niño muerto cuyo padre era un juglar andante que había engañado a la princesa.

La reina jamás se recuperó de este último golpe: no siendo útil para el Rey en una corte llena de desconocidos de los que apenas recordaba el nombre, Alysanne se retiró a Rocadragón, lugar en el que había vivido los momentos más felices de su vida junto a su esposo. A los sesenta y cuatro años de edad, la Bondadosa Reina Alysanne murió en el año 100 después de la Conquista.

«Han pasado 84 años», por Doug Wheatley

“Pensaba que nada podría superar el mal cuerpo que me dejó mi anterior lectura, pero es que este final me parece demasiado deprimente». Empezaba a anochecer en el callejón, así que era mejor que emprendiera mi vuelta a la Ciudadela. Al alzar la vista, reparé en un borracho que me observaba a escasos pies de distancia. Su mirada alternaba mi rostro con el ejemplar de Fuego y Sangre que tenía en mis manos. Supongo que pensando que podría intercambiar el manuscrito por otra bebida en cualquier antro, el borracho se abalanzó sobre mí e intentó arrancar el libro de mis manos. Aferrándome al ejemplar como a mi vida, conseguí zafarme de su embiste y el pobre desgraciado cayó al suelo al igual que el libro. Demasiado borracho para continuar con nuestra pelea, el hombre misterioso optó por echarse una siesta allí mismo.

Con horror, contemplé como por el suelo del callejón se habían desparramado pergaminos sueltos del libro. “Mierda, ahora sí que estoy muerto”. Empecé a recoger rápidamente las páginas sueltas cuando leí el título de una de ellas. “La verdadera historia de los hijos del Conciliador”, por Alicent Hightower. “¿¡PERO QUÉ DEMONIOS!?”

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