Esta es una ocasión especial. Y es que, hasta hace poco, en la Compañía estábamos estrujándonos las cabezas (aunque, lo admitimos, de ahí no suele salir demasiado) sobre como podíamos analizar Fuego y Sangre, la nueva obra de G.R.R.M. publicada el anterior mes de noviembre. Esta enciclopedia profundiza en la historia de la dinastía Targaryen, la que conquistó Poniente tres siglos antes de la historia que conocimos en Juego de Tronos. El problema no era la falta de ganas, sino las casi ochocientas páginas que habría que examinar detenidamente y, de todas esas, de qué hablar y de qué no.

Y cuando la desesperación hizo que las lágrimas aparecieran en nuestros ojos, llega a nuestras manos las memorias de un novicio de la mismísima Ciudadela, un tal Brian, que tuvo la suerte de analizar la obra del conocido Archimaestre Gyldayn: “Fuego y Sangre: Historia de la Dinastía Targaryen”. Tras abrazarnos todos, decidimos transcribir la obra lo más rápidamente posible, antes de que nuestros leales llamasen a nuestras puertas con antorchas y puñales, exigiendo el contenido que seguro que llevaban tiempo esperando. Sin más rodeos, aquí lo tenéis.

Crónica de un Novicio

“Brian, fórjate el eslabón de cobre”, decían. “Es la rama más sencilla: todo está en los libros, añadían. Pero claro, ninguno de ellos llevaba encerrado en la biblioteca desde hacía siete días, rodeado de pergaminos, cotejando hasta la enésima versión de cualquier hecho. ¿No sería más sencillo que sólo se recogiera un testimonio para no tener infinitas versiones del mismo evento? El Archimaestre Perestan dice que es la única forma de saber a ciencia cierta qué ocurrió, que hay que leer todas las versiones, ya que ninguna de ellas nos dirá toda la verdad. “Así conocemos la verdad y no una realidad en la que tiburientes y endriagos influyen en la historia”. Ahora bien, el viejo maestre también dijo que el trabajo sería sencillo: resumir los reinados de los reyes Targaryen hasta Aegon III, Veneno de Dragón.

La mayoría de mis compañeros habían resumido el borrador que el maestre Yandel había preparado para el rey Tommen antes de que el libro partiera a Desembarco del Rey. Yo no he tenido tanta suerte. Sin acceso ya a este documento, he tenido que escarbar hasta lo más profundo de la Ciudadela para encontrar otras fuentes; y vaya si lo he hecho, aunque para ello haya quebrantado todas las reglas de la biblioteca, ya que necesito éste eslabón de la cadena como el comer, o más. Cuando caminando por la biblioteca a la hora del lobo me “perdí” en la sección prohibida, en la estantería más recóndita encontré un libro que me llamó la atención. Era un tomo grueso encuadernado en cuero rojo y con cierres de hierro negro, en cuya portada podía leerse bordado en hilo dorado “Fuego y Sangre: Historia de la Dinastía Targaryen”.

Retrato del Archimaestre Gyldayn, por Doug Wheatley

Mi entusiasmo inicial quedó en nada cuando vi el autor de la obra: el Archimaestre Gyldayn. “Esto no le gustará a Perestan”, pensé. Gyldayn era de los peores considerados en la Ciudadela y muchos ni tan siquiera tomaban sus textos como válidos para narrar la historia de los Siete Reinos por su carácter excéntrico. “Sobrevivió a un infierno en Refugio Estival, ¿cómo no va a ser excéntrico?”.

Como el tiempo se me estaba echando encima, decidí guardar el libro en mi bolsa y salir de allí antes de que alguien me echara en falta –“si es que alguien me echaba en falta”, ahora que lo pienso–, pero mi ausencia a aquellas horas de la noche podía levantar sospechas entre los demás novicios de la residencia de estudiantes. Por no decir que el Guardián de la Biblioteca, el viejo maestre Filch, podría andar cerca, con su temible gata Norris.“Creo que antes de ser maestre era un Frey”. Su cara de comadreja así lo evidenciaba, desde luego.

Salí de la inmensa biblioteca a toda prisa y me encerré en mi celda, donde me puse a hojear el tomo con más tranquilidad.Es inmenso”, me lamenté1. Viendo que no tendría tiempo suficiente para resumirlo, podría haberme acostado en mi catre quejándome de lo injusta que era la vida, pero decidí enfrentarme a él y me enfrasqué en su lectura. “Ay, Desconocido, llévame pronto. Allá voy”.

La Conquista de Poniente

El tomo del Archimaestre Gyldayn comenzaba, como no podía ser de otra manera, con la llegada de Aegon el Conquistador a Poniente. A lo largo de mis años como novicio en la Ciudadela había leído infinidad de crónicas sobre este período histórico. Esto será lo mismo de siempre, deduje. No me equivocaba: Aegon reclamando los Siete Reinos para sí, la propuesta de Argilac, las manos cortadas del mensajero… aunque otras cosas sí que resultaron más curiosas por ser desconocidas para mí hasta ese momento.

Para empezar, me fascinó el hecho de que en Valyria había dos familias iguales en nobleza que, por recíprocos rencores, se disputaban el poder del Feudo Franco. “Hasta ahora sólo había leído sobre cuarenta familias nobles, ¿de dónde salen ahora estas dos casas?”. Gyldayn no lo aclaraba, pero decía:

En su época de máximo esplendor, Valyria fue la mayor ciudad del mundo conocido, el culmen de la civilización. En el interior de su reluciente muralla, dos casas rivalizaban por el poder y la gloria en la corte y en el consejo: ora se alzaban, ora caían, en una interminable, sutil y frecuentemente encarnizada lucha por el poder.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen

 

“Vaya, tantos siglos y en este Reino seguimos igual. Para que luego Perestan diga que la humanidad va avanzando”, dije en voz no demasiado alta. Nunca se sabía cuándo Randall, el novicio con cara de rata que servía al maestre Finster en sus tareas cotidianas, podía estar escuchando para luego chivarse a los archimaestres.

Rocadragón, por Marc Simonetti

Volviendo a mi lectura, después de que Daenys la Soñadora profetizara la Maldición de Valyria, los Targaryen se asentaron en el puesto avanzado valyrio del norte, situado en una inhóspita isla de la Bahía del Aguasnegras que luego sería conocida como Rocadragón. A lo largo de los años, forjaron amistades con algunos señores del Mar Angosto y de las Tierras de la Tormenta, que compartían lazos más estrechos con los valyrios por su proximidad. Esto fue de gran ayuda para Aegon y sus hermanas cuando decidieron centrar su atención en el continente que les aguardaba al otro lado de la bahía.

Porque, hablando del continente, ya sabemos todos que en poco se parecía al Poniente actual: por aquel entonces los Siete Reinos eran siete auténticos reinos, cada uno de ellos gobernados por sus propios reyes: los Stark en el helado Norte; los crueles Hoare tanto en las Islas del Hierro como en las Tierras de los Ríos; los Arryn del Reino de la Montaña, gobernados en ese momento por el pequeño Ronnel y su madre, la bella Sharra. “Ojalá algún día pudiera tener la mitad de autoestima que esta mujer”… Y, por último, los belicosos Durrandon, de las Tierras de la Tormenta, bajo el reinado de Argilac el Arrogante. Este último fue el responsable de que comenzara la Conquista de Aegon. Previendo que Harren Hoare emprendería la conquista de su reino, el Rey de la Tormenta propuso una alianza a Aegon, que contaba con tres poderosos dragones. Aegon añadió nuevas condiciones, entre las que estaba el matrimonio de Argella Durrandon con Orys Baratheon, su hermano bastardo. “Vaya, había leído siempre que este parentesco era un rumor. Parece que Gyldayn no tenía tiempo para sutilezas”. El arrogante rey se sintió insultado con la oferta, así que cortó las manos del mensajero y se las envió a Aegon en una caja.

Así comenzó el fin de los Siete Reinos: Aegon envió cuervos por todo Poniente informando de que no habría más que un rey, ofreciendo clemencia a todos aquellos que se arrodillaran. Tras comprobar el poco éxito de sus cartas, emprendió la conquista junto con sus dos hermanas-esposas: Visenya y Rhaenys. Aunque el incesto era común entre los jinetes del dragón, Aegon resucitó la antigua y excepcional costumbre de la bigamia.

Desde hacía mucho era costumbre entre los señores dragón de Valyria que se casaran un hermano y una hermana, con el fin de conservar la pureza de sangre, pero Aegon se casó con sus dos hermanas. Por tradición debería haberse casado tan solo con Visenya, la mayor; aunque inusitada, la inclusión de Rhaenys como segunda esposa tenía precedentes. Se dice que Aegon se casó con Visenya por obligación y con Rhaenys por devoción.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen

 

Aegon, Visenya y Rhaenys, por Amok

Pero Aegon no sólo contaba con la ayuda de sus hermanas, sino también con la de sus dragonas, Vhagar y Meraxes, nacidas en Rocadragón. Y Aegon alzó el vuelo con Balerion, el único dragón viviente de la antigua Valyria. “Espera un segundo, ¿dragonas?”, pensé. Siempre había creído que Vhagar y Meraxes eran machos. Debo decirle al maestre Shrek que cambie de nombre al asno llamado Vhagar”.

Los tres hermanos habían demostrado su condición de señores dragón antes de su matrimonio. De los cinco dragones que habían volado al exilio con Aenar desde Valyria, solo uno había sobrevivido hasta los días de Aegon: la gran bestia llamada Balerion, el Terror Negro. Las dragonas Vhagar y Meraxes eran más jóvenes, salidas del huevo en Rocadragón.

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Como era de suponer, la conquista de lo que ahora son las Tierras de la Corona no resultó ser demasiado complicada, pero el resto de reinos presentó mayor resistencia. Así que Aegon dividió sus fuerzas: él mismo se dirigió a Harrenhal, la colosal fortaleza de Harren el Negro, que redujo a cenizas junto con él y su estirpe. Ni el valor más fiero ni los más imponentes castillos podían resistir el fuegodragón y, de un golpe, Aegon ganó el reino de las Tierras de los Ríos. Mientras que Visenya consiguió hacerse con el Valle montando al joven rey Ronnel en su dragón, Rhaenys y Orys Baratheon se enfrentaron a Argilac el Arrogante en el sur, donde no tuvieron tanta suerte.

Tras un breve enfrentamiento contra los vasallos tormenteños, los hermanos de Aegon vieron como Argilac decidió plantar batalla en vez de atrincherarse en Bastión de Tormentas. De poco le sirvió contra Meraxes, el dragón de Rhaenys. El propio Orys mató a Argilac en combate singular y, al terminar la breve resistencia que ofreció su hija Argella, la Casa Durrandon capituló ante los invasores. Conmovido por el valor demostrado por la doncella, Orys la tomó por esposa e hizo del blasón y lemas de los Durrandon los suyos, naciendo así la Casa Baratheon que tan gloriosamente ha llegado a nuestros días. “Si, como dice Stannis, los hijos del rey Robert no son bastardos nacidos del incesto”, dije en voz no demasiado alta2.

Distinto fue el caso de los reyes del Oeste y del Dominio, Loren I y Mern IX de la casa Lannister y Gardener respectivamente. Ambos se unieron y formaron un ejército gigantesco que amenazaba con parar la conquista. Para enfrentarse a nada menos que a cincuenta mil hombres, Aegon reunió a sus dos hermanas y decidió enfrentarse a ellos con un ejército mucho menor… Y con el poder conjunto de sus tres dragones. Así el reino entero aprendió lo que podía hacer el fuegodragón de Balerion, Vhagar y Meraxes cuando, en apenas unos minutos, cinco millares de hombres quedaron reducidos a cenizas. La Casa Gardener se extinguió en la Batalla del Campo de Fuego, como sería conocida a partir de entonces, y el rey del Oeste dobló la rodilla, por lo que Aegon permitió que la ilustre y poderosa Casa Lannister continuará gobernando las ricas Tierras del Oeste. A la vez, adjudicó el Dominio a los Tyrell, los mayordomos de los Gardener, quienes rindieron Altojardín sin ninguna resistencia. “Qué injusticia. Debería habérselo adjudicado a los Hightower y no a esos cuentamonedas que eran y siguen siendo los pretenciosos Tyrell”.

Balerion en el Campo de Fuego, por Paolo Puggioni

Cuando los cuervos con las nuevas de lo que había sucedido al sur del Cuello llegaron a Invernalia, Torrhen Stark, Rey en el Norte, decidió hacer lo mejor para su reino: renunciar a él. Así, en lugar de sacrificar a sus vasallos, dobló la rodilla ante Aegon. “Dicen que donde se arrodilló hay una posada llamada “del Hombre Arrodillado”. Qué curioso”.

Una vez tomado el Norte, a Aegon y sus hermanas sólo les quedaban por conquistar las áridas tierras de Dorne, pero fue allí donde los Targaryen finalmente conocieron la derrota: Rhaenys se dirigió a sus desiertos para aplastar toda resistencia que se le opusiera, pero lo único que encontró fueron castillos y aldeas abandonadas. Ningún ejército podía derrotar a los dragones, pero ellos tampoco podían ganar si no tenían con quién enfrentarse, ya que los dornienses optaron por la lucha de guerrillas. Rhaenys voló directamente a Lanza del Sol para verse con Meria Martell, el Sapo Amarillo de Dorne, que no dudó en responderle.

No lucharé contra vosotros […], pero tampoco me arrodillaré. Dorne no tiene rey, decídselo a vuestro hermano.

—Se lo diré —respondió Rhaenys—, pero regresaremos, princesa, y la próxima vez será con fuego y sangre.

Ese es vuestro lema —repuso la princesa Meria—. El nuestro es Nunca Doblegado, Nunca Roto. Podéis quemarnos, mi señora, pero no nos doblegaréis ni nos romperéis. Estamos en Dorne, y no sois bienvenida. Si regresáis, será bajo vuestra responsabilidad.

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La coronación de Aegon el Conquistador en Antigua, por Michael Kormack.

Mientras Rhaenys sufría la primera derrota de los Targaryen en Dorne, Aegon se dirigió a lomos de su dragón a  Antigua para forzar su sumisión al nuevo orden. En aquella época era la mayor ciudad de Poniente, y sus gobernantes, los Hightower, los más ricos del Dominio3. Antigua, además, era la sede de los maestres de la Ciudadela y también de la Fe de los Siete, representada en la tierra por el Septón Supremo, que permaneció encerrado, ayunando siete días y siete noches en el Septo Estrellado, cuando supo del desembarco de Aegon. Cuando, al séptimo día, la Vieja alzó su lámpara para mostrarle a su altísima santidad que la ciudad sería pasto de las llamas si se enfrentaban a Aegon, el devoto lord Manfred Hightower decidió abrirle las puertas de la ciudad y rendirle pleitesía.

Tres días después, en el Septo Estrellado, el Septón Supremo ungió a Aegon el Dragón con los siete óleos, lo coronó y lo proclamó Aegon de la casa Targaryen, el primero de su nombre, rey de los ándalos, los rhoynar y los primeros hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino. Aunque la primera coronación de Aegon tuvo lugar en la desembocadura del Aguasnegras, es esta segunda en Antigua la que se utiliza para datar el comienzo de su reinado. Y si bien la ciudad más grande y antigua de Poniente era la opción más obvia para ser la capital del Reino, el rey Aegon estableció su corte en el lugar donde pisó Poniente por primera vez. En Fuerte Aegon reinaría desde un gran trono forjado con las espadas fundidas de sus enemigos, que se conocería a partir de entonces como el Trono de Hierro de Poniente.

La guerra dorniense

A pesar de la vistosa coronación en el Septo Estrellado, que nadie se llame a engaño: aún había guerra en Poniente. En el Mordisco, los señores de las Tres Hermanas coronaron a Lady Sunderland aprovechando el caos de la conquista. Su reinado, no obstante, duró menos que un suspiro cuando sus súbditos la depusieron al ver a Visenya y Vhagar volar sobre ellos. Lady Sunderland terminó sus días sirviendo en las Hermanas Silenciosas. “Marla la breve, deberían llamarla”, bromeé; pero al imaginarla con su lengua cortada, sólo pude sentir un escalofrío recorrerme todo el cuerpo.

En otras islas, las del Hierro, también reinaba el caos por la extinción súbita de la Casa Hoare. Unos señores coronaron a Qhorin Volmark, mientras que los seguidores del Dios Ahogado alzaron a Lodos, un sacerdote que decía ser uno de sus hijos. Aunque Aegon ordenó a sus nuevos vasallos enviar una flota que pusiera fin a la guerra, el mismo rey cruzó el mar montado en Balerion y decapitó en persona a Lord Volmark; mientras que Lodos convenció a sus adeptos para que lo siguieran mar adentro para reunirse con su padre en las profundidades del mar. “Bajo el mar hay krakens, lo sé, lo sé, je, je, je. O así dice esa cancioncilla tan pegadiza que se canta en el Cálamo y el Pichel.

Doblegada así la última rebelión, se dio por finalizada la conquista. Paradójicamente, y a pesar de que Aegon fue coronado como Rey de los Siete Reinos, la Conquista de Poniente no fue completa: faltó Dorne. Los nuevos gobernantes no podían permitir que esa señal de debilidad continuase, así que en el año 4 d.C., tras fracasar una misión diplomática que evitase la guerra, la Casa Targaryen dirigió de nuevo su mirada hacia las ardientes arenas de Dorne.

Rhaenys cumplió lo prometido y arrasó la Ciudad de los Tablones con el fuego de Meraxes; Orys Baratheon, a quien Aegon nombró Mano del Rey (la primera de la historia de Poniente), descendía por el complicado camino del Sendahueso;  y Aegon, junto con Harlan Tyrell, capitaneaba un ejército gigantesco a lomos de Balerion. Los dornienses replicaron su táctica de guerrilla y desaparecieron de sus aldeas y castillos nada más ver los ejércitos enemigos, no sin antes terminar con sus propios cultivos y envenenar los pozos, lo que diezmó el ejército de Lord Tyrell después de que él y Aegon dividieran sus fuerzas.

La Ira del Dragón, por Michael Komarck

Aegon y Rhaenys ocuparon los castillos que sus señores habían abandonado, pero los dornienses humillaron al rey con distintas tretas: Lord Toland, por ejemplo, retó al Rey a un combate singular contra el que resultó ser su bufón, dando tiempo a su comitiva a abandonar el castillo. Peor suerte corrió su medio-hermano. Orys Baratheon y sus hombres fueron tomados como prisioneros por el salvaje Lord Wyl. Esto no fue obstáculo para que Aegon y sus hermanas tomasen la abandonada Lanza del Sol, capital de Dorne y fortaleza de los Martell, y proclamaran allí su victoria, sin tener noticias del Sapo Amarillo. Tras nombrar a Jon Rosby “Guardián de las Arenas” y dejarle al cargo de la conquista, los Targaryen abandonaron Dorne. Pero, una vez volvieron a Desembarco del Rey, los dornienses salieron de las arenas en las que se ocultaron torturando y asesinando a todos los hombres que Aegon había dejado atrás (la mismísima Princesa Meria defenestró a Lord Rosby). Por su lado, el ejército de Lord Harlan Tyrell desapareció en las arenas. Nunca más se supo de ellos.

Aegon Targaryen no podía soportar esa humillación: lo que empezó siendo una guerra de conquista pronto se convirtió en una sucesión de atrocidades sangrientas, incursiones y revanchas. Tres momentos son los que deben quedar en nuestra memoria.

El primero de ellos fue el retorno de los cautivos en Wyl: tras años de cautiverio, Lord Wyl accedió a liberar a sus prisioneros pasados los años, pero antes les cortó la mano de la espada a todos, incluido Lord Orys. “Que ironía: a la primera Mano terminan cortándosela. Me recuerda al Matarreyes”. Algo así debió pensar Orys, pues decidió dimitir de su cargo. Años más tarde, Orys pudo cobrarse su venganza, pues al detener las incursiones del Rey Buitre, logró hacer rehén al hijo de su captor. “Tu padre me arrebató la mano. Exijo la tuya como compensación”, le dijo. Orys cobró la deuda con intereses, pues le cortó las dos manos junto con los dos pies. Al poco murió, pero, según su hijo Davos, lo hizo con una sonrisa en el rostro al contemplar los miembros amputados de sus enemigos colgando de su tienda, como una ristra de cebollas. “Vaya con el tocayo del Caballero de la Cebolla”, bromeé.

El segundo fue la trágica muerte de la reina Rhaenys en Sotoinferno. En el año 10 d.C., un dardo de hierro atravesó el ojo de Meraxes, derribando al dragón y su jinete en una caída espantosa. Rhaenys era a esposa a la que Aegon amaba con pasión y su muerte tuvo graves consecuencias, lo que los maestres acertadamente llaman “La Ira del Dragón”. El fuego de Balerion y Vhagar asoló Dorne de una esquina a la otra, día y noche, hasta convertirlo en un erial humeante, pero eso no detuvo la carnicería; al contrario: los dornienses devolvieron el golpe, atacando la Selva y el Dominio. «Fuego por fuego», se dijo que declaró la princesa Meria.

El tercero y más ruin de todos ellos llegó un año antes del fin de la guerra, en el año 12 d.C. “Parece que en Los Gemelos alguien estudió esta guerra con pelos y señales”, pensé al instante al leerlo.

El acto más infame de aquella época sangrienta se produjo en el año 12 d. C., cuando Wyl de Wyl, el Amante de las Viudas, se presentó sin invitación en la boda de ser Jon Cafferen, heredero de Fawnton, con Alys Oakheart, hija del señor de Roble Viejo. Después de que un criado traicionero los dejase entrar por una puerta trasera, los atacantes encomendados por Wyl asesinaron a lord Oakheart y a la mayoría de los invitados, y posteriormente obligaron a mirar a la novia mientras castraban a su esposo. A continuación se turnaron para violar a lady Alys y a sus criadas, y por último se las llevaron a rastras para venderlas a un esclavista myriense

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen

 

Aegon I leyendo la carta del Príncipe Nimor, por Michael Kormack

En el año 13 d.C., ambos bandos habían llegado a su límite. Una misión diplomática liderada por la princesa Deria, hija del Príncipe Nymor de Dorne tras la muerte de su madre Meria, ofreció a Aegon la paz de “dos reinos soberanos”. Entregó una carta a Aegon, que la leyó con rostro inexpresivo y en silencio, sentado en el Trono de Hierro. Cuando se levantó, su mano goteaba sangre. Aegon quemó la carta y en la corte no se volvió a hablar de ella, pero aquella noche montó sobre Balerion para meditar en el lugar que lo vio nacer. Cuando a la mañana siguiente regresó de Rocadragón, Aegon Targaryen declaró el fin de la guerra y firmó la paz eterna con Dorne. Aún hoy nadie conoce con certeza el contenido de la carta de Deria. Todo tipo de teorías surgieron para explicarlo. Incluso algunos afirmaron que Nymor había amenazado al rey con contratar a los Hombres sin Rostro para que asesinaran al príncipe Aenys si rechazaba su oferta de paz. Pero nada puede darse por sentado. Lo único que se sabe es que obligó a los Targaryen a aceptar los límites de su propio poder.

El gobierno de las tres cabezas del Dragón

Las guerras dornienses habían agotado las ansias de guerra de los Targaryen. Si los Siete Reinos se unificaron con sangre y fuego, la paz del rey se forjó con otras estrategias: se pobló la corte de hombres y mujeres procedentes de todas las regiones de Poniente, se concertaron matrimonios entre las grandes casas de distintos reinos y el Rey surcó continuamente los cielos visitando castillos y ciudades de sus súbditos. En estas tareas, es destacable el papel que jugaron sus hermanas-esposas, llegando incluso a ocupar el Trono de Hierro ante la ausencia del Rey, celebrando audiencias e impartiendo justicia, contribuyendo así a la creación de la Ley del Reino. Sumamente célebre fue la instauración de la Regla del Seis, ley por la que los castigos físicos del marido a la esposa sólo podían limitarse a seis golpes.

Ninguna otra reina de la historia de los Siete Reinos gozó jamás de tanta influencia política como las hermanas del Dragón, salvo quizá la Bondadosa Reina Alysanne, esposa de Jaehaerys I.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen

 

Los maestres han recalcado infinidad de veces el distinto carácter de las dos hermanas: mientras Visenya era más fría y marcial, su hermana Rhaenys era más voluptuosa, y se deleitaba con la presencia de bardos que, gracias al mecenazgo de la reina, empezaron a componer canciones ensalzando la figura del rey y su conquista.“Además de reina fue su consejera de propaganda”, pensé. La reina Visenya también participó en la forja de lo que sería la dinastía de los dragones en el Trono de Hierro: creó la Guardia Real, un grupo de selectos guerreros que protegerían al rey en todo momento.

Entre los seleccionados había jóvenes y viejos, altos y bajos, rubios y morenos. Procedían de todos los rincones del reino. Algunos eran segundones; otros, herederos de casas venerables que habían renunciado al derecho de sucesión para servir al rey. Uno era un caballero andante; otro, un bastardo. Pero todos eran rápidos, fuertes, despiertos, diestros con la espada y el escudo, y fieles al rey.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen

 

“Esto no lo voy a poner en el trabajo”, pensé. “Seguro que otros cronistas estarán haciendo un mejor trabajo estudiando y analizando esta institución en sus tomos”.

La Fortaleza Roja, por Ted Nasmith

Por su parte, Aegon decidió impulsar la construcción de su nueva capital, llamada Desembarco del Rey por ser el lugar donde pisó Poniente por vez primera. La aldea de pescadores de la zona comenzó a extenderse por las colinas cercanas, que pronto fueron conocidas como las colinas de Rhaenys y de Visenya. “Creo que con una amante de Aegon IV pasó algo parecido, pero el nombre tenía su gracia… Nada, no me acuerdo”. En la Colina Alta de Aegon, la sencilla fortificación que había erigido el rey durante la Conquista, Fuerte Aegon, también fue creciendo hasta que en el año 45 d.C., ya durante el reinado de su hijo Maegor, concluyó la construcción de la que se conocería como “la Fortaleza Roja”, el asentamiento de la exiliada dinastía Targaryen, ocupada ahora por la ilustre Casa Baratheon. Pero a ver quién la estará ocupando mañana. Y quien será quien le sustituya al día siguiente, pensé. A los pies de la Fortaleza Roja, también fue creciendo paulatinamente la misma ciudad, llenándose las calles y los puerto de comerciantes, marineros, prostitutas, septones…

Si bien Desembarco del Rey fue la capital designada para el Reino, el rey pasaba la mitad del tiempo en la ancestral fortaleza de los Targaryen en Rocadragón, mucho más venerable que el Fuerte Aegon. La otra mitad la dedicaba a las visitas reales que realizó a lo largo y ancho de todo el reino. Viajó a castillos cercanos a la corte, como Aguasdulces o Harrenhal; otros más lejanos, como Roca Casterly, el Rejo o Bastión de Tormentas; o incluso a Invernalia en el lejano norte. Aegon visitó a sus súbditos, nobles o plebeyos, y en todos los lugares en los que se hospedó se le agasajaba con banquetes, bailes, partidas de caza y jornadas de cetrería. No hubo región que no viera como la negra sombra de Balerion, el Terror Negro, oscurecía el cielo cuando Aegon sobrevolaba sus dominios de visita en visita.

Cuando le preguntaron el porqué de tantos viajes, respondió con su famosa máxima: «Prevenir la rebelión es mejor que reprimirla». Contemplar al rey en todo su poderío, montado en Balerion el Terror Negro, y acompañado de centenares de caballeros ataviados de resplandeciente seda y acero, contribuía mucho a infundir lealtad en los banderizos revoltosos. Añadió que el pueblo llano necesitaba ver de vez en cuando a sus monarcas, y saber que tenía la oportunidad de exponerles sus quejas y preocupaciones.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen

 

Otra de las grandes decisiones de Aegon fue respetar las costumbres de los vencidos en la Conquista. Prefirió no modificar los fueros de los distintos reinos y decidió no enemistarse con la poderosa Fe de los Siete, procurando en su lugar granjearse su apoyo mediante exenciones tributarias y permitiéndoles mantener los tribunales de la Fe, para así legitimar su posición a ojos del reino. Se limitó a imponer la Paz del Rey en todas partes, prohibiendo cualquier guerra interna entre sus súbditos. «La ley suprema del reino será la Paz del Rey —decretó Aegon— y cualquier señor que vaya a la guerra sin mi permiso se considerará un rebelde y un enemigo del Trono de Hierro.»

Aegon surcando los cielos con Balerion, por Jordi Gonzalez

Esta prueba de buen criterio puede que se deba a la ayuda que le brindaron el séquito de maestres que acompañaban al rey en todos sus viajes. Su presencia ayudaba a Aegon a conocer a fondo la zona en la que se encontraba de antemano y que le prestaran ayuda en sus audiencias, por lo que el rey decidió crear el cargo de Gran Maestre, solicitando a la Ciudadela que enviasen a uno de los archimaestres a la corte para que su sabiduría le ayudase a la hora de gobernar. “No tenía ni un pelo de tonto éste Aegon. Y tampoco me importaría llegar a Gran Maestre. El de ahora tiene la edad de mi bisabuelo, no debe quedarle mucho”.  Aunque la institución del Consejo Privado no aparecería hasta décadas más tarde, Aegon nombró consejeros a aquellos en quienes más confiaba para regir los Siete Reinos y, entre ellos, llamó “Mano” a aquel que tenía que ser “su mano derecha”, quien podría hablar con la voz del rey en su ausencia, dirigir sus ejércitos… “Je. El rey caga y la Mano lo limpia. Lo sabe todo el mundo”.

Finalmente, a la edad de sesenta años, Aegon murió plácidamente mientras narraba a sus nietos las heroicas aventuras de su Conquista. Durante más de treinta años, mantuvo los Siete Reinos en paz, gobernó sabiamente y aseguró la continuidad de la dinastía Targaryen en el Trono de Hierro, ambas creaciones suyas por mérito propio.

Dieciséis Targaryen sucedieron a Aegon el Dragón en el Trono de Hierro, hasta que la rebelión de Robert acabó con la dinastía. Entre ellos hubo sabios y necios, gentiles y crueles, bondadosos y taimados. Sin embargo, si juzgamos a los reyes dragón solamente por su legado, por el progreso, las leyes y las instituciones que nos dejaron, el nombre del rey Aegon I debe destacar entre los primeros, así en la guerra como en la paz.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen

 

“Por los Siete”, pensé. “No daba ni un penique por este tomo y mira tú por donde… hasta la Conquista, que la llevo escuchando desde la cuna, me ha parecido interesante”. No cabía en mí de la emoción: si Gyldayn mantenía ese nivel, creo que Perestan no tendrá más remedio que reverenciarme. Sólo debía ser más listo que el Archimaestre y asegurarme de no dar demasiados detalles que revelaran quién había sido mi fuente. “Esto serán preocupaciones por venir, ahora toca descansar”. La Hora del Lobo ya quedaba muy atrás y mi vela prácticamente se había consumido. Escondí el tomo bajo el catre y de un soplido apagué la vela. “Mañana será otro día”, musité. “Mañana leería otro capítulo”.

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  1. Le comprendemos perfectamente
  2. Uno de los colaboradores ha ordenado que os recuerde que Stannis es el único y legítimo rey de Poniente y que no se consentirá que nadie lo ponga en duda en los comentarios.
  3. Una de las colaboradoras de esta web quería añadir una larga lista de cumplidos elogiando a la Casa Hightower, pero viendo que tal lista era casi igual de larga que los escritos de Gildayn, hemos debido omitirla.