Con motivo del decimoquinto aniversario de la publicación en castellano de Juego de Tronos, desde La Compañía Libre de Braavos promovimos una serie de entrevistas con algunas personalidades destacadas por su relación con la saga. Aunque tuvieron una gran acogida, supieron a poco. Pudimos ver que, en vuestros comentarios, exigíais que la siguiente fuera con George R. R. Martín. Nos dolió enormemente que descubrierais tan pronto que nos guardábamos semejante as en la manga. Pero ahora, con motivo de la celebración de nuestro primer aniversario, no podemos seguir ocultándolo.

Decimos que la Compañía es Leal con los Leales, pero lo cierto es que no lo fuimos en absoluto con una persona. Hace unos meses baneamos injustamente a una usuaria de la web por un motivo que siempre hemos ocultado: porque nos divierte la sensación de poder que nos da estar detrás de la administración de este blog. A alguien se le ocurrió en el grupo la idea de expulsar a un leal porque sí, porque podíamos hacerlo, y nadie dijo no. Todos enviamos audios con risas malignas y elegimos una víctima. Por supuesto, a la más débil, que siempre se había visto perseguida y cuestionada por su sinceridad y dulzura. Así que fuimos a por ella.

Quién nos iba a decir a nosotros que, meses más tarde y después de haber alcanzado la fama, se acordaría de esta pequeña comunidad. Dados sus contactos y su amistad con una persona muy cercana a George R. R. Martín —MCR, graduada en Periodismo—, esta usuaria nos facilitó las cosas para poder entrevistarnos con el famoso escritor de Nueva Jersey. Nos dijo que así era ella, que nunca le deseaba el mal a nadie y que todo había sido una conspiración para ponernos en su contra. Simplemente quería echarnos una mano para que viéramos que era trigo limpio y que estábamos equivocados.


Entrevista con George R. R. Martín


Pero a pesar de todo su buen hacer, cumplir los requisitos de Martín fue algo complicado.

En primer lugar, teníamos que decir que veníamos de Los Siete Reinos. Martín, sorprendentemente para todo el mundo, no había oído hablar nunca de nosotros, y nuestro nombre no le transmitía confianza porque «Braavos no tiene ninguna compañía de mercenarios libres y es un insulto a mi obra que alguien que dice ser lector de ella se atreva a realizar cambios tan trascendentes en el canon». Nos revelaron, además, que su indignación fue mayúscula mientras lo decía, gesticulando un fuck you para acompañar sus palabras.

Entrevista a GRRM

Martín al oír hablar de la Compañía

El segundo requisito era que solo podía ir una persona a entrevistarle, ya que el resto de acompañantes debían ser MCR, un tal Roberto y un tal Alberto, «tíos legales, gente decente en la que uno puede confiar», en opinión de Martín. Y… bueno, quizá podáis deducir por qué Briana Storm no continúa en la administración de la Compañía. Ella se empeñó en ir, mientras Aerys II la quemaba con un mechero diciendo que el que debía ir era él. Eliza comentó que si tenía que ir alguien, que iría ella, porque desde México le quedaba más cerca. Edu Baratheon se retiró pronto de la terna porque tenía que estudiar las oposiciones, pero apoyó a que fuera Jaehaerys III ya que le había conocido en persona y le había parecido majo. Jae, sin embargo, se perdió toda la conversación del grupo de Whatsapp y solo entró para preguntar si habíamos descubierto ya algo sobre no se sabe muy bien qué personaje misterioso. A Ashara nadie la dejó ir porque dijo que «como no me diga que Dunk es Manosfrías lo mato, eh, que lo mato»; y a Noelia Aranda tampoco, porque alguien se tenía que encargar de las redes. La voz de la razón fue Wilma Deering, que dijo que si solo uno podía ir, «que vaya el Titán, que para eso es el más inocente de todos». Nadie tuvo nada que objetar, salvo el Titán, pero eso es lo de menos.

El tercero también fue bastante chocante, pero dentro de lo que cabe comprensible viniendo de George R. R. Martín. Nos solicitó «dos paticas de jamón, una de Jabugo y otra de Teruel, y unos buenos ibéricos… no esa mierda fileteada y envasada al vacío». Lo difícil, por supuesto, no fue conseguir los traseros del cerdo y los embutidos, sino meterlos en Estados Unidos sin levantar sospechas, sobre todo teniendo en cuenta que el que viajaba era un tío con un casco dorado por cabeza.

Pero lo logramos. Una vez llegamos a Santa Fe, Martín nos abrió amablemente las puertas de su casa. Antes de saludar, cogió los ibéricos, nos dijo que «el pan lo pondré yo, pero la sal la ponéis vosotros» y desapareció por un pasillo mientras reía como un loco. Cuando volvió, ya sin los embutidos, nos invitó a pasar —MCR nos había avisado de que Martín no toleraba que nadie pisara su casa si este no invitaba primero—, y fuimos hasta un espacioso salón lleno de ejemplares de Vientos de Invierno y Sueños de Primavera.

¿Y esto? —preguntó el Titán.
—Son libros, chico, ¿no lo ves?
—Sí, sí, pero… me refiero a que estamos esperando por ellos y me preguntaba que…
—Ahhh…. sí. Por joder, sintetizando.
El expresivo Titán miró a Martín con cara de estupefacción. Las líneas de su casco delataban una profunda decepción.
«La cara es el espejo del alma», nos dijo MCR después que pensó Martín. Ella lo conoce mejor que nadie.
—Tampoco te pongas así, muchacho. No entiendo que te pille de nuevas —dijo con cara de sopresa—. Me cargué a Ned Stark, dejé a Bran Stark paralítico, le hice creer a todo el mundo que Jon Nieve, que no es el héroe de esta historia, era un simple bastardo; maté también a Robb y cuando pensabais que os habíais librado de Cat, la resucité… Soy un poco diablillo y juguetón —apostilló mientras reía como un niño al frotarse las manos—. Además, que a ti bien que te viene, porque si saco ya los libros, ¿cuánto duraría la web esa que tienes y que no conozco de nada? Por cierto, diles a esos tales @Zagel y @Davos, dos desconocidos para mí, que dejen de hacer spoilers o yo sí contrataré a alguien de Braavos. Pero de Braavos de verdad, no del fanfic ese que tenéis montado.

 

A continuación nos invitó a tomar asiento. Él lo hizo sobre una reproducción del Trono de Hierro fabricado con billetes de un trillón de dólares. A nosotros nos dejó una banqueta. Una vez sentados, Martín se sinceró. Nos dijo que, por norma general, no invitaba a nadie a su casa. Sin embargo, esta vez hizo una excepción. «Porque venís de parte de MCR y ella es my bestie», dijo con una voz dulce y acaramelada mientras posaba sobre ambos puños una cara angelical, «que si no…».

MCR nos había dicho que solo podríamos hacerle cinco preguntas a George R. R. Martín. El escritor no se lo había dicho como tal, pero lo intuía, porque lo conoce bien. Nosotros nos conformamos. A fin de cuentas, íbamos a entrevistar al genio que ha parido el mundo que adoramos. Con el bagaje que nos proporcionan los Así Habló Martín que preparamos gracias a Westeros.org, pensamos que podríamos hacerle las cinco preguntas definitivas. Lamentablemente, de entrada el propio escritor nos puso los pies en la Tierra:

—Debes entender que la entrevista seria para todos los medios españoles ya la di hace unos meses —dijo mientras sonreía a MCR—, y que contigo no puedo compartir más que las migajas. Espero que no sea molestia, pero a cambio esta vez sí accederé a echarme una foto para demostrar que el encuentro es real, a pesar de la timidez a la que acostumbro. Siento muchísimo por todo lo que te he hecho pasar, MCR.
—No te preocupes, George, no es culpa tuya —dijo MCR.
—Señor Martín —apuntó el Titán—, ¿podemos empezar ya?
—¿Eso es ya una pregunta de la entrevista? —preguntó el escritor.
—Ehhh… no, no. Era por romper el hielo —contestó a modo de disculpa el Titán.
Nadie rompió a Hielo, chico —dijo Martín, haciendo como si el Titán acabase de decir que cuándo saldría Vientos de InviernoFue reforjada en dos espadas por orden de Tywin Lannister y…

 

Así continuó Martín durante unos veinte minutos, gritando desde el Trono y señalando con un dedo acusatorio al Titán, que personificaba a «todos aquellos que dicen ser fans de verdad pero no lo son». Llegó a remontarse hasta Lancel IV y a cómo decapitó con Rugido a Harrald Medioahogado para narrar la historia de las espadas de acero valyrio de la Casa Lannister. Además escenificó la escena de aquel Rey de la Roca con una réplica de Hielo, el espadón de los Stark, y la cabeza de Alberto —el misterioso colega de MCR— mientras reconocía que «aunque los Stark parecen los protas, en realidad yo siempre he sido un poco Lannister».

Cuando, finalmente, recobraron la compostura y Martín estaba de nuevo en su trono, se pudo continuar con la entrevista. La primera pregunta le sorprendió bastante.

—¿Es cierto que se inspiró en la Guerra de las Dos Rosas?
—Wow, es alucinante. Esa referencia se le escapó hasta mi querida e inteligente MCR. Sí, es cierto. No tanto en el conflicto en sí, sino sobre todo en los nombres de las casas enfrentadas y, por supuesto, en el blasón personal de Enrique VII Tudor. Ese que tiene un un perro, un dragón y un leoncito chiquitito, como Tyrion —y guiñó el ojo—. Todavía no sabéis cómo puede ser, pero en petit comité te cuento que lo de Dany como hija de tres… ¿sabes a lo que me refiero, no?
—Sí, por supuesto. ¿Qué lector de su obra no iba a saber a qué se refiere?
—¿Eso es otra pregunta? —inquirió Martín.
—No, no, perdone. Continúe. Pero es que todas las Visiones de la Casa de los Eternos… Ese es sin duda uno de los mejores capítulos de su saga y encantó a nuestros leales. Sería interesante que luego comentara algo al respecto de todo el capítulo en sí, si no le importa. Ahora, y de nuevo si no es molestia, seguimos adelante.
—Joder, así no se puede. Soy un jardinero, no un arquitecto. Fluyo como mis novelas y ahora… ¿Hacia dónde tengo que seguir? ¿De qué coño estábamos hablando?
Estábamos hablando de Dany como hija de tres.
—Sí, es cierto. ¿Qué bueno fue aquello, verdad?
—Ehhh, sí -dijo el Titán sorprendido-. Pero creo que me iba a contar algo más.
—Pues ahora ya no me da la gana, que me has cortado el rollo. Ha sido como si a Tyrion, en plena faena, su concubina le recordara que es puta, chico.

 

El Titán empezó a sudar la gota gorda, porque sabía que una gran exclusiva se le había escapado. Había empezado bien, con buen tono y mejor dicción, pero en este momento le temblaban las cuartillas en las manos. «¿Por qué me dejé mangonear otra vez?», pensó, «»Titán, posa para esto; Titán, posa para lo otro», pero cuando quiero escribir un post en la web sobre mi teoría de que Howland Reed es en realidad Benjen Stark no me toman en serio. Encima este tío es un borde. Tendría que haber venido Ashara y que se lo hubiera cargado. Joder, qué mal rato me está haciendo pasar».

Presa de los nervios, el Titán pensó que cambiar de tercio sería lo mejor.

—¿Qué puede decirme de la serie? ¿Está contento con el final que Benioff y Weiss han planeado?
Sigue leyendo —dijo Martín, haciendo un aspaviento con la mano, como si no quisiera darle importancia al tema.
—Perdone pero… ¿que siga leyendo el qué?
Las preguntas, coño. Es que vaya gilipollez me acabas de soltar. Pues es buenísimo. ¿Por qué te crees que los libros están aquí, cabeza hueca? —El Titán tampoco se pudo ofender en demasía ya que, literalmente, Martín estaba en lo cierto—. No me atrevo a publicar teniendo en cuenta la grandísima obra de arte que mis fieles David y Daniel han conseguido plasmar para la televisión. Creo que en ediciones futuras suprimiré toda la trama de Griff el Joven —Martín se quedó pensativo por un momento—. Y modificaré la de Dorne. Es increíblemente bello lo que estos chicos han hecho con mi vulgar material. Ah, y Bryan Cogman también por supuesto. Ahora estoy trabajando codo a codo con él y… a veces le digo, «pero, Bryan, ¿cómo es posible que el que se pudra entre fardos y más fardos de papel verde sea yo cuando el verdadero genio eres tú?». Es inexplicable, pero ya sabes cómo es el mundo. La gente no sabe valorar las cosas, los pequeños detalles. Mis libros son «Tetas y Dragones», pero esto… esto es una narración audiovisual de calidad. Stannis, Varys, el Davos de las últimas temporadas… Esta gente sabe lo que hace, chico.

 

Y aquí fue cuando la magia tuvo lugar en la casa de George R. R. Martín. Fue la primera vez en la historia en que alguien sin cabeza vomitó. El Titán, presa del pánico, se quitó el casco y de donde debería haber habido una boca empezó a salir un chorro líquido y morado, como si se hubiera comido un aro de cebolla tan pesado e indigesto como el Anillo Único. «Al menos ha salido morado, el color de los braavosis», pensó el Titán poco antes de ponerse de nuevo el yelmo. Roberto y Alberto se apartaron asqueados y MCR negaba con la cabeza mientras decía «no puede ser, confié en ellos, y han vuelto a traicionar mi bondad natural».

¡¡Su puta madre!! —gritó Martín aferrándose a los billetes de un trillón de dólares de su trono.— ¡Que estos cabrones de Braavos me han enviado un jodido espectro!

 

Una hora más tarde, y después de que unos tipos tatuados con fregonas en las mejillas lo hubieran limpiado todo, Elio García y Linda Antonsson llamaron a la puerta. George R. R. Martín fue a abrirles y tras unos efusivos saludos que se escucharon hasta en el salón, los tres entraron a la habitación. El Titán pensó que no podía haber mejor noticia. «Los verdaderos Príncipes de Rocadragón, menos mal. Seguro que ellos pueden explicarme qué está pasando aquí», pensó aliviado. Pero, como si estuviera dentro de uno de los libros de su escritor favorito, las cosas se volvieron a torcer cuando mejor pintaban.

—¡¡Tú!! ¿Aquí? —dijo Linda Antonsson, visiblemente enojada.
—Hola, amigos —dijo MCR—. Supongo que ya conoceréis al Titán.
¡Eso es mentira, so marrana! —dijo Elio García.
—¿Cómo? —MCR era un mar de dudas—. ¿No hablaron recientemente a propósito de una entrevista?
Esa entrevista es falsa, MCR, y tú, que tienes un grado en periodismo, deberías saberlo —dijo Elio García—. George, te esperamos comiéndonos un buen taco donde siempre. No queremos compartir habitación con este apestado, cuya comunidad vive de robarnos tus declaraciones sin permiso ni nada.

 

Martín nos dijo apesadumbrado que solo podíamos hacerle una pregunta más. El Titán no sabía dónde meterse, pues ya había interiorizado que debía buscar Braavos en un mapa e irse hacia allí en vez de volver a España. La Compañía se había endeudado al pagar los billetes de avión (y de ahí que pensaran en incluir las microdonaciones por si caía algo), y el pobre no solo volvía con las manos vacías, sino que además había descubierto que su ídolo era una persona voluble, que tan pronto se mostraba apasionado con detalles triviales de su saga como asqueado por otros que encantaban a sus lectores.

Se llevó las manos al yelmo, y empezó a negar muy despacio con la cabeza. «Dios, nadie se va a creer esto. ¿Qué les digo yo ahora a los chicos? ¿Que qué les digo? ¡Que se jodan! Ni en el podcast me dejaron hablar, diciéndome que farfullaba demasiado con el casco puesto». Pero en algo estaba en lo cierto. «Todo es muy raro. Este hombre no puede ser George R. R. Martín», pensó, «ni aquellos Elio y Linda Antonsson». Así que, armado de valor, el Titán hizo la pregunta que más temía hacer:

—¿De verdad es usted George R. R. Martín?
—Qué va. En realidad soy Loron Greyjoy.

 

PD. Recomendamos escuchar el podcast del aniversario antes.

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