En cuanto Cristina Dayne escuchó la llamada del Titán desde Rocadragón, donde aguarda a la próxima Espada del Amanecer, comenzó a prepararse para esta nueva aventura. Ella es así, se suma a todas las iniciativas de la Compañía, por locas que puedan parecer. Ya pudimos comprobar cómo escribe, de modo que es una apuesta segura. Además, le toca analizar un capítulo con un final de lo más trepidante y que ha dado mucho que hablar entre los leales. Veamos cómo lo vivió esta Dayne.
7×04: Botines de Guerra
— Cristina Dayne —
Bienvenidos, leales, otra semana más nos reunimos alrededor de la hoguera. Bajo el manto estrellado y con el canto de las cigarras en la noche, seguiremos narrando y comentando la historia de Poniente, lo que ha sucedido en nuestro capítulo de hoy y qué depara a nuestros protagonistas en el futuro. ¿Quién sabe eso, aparte de Brandon Stark?
ÉRASE UNA VEZ…
Una tierra muy, muy lejana, en la que vivían… Ups, creo que esa parte nos la podemos saltar. Pasemos directamente al momento tras la batalla: el de recoger los botines de guerra.
El día se ve claro entre los verdes páramos del Dominio, mientras el ejército Lannister desfila cargado de oro y demás botín, camino de Desembarco del Rey. Jaime paga a Bronn con una bolsita llena de monedas, pero el señor del Aguasnegras todavía conserva su alma de mercenario y desea algo más, una minucia: algo como el gran castillo de Altojardín. A Jaime no le parece una buena idea, al parecer, y discuten amigablemente sobre sus disentimientos. Hay que ver la alegría que da la victoria en la batalla.
Está visto que estar emparentado con los Stokeworth no le da muchas rentas a Bronn, o al menos no tantas como él desearía. (Vaya… ahora mismo estoy pensando si en la serie también está casado con Lollys… qué lapsus).
BELLA Y BESTIA ES…
Sí, la gran reina oscura de Poniente está reunida con ese testaferro venido de tierras también muy lejanas, del otro lado del mar Angosto, el cual desea recuperar el oro que, tiempo atrás, le prestaron él y los suyos a su difunto esposo. La bella pero terrible monarca se muestra muy segura de sí misma, asegurando que no debe preocuparse, pero el hombre se muestra dubitativo, y al mismo tiempo sondea la situación en busca de nuevas oportunidades de negocio; porque, sin duda, la guerra va a conllevar multitud de gastos y la corona necesitará financiación.
Ay, Cersei, cómo corteja con el oro, la tía. Todo va viento en popa para la reina y sonríe, y el braavosi, esa vergüenza de delegado capaz de negociar con esclavos, también.
PETYR Y EL LOBO
Mientras tanto… o tal vez tres semanas más tarde, quién sabe, encontramos al mediano de los Stark reunido con una babosa con forma humana, que antaño fue un gran confabulador y político en alza y que ahora se ha rebajado a babear todo el día por una alta pelirroja. Ese con mote deduno. (¿Qué no existe esa palabra? pffff).
Entre una estúpida perorata que nadie se creería, Meñique trata de convencer a Bran de que tiene algo para él, y saca una retorcida y engalanada daga con una macabra historia tras ella. El muchacho se queda con cara de pensar «¿para qué narices necesito yo esto?», pero la coge. Está claro que obra con inteligencia: mejor en sus manos que en las del baboso traicionero. La mira con estupor, eso sí, mientras el otro le habla, como si supiera por lo que ha pasado el chaval, del chasco que supone volver a Invernalia y encontrarse con ese caos.
El caos es una escalera, dice el joven Bran, muy serio y con tono monótono, como si nada, y a Meñique se le pone una cara parecida a la de Joffrey cuando moría envenenado en su propia boda. Se le ve apurado al hombre, caramba.
Oportunamente aparece Meera, la dulce muchacha con músculos de acero, que desea regresar con su familia (¡por Dios! No es de extrañar). Halaga ese nuevo vehículo de Bran, esta vez con ruedas, y se despide de la que ha sido su única compañía durante… quién sabe cuánto tiempo. Este, sin embargo, reacciona como si estuvieran haciéndole la declaración de la renta y no le saliera a devolver. «Sus músculos faciales se están deteriorando a marchas forzadas, al parecer. Debería hacerse visitar por un buen médico», piensa la chica preocupada. Pero no.
Le habla de Jojen, de Hodor, de Verano, que han muerto por él pero nada.
— ¡Bran!— le dice, intentando llamar su atención o hacerle reaccionar.
—Ya no soy ese. Recuerdo lo que era siendo Brandon Stark, pero ahora recuerdo mucho más.
—Moriste en la cueva— dice finalmente Meera, entristecida. «Tanto tirar del trineo todo ese tiempo, para cargar con una piedra… «, piensa ella frustrada. Y se las pira.
FROZEN
La nieve cubre todo hasta donde alcanza la vista, mientras alguien a caballo otea el horizonte, y la gran fortaleza que se alza al fondo. Ese alguien no es más que la joven Arya Stark, que vuelve al hogar. Dos estúpidos guardas le cierran el paso, haciéndose los sabiondillos cuando nunca han oído hablar de Ser Rodrick Cassel o el maestre Luwin (que vergüenza… Creí que había que pasar una oposición sobre la historia de Invernalia para conseguir un puesto como ese, aishhh).
No importa. Arya es más lista y consigue entrar. Los tontainas dejan de discutir y ven que la han perdido de vista. Pero cuando van con la historia a Sansa, ella sabe qué hacer.
Las criptas suelen ser lugares ominosos, húmedos y oscuros, nada agradables de visitar, pero las de Invernalia no son así. Bueno, sí. Y además, son enormes y la gente tiene miedo de ellas. Allí hay muchas tumbas, interminables estatuas de los Stark de antaño con sus espadas, velando el lugar. Pero los Stark no tienen miedo de estar allí. Arya está en silencio, frente a la estatua de su padre, cuando Sansa da con ella.
—¿Ahora debo llamarte Lady Stark? — pregunta ella con cierta sorna.
—Sí. — contesta su hermana. «¿Pero que se ha creído la mocosilla esta? Aquí un respeto…»
La mocosilla, en realidad, ha crecido y sonríe contenta, y Sansa también. Se abrazan, y se alegran de encontrarse. Ambas. Nada que ver con ese hermano tan «cariñoso» que «murió» en la cueva. Ellas nunca han estado de acuerdo en muchas cosas. Arya le habla de su lista, y Sansa se ríe («qué guasona es mi hermana», piensa). Ambas lo han pasado mal y poco saben la una de la otra, pero en algo se ponen de acuerdo: la estatua de Ned no se le parece.
Finalmente ambas van a visitar a Bran frente al árbol corazón. Este se muestra tan entusiasmado con Arya como lo hizo con Sansa, o sea… pfff. Está visto que eso de ser cuervo de tres ojos implica ser un témpano de hielo, porque los cuervos, en realidad, son más expresivos. La parte positiva para Arya es que a Bran ni siquiera necesita hablarle de su lista. El chico la vio en la encrucijada y creyó que iría a Desembarco, al fin y al cabo, Cersei está en su lista. Sansa se queda con cara de «¿cómo?», y todavía no lo ha descubierto todo.
Luego Bran decide regalar a Arya el puñal que previamente le ha regalado Meñique. Aquí es cuando una piensa que algo tendrá que hacer la chavala con él, para qué su hermano se lo dé. ¿Qué habrá visto Bran en Arcianet para entregársela a su hermana? ¿A qué está destinada esta daga? Por lo pronto, parece destinada a estar en poder de Arya, una gran asesina. Finalmente, los tres pasean alegremente por Invernalia, bajo la mirada emocionada de Brienne y Podrick, que trata de animar a la grandullona. Y excepcionalmente, ella se lo agradece.
BLANCANIEVES, SU SÉQUITO Y EL ENANITO
Rocadragón. Hogar ancestral de los elf… esto… de los valyrios que marcharon de Essos antes de la maldición. Van paseando Missandei y Daenerys, contándose secretitos femeninos, por esas escaleras tan fáciles de subir y bajar a todas horas (¡cogontó!), cuando ven al Rey en el Norte, esperándolas en la playa.
Deciden hacer una excursión playera, justo hasta una cueva que les conduce al corazón de un yacimiento de vidriagón. Un lugar oscuro y algo tétrico, la verdad, sobre todo si una piensa en cómo se debió formar toda esa obsidiana. Pero, ¡ah! ¡Sorpresa! La excursión no acaba ahí. Jon sigue guiándola hacia el interior, hasta la versión ponienti de las cuevas de Altamira. Muchas espirales y figuras geométricas inspiradas y dibujadas por los niños (ups, perdón… hijos) del bosque. Y si van hasta la parte más alejada, ¡guau! Ahí hay dibujitos de los primeros hombres y de los señores del bosque y… más allá ¡tachán! Caminantes blancos. Dibujados con el mayor detalle conocido en la prehistoria de Poniente. Mientras los hombres e hijos parecían simples perfiles dibujados con tiza, cual escena de un asesinato, los Otros tienen todos los rasgos, y ojos, pelo, facciones… No les falta de nada. Jon no podía soñar mejor regalo para convencer a la reina rubia de la existencia de dichos seres legendarios.
—Lucharé por vos, lucharé por el norte cuando hinquéis la rodilla.
—Mi pueblo no aceptará una reina sureña.
Ay, pero… La reina tiene una fijación obsesiva por ver a todos sus aliados arrodillados ante ella. Tendrá que visitar a un psicólogo cuanto antes y quitarse esas manías.
Pero la excursión playera y las sorpresas no acaban ahí. Al salir de la cueva siguen paseando, discutiendo sobre unas malas noticias que acaban de recibir. Daenerys está hasta el moño de su peluca de hacer caso a Tyrion y desea ver sangre y fuego (que buenas migas haría con Melisandre a veces). Y entre tantos como tiene a su lado, pregunta a Jon. ¿Debe usar a sus dragones?
—Si los usáis para quemar castillos y fundir ciudades, no sois diferente, sois más de lo mismo. — responde él sabiamente. Así que Daenerys tendrá que buscar otra cosa que quemar.
LAS DOS MOSQUETERAS
De nuevo en las gélidas tierras septentrionales de nuestro Poniente, Arya tiene ganas de acción, y reta a Brienne a jugar a la guerra. Sansa que pulula por ahí con su sempiterna sanguijuela al lado, se detiene a observar. Interesante mini-batalla entre las dos féminas, que deja a Lady Stark alucinada y a Meñique todavía más. ¿Qué habrá pensado este de ver la daga que regaló a Bran en manos de la aguerrida guerrera?
—¿Quién os ha enseñado eso? — pregunta Brienne, impresionada.
—Nadie. — (qué graciosilla, la niña).
Y, por fin, esa mirada de Arya a Lord Baelish, un tanto acojonante: («¿lo tengo en mi lista, a ese?«)
Por cierto, al final estoy segura que lo mejor del entrenamiento de Arya se hizo lejos de las cámaras de D&D.
EL SIRENITO (Y EL REY EN EL NORTE)
Esta vez son Davos y Jon quienes pasean por los exteriores de Rocadragón (por favor, o a ellos les encantan las escalinatas o yo soy una vaga redomada). Para alegría del señor de La Selva, encuentran a Missandei, que muy razonablemente se está preguntando porque Jon no lleva el mismo apellido que su padre. Empieza una leve blablabla sobre los bastardos, ante la mirada extrañada de la chavalita. Al parecer en casa no hay bastardos porque nadie se casa. Davos se siente acaramelado con la mujercita y le hace guasa a Jon.
—¿Me perdonaréis si me cambio de bando?
Siguen en la playa, hasta divisar una nave del hierro, y una barca que se acerca. Y esta vez, quien se queda estupefacto es Jon al ver quien llega en esa barca… Sí, sí, ya. Nada que ver con lo asombrado e impresionado que se queda Theon al ver a Jon al llegar a la orilla. «¡Mierda! El bastardo que llegó a rey y yo aquí, el heredero de los Greyjoy, sin nada, ni hombría, para mirarle a la cara». El encuentro se queda en una regañina, y tan amigos.
Pero Theon a quien busca es a otra. ¿Y dónde está?
CÓMO ATERRIZAR A TU DRAGÓN
Vamos a pensar que para la siguiente escena, ha pasado un tiempo, al menos el suficiente para que la caravana de Jaime con su botín salga del Dominio y ya esté cerca de Desembarco. De hecho, el oro ha llegado allí ya (¡mierda! qué prisa se han dado, piensas, mientras imaginas a Cersei regodeándose con tan preciado metal, y a Tycho mucho más). Pero, al parecer quieren llegar ya, y el bueno de Tarly sugiere una azotaina para los cansados hombres. Jaime rehúsa, sugiriendo apremiarles un poco primero. Encuentra al joven Rickon Tarly (ups, perdón, Dickon) que se lamenta del enfrentamiento con los hombres de Altojardín, y del olor que había.
—Los hombres se cagan al morir. — perlita de Bronn que aprendió de niño, al parecer.
Y entonces se oye un estruendo. Parece aproximarse una tormenta bajo el cielo grisáceo del horizonte, pero no, llega algo peor, y todos lo saben. Los hombres se preparan para la embestida, y ante sus aterrorizados ojos aparece una horda dothraki, gritando como posesos y acojonando al personal.
—¡Los contendremos! — exclama Jaime, en un ataque de optimismo.
Ah, pero… ahí no acaba la historia. Porque una sombra alada toma forma en el horizonte, y algo que parece un 767 de Boeing se acerca inexorablemente, escupiendo fuego por la boca y dejando a los hombres hechos polvo (literalmente).
Los hombres gritan y mientras unos huyen, otros luchan contra los jinetes que hacen de las suyas con sus arakhs.
Pero Bronn, muy aguerrido él, se lanza con su corcel hacia el escorpión que Qyburn les preparó para ocasiones como estas. El corcel se queda cruelmente cojo (ay, todavía me estremezco cuando recuerdo sus lastimeros relinchos), pero sorteando el caos, el fuego y los hombres, consigue llegar hasta el carro del escorpión.
Sobre una colina aparece Tyrion mirando la batalla. ¿Qué leches hace él allí? Sí, sí, lo digo en serio. ¿Sufrir viendo a los hombres consumirse en el fuego? ¿ O ver como su hermano hace lo contrario de lo que él dice?
El escorpión dispara con fuerza por primera vez, y pasa cerca. El viento, mientras, arrastra las cenizas de lo que una vez fueron hombres. Todo es desolación. Bronn se prepara para el segundo disparo mientras ve como ese enorme animal vuela directo hacia él y dispara. Le hiere y el dragón empieza a caer al vacío. Pero no hay nada que temer. El enorme Drogon y su madre están intactos (casi), porque en el último momento, al animal remonta el vuelo y se pone a salvo tras un aterrizaje forzoso, y después de haber incendiado con saña el arma que le ha herido. Bronn se pone a salvo por los pelos con un ágil salto.
Pero no acaba ahí. Daenerys baja de su montura para intentar arrancar la enorme flecha que sigue clavada en el cuerpo de su hijo alado. Estira y estira, pero no tiene fuerza suficiente. Mientras, en la lejanía, el enano de Roca Casterly ve, preocupado, como su hermano se dispone a atacar a la pequeña reina. «Huye» le dice, pero el otro no le oye. Ni siquiera sabe que está allí. Ataca con una lanza, imprudente y temerariamente. Solo la intervención de alguien, en el último momento, le salva de convertirse en cenizas, echándolo a la orilla más profunda del lago más profundo de Poniente.
Y COLORÍN COLORADO… ESTO AÚN NO SE HA ACABADO.
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