A pesar de los radiantes rayos de luz que atravesaban los enormes ventanales de la Gran Sala, para mí los días en la Ciudadela seguían siendo grises como las túnicas que portaban los maestres. Mi único refugio era el tomo de Fuego y Sangre que llevaba siempre conmigo a todas partes. Perestan había cancelado las clases por una indisposición, algo de un virus con corona, y había que matar el rato de alguna manera. Me dirigí a la biblioteca y me aseguré una posición perfecta en una esquina apartada del ala oeste para evitar miradas indeseadas de los curiosos que merodeaban por allí, incluido el sabelotodo de Cormac. Una vez asentado, abrí Fuego y Sangre, del que sorprendentemente ya había leído casi la mitad. “Ni con todos los libros que he leído en mi vida juntos alcanzaría lo leído hasta ahora con este, por los Siete”. Sin más, me adentré en la historia del rey que mataría mis sueños de ver hoy en día un dragón, Aegon III.
La regencia del sieso
En el 131 dC, Aegon sucedió a su tío Aegon en el Trono de Hierro cuando apenas contaba con 11 años. En los siguientes cinco, coincidiendo con su minoría de edad, el reino fue regido por la Mano del Rey y un Consejo de regentes, autores y perpetradores de diversas estratagemas, tramas y muertes en su lucha constante por mantener el poder
El nuevo Rey poco se parecía a su antecesor y rápidamente el pueblo empezó a llamarle “El desafortunado”, “el Infeliz” y, poco más tarde, “Veneno de Dragón”.
Tuvo dos esposas y fue padre de cinco vástagos (dos varones y tres hijas), pero ni el matrimonio ni la paternidad parecieron darle muchas alegrías. De hecho, era notoriamente taciturno. No cazaba ni practicaba la cetrería; solo cabalgaba si tenía que viajar; no bebía vino, y le interesaban tan poco los placeres de la mesa que en ocasiones debían recordarle que tenía que comer. Aunque permitía que se celebrasen torneos, jamás participaba en ellos, ni compitiendo ni como espectador. De adulto vestía de forma austera, a menudo de negro, y se sabía que llevaba una camisa de fieltro bajo el terciopelo y la seda exigidos a un rey.
Pero todo ello fue muchos años más tarde, después de que Aegon III alcanzase la mayoría de edad y tomase en sus manos el gobierno de los Siete Reinos. En el 131 d. C., al comenzar su reinado, era un muchacho de diez años; alto para su edad y del que se decía que tenía «un pelo plateado tan claro que era casi blanco, y unos ojos de un violeta tan oscuro que eran casi negros».
Incluso de adolescente, Aegon sonreía rara vez y reía aún menos, según cuenta Hongo, y aunque podía mostrarse elegante y cortés cuando era necesario, en su interior albergaba una oscuridad que nunca desapareció.
fuego y sangre: postrimerías-la hora del lobo
Durante el Falso Amanecer, los señores de los ríos que habían marchado hacia Desembarco del Rey para luchar contra Aegon II juraron rápidamente fidelidad al nuevo rey. Así mismo, Corlys Velaryon envió misivas a todos las casas partidarias de Aegon II prometiendo la amnistía a quien hincara la rodilla. Por todo el reino se celebró la muerte del Aegon mayor y el ascenso de su sobrino al Trono de Hierro. Y entonces llegó él.
«La ciudad estaba enteramente a su merced —dice el septón Eustace—. Los norteños la habían tomado sin desenvainar una espada ni disparar una flecha. Fueran hombres del rey o de la reina, tormenteños o marinos, señores de los Ríos o Caballeros del Arroyo, de alta o de baja cuna, todos los soldados se le sometían como si hubieran nacido a su servicio.» Durante seis días, Desembarco del Rey tembló en el filo de una espada.”
fuego y sangre: postrimerías-la hora del lobo
En una comitiva presidida por Velaryon y con los Tully y Blackwood como testigos, Aegon recibió a Lord Cregan Stark, el lobo de Invernalia. Empezó así el periodo conocido como “La Hora del Lobo”: lord Stark tomó el poder de la ciudad y se autoproclamó Mano del Rey. ¿Qué buscaba con eso? Malas lenguas dicen que su objetivo principal era casar al joven rey con alguna de sus hijas, pero de los relatos de los maestres no se deduce que lord Cregan tuviera tan siquiera herederos en ese momento. Otros apuntan que el plan realmente era asesinar al rey para casarse con la reina Jaehaera; pero debido al apoyo que la casa Stark siempre profesó al bando de los Negros también, debemos ponerlo en duda. El caso es que mientras duró la visita de lord Stark en la capital, el Rey fue confinado en el Torreón de Maegor sin más compañía que la del niño Gaemon Peloclaro. Cuando el rey exigió saber por qué no era libre de ir y venir a voluntad, lord Stark respondió que la ciudad era un nido de víboras y la corte estaba llena de mentirosos que, de tener ocasión, estaban dispuestos a envenenarle como a su tío. Así, la autoproclamada Mano se dedicó a ejecutar a todo aquel sospechoso de haber participado en la muerte de Aegon II. El único a quien se perdonó fue a Corlys Velaryon por petición expresa de Aegon, y por la buena mano para la diplomacia de Alysanne Blackwood, quien había cautivado al joven Guardián del Norte, a quien se sentó en su consejo privado.
Ningún señor tenía derecho a ordenar la muerte de otro señor, por lo que antes era necesario que el príncipe Aegon nombrase Mano del Rey a lord Stark, con plena autoridad para actuar en su nombre. Así se hizo. Lord Cregan se encargó del resto, mientras que los demás se quitaron de en medio. El señor de Invernalia no se sentó en el Trono de Hierro, sino al pie, en un sencillo banco de madera. Uno por uno, llevaron ante él a los sospechosos de haber intervenido en el envenenamiento del rey Aegon II.”
fuego y sangre: postrimerías-la hora del lobo
Acabada su tarea en la capital, lord Cregan Stark decidió volver al Norte pero no sin antes hacer frente a un último escollo. Lord Stark había viajado al sur con un gran ejército formado por hombres que no eran necesarios ni deseados en el Norte, cuyo regreso en pleno invierno podría causar penurias e incluso la muerte de sus allegados. Lady Alysanne, quien había accedido a desposarse con lord Stark, encontró la solución: las tierras de los ríos estaban rebosantes de viudas de la guerra que ante la llegada del invierno podrían beneficiarse de espaldas fuertes y manos voluntariosas. Así los lobos del invierno encontraron destino ya fuera casándose con viudas, ya fuera ofreciendo su espada a algún señor ribereño e incluso algunos probaron suerte más allá del mar Angosto.
Durante esta Hora del Lobo se casó al joven rey con su prima Jaehaera, hija del rey anterior, delante de Pozo Dragón en la colina de Visenya. Se unían así las dos ramas de la familia Targaryen que tanta sangre habían vertido a lo largo del continente por su incapacidad de entenderse. Después de la ceremonia se procedió a coronar al nuevo rey como Aegon III. Sus primeras actuaciones fueron las de cubrir las plazas que habían quedado vacantes en su Guardia Real y la de nombrar a Tyland Lannister como Mano del Rey y a Leowyn Corbray como Protector del Reino. Aunque cuando se le requería el nuevo Rey se sentaba en su Trono, lo cierto es que rara vez se dejaba ver por la Fortaleza Roja y el reino quedó en manos del consejo de regentes que se nombró:
A ser Willis Fell, el único superviviente de la Guardia Real de la época del rey Viserys, lo nombró lord comandante de los espadas blancas, y ser Marston Mares sería su lugarteniente. Ya que se consideraba que los dos pertenecían a los verdes, los demás puestos de la Guardia Real se asignaron a partidarios de los negros. A ser Tyland Lannister, que poco antes había regresado de Myr, lo nombró Mano del Rey, mientras que lord Leowyn Corbray ocupó el cargo de Protector del Reino. El primero había sido verde; el segundo, negro. Por encima de ellos habría un consejo de regencia formado por lady Jeyne Arryn del Valle, lord Corlys Velaryon de Marcaderiva, lord Roland Westerling del Risco, lord Royce Caron de Canto Nocturno, lord Manfryd Mooton de Poza de la Doncella, ser Torrhen Manderly de Puerto Blanco y el gran maestre Munkun, recién elegido por la Ciudadela para tomar la cadena del cargo del gran maestre Orwyle.
fuego y sangre: la regencia-la mano encapuchada
Al final del 131 d. C., una «calma gris» se había asentado en Desembarco del Rey y las Tierras de la Corona. Aegon III se sentaba en el Trono de Hierro cuando era necesario, pero aparte de eso se dejaba ver poco. La tarea de defender el reino cayó en el lord Protector, y el tedioso gobierno cotidiano, en la Mano, el ciego Tyland Lannister. En tiempos alto, rubio y apuesto, ser Tyland había quedado tan desfigurado a manos de los torturadores de la reina que se decía que las damas recién llegadas a la corte se desmayaban al verlo. Para ahorrarles el disgusto, la Mano adoptó la costumbre de cubrirse la cabeza con una capucha de seda en las ocasiones formales. Puede que fuera un error de cálculo, pues le confería un aspecto siniestro, y el populacho de Desembarco del Rey no tardó en cuchichear sobre el maligno hechicero enmascarado de la Fortaleza Roja. La Mano, además de la apremiante llegada del invierno, debía hacer frente al dilema de qué hacer con la reina viuda Alicent, quien desde la muerte de su último hijo había perdido todo atisbo de compasión e incluso había llegado a alentar a su nieta Jaehaera para que degollase a su marido en el lecho. Así, por miedo que su ejecución reavivara las rencillas de la guerra, Alicent fue confinada al Torreón de Maegor hasta el último de sus días.
Aquel fatídico año 131 d. C. llegó a su fin con los mares en llamas tanto al este, con una nueva guerra de la Triarquía, como al oeste de los Siete Reinos, con Dalton Greyjoy, que seguía azotando las costas de los Lannister; mientras, las ventiscas azotaban Invernalia y el Norte. En Desembarco del Rey tampoco reinaba la felicidad; la gente había empezado a desencantarse con el niño rey y la pequeña reina, a quienes no se había vuelto a ver desde la boda, y empezaban a propagarse rumores sobre la «Mano Encapuchada»: practicaba las artes prohibidas, bebía sangre de neonato y era, además, «un monstruo que oculta a dioses y a hombres su rostro deforme». Dentro de la Fortaleza Roja también se hablaba en susurros de los reyes. El matrimonio real tuvo problemas desde el principio. Tanto el novio como la novia eran niños: Aegon III tenía once años y Jaehaera, solo ocho. Tras casarse tenían poco contacto entre sí, excepto en las ocasiones formales, e incluso esos casos eran raros, pues la reina odiaba abandonar sus aposentos.
Poco después, en el 132 d. C., Lord Corlys Velaryon murió, lo que provocó que muchos pensaran qué pasaría con el reino si al joven rey le ocurría algo. Cuando se le planteó la cuestión al Rey, el niño solo pudo dar el nombre de su único amigo, Gaemon, el pretendiente bastardo de un prostíbulo durante la Luna de la Locura. Esa sugerencia fue desechada, al igual que se descartó la posibilidad que sus medio hermanas, Baela y Rhaena, fueran sus herederas debido al sexo de las gemelas.
Aun así ambas, de caracteres totalmente opuestos, recibieron la atención de muchos pretendientes que veían en ellas la sucesión natural del Rey. Se propuso que Baela se casara con el viejo Lord Rowan, pero la muchacha huyó de la Fortaleza Roja y se casó con su primo Alyn Velaryon. Eso confirmó para la mesa de regentes que la joven no podía ocupar un puesto prominente en la sucesión del rey, así que se centraron en casar adecuadamente a su gemela Rhaena. Después de escuchar la opinión de la joven, se decidió comprometerla con su favorito, Corwyn Corbray, portador de Dama desesperada y hermano del Protector del Reino.
El puesto de lord Corlys en el consejo de regencia ya se lo habían ofrecido a un hombre mayor y más curtido: Unwin Peake, señor de Picoestrella, de Dunstonbury y de Sotoalbar.
Cuando la fiebre invernal azotó Poniente en el 133 d. C., Aegon se ganó el favor del pueblo visitando a enfermos y dándoles consuelo, sosteniendo la mano de los infectados. Aunque a penas hablaba, sus palabras de ánimo fueron de gran consuelo para los infectados. Uno de ellos fue la Mano del Rey, Tyland Lannister, quien pereció poco después además de Leowyn Corbray, Will Fell y otros dos Capas Blancas o Lord Westerling.
En los días siguientes a la muerte de lord Lannister, Aegon III nombró a Ser Robert Darklyn y a Robin Massey como guardias reales y convocó a la capital a Lord Thaddeus Rowan, Alyn Velaryon y Baela Targaryen para que sirvieran como Mano del Rey, Almirante y miembro del Consejo Privado respectivamente. No obstante, Lord Unwin Peake y el Gran Maestre Munkun, los dos restantes de ese primer consejo de regentes, desoyeron las órdenes del Rey e incluso se proclamó a Peak como Mano del Rey. Además, Peake deshizo también los nombramientos de Darklyn y Massey para nombrar a familiares suyos como Guardia Reales, además de ocupar otros cargos de la corte con sus allegados. Entre ellos se nombró a Ser Gareth Long como Maestro de Armas de la Fortaleza Roja y el encargado de entrenar en las armas al joven rey. Este, no obstante, despreciaba a Ser Long y pronto optó por ignorar sus instrucciones y simplemente abandonaba sus clases constantemente. Ante la imposibilidad de dañar al Rey, Lord Peake sugirió que los castigos físicos por el comportamiento del Rey fueran recibidos por el joven Gaemon, cuyas lágrimas y sangre fueron motivación suficiente para que el joven Aegon mejorara drásticamente en su disciplina.
Ninguno de estos cambios gustó al joven rey. En especial, su alteza no estaba nada conforme con su Guardia Real. Ni le caían bien los dos nuevos miembros ni confiaba en ellos, y no había olvidado la contribución de ser Marston Mares a la muerte de su madre. El rey Aegon detestaba a los «Dedos» de la Mano más si cabe, sobre todo a su descarado y malhablado comandante, Tessario el Pulgar. Esta aversión se convirtió en odio cuando el volantino asesinó a ser Robin Massey, uno de los jóvenes caballeros que Aegon deseaba que formasen parte de su Guardia Real, en una disputa por un caballo que ambos querían comprar.
fuego y sangre: La regencia-guerra, paz y ferias de ganado
A finales del 133 d. C. el matrimonio del Rey con su esposa Jaehaera llegó a un triste final cuando la joven aparentemente se suicidó (aunque los rumores de que la joven había sido asesinada rápidamente se esparcieron por la Corte). Jaehaera era una niña solitaria, propensa al llanto y, en cierto modo, un poco simplona, pero parecía feliz en sus aposentos en compañía de sus damas y criadas, sus gatitos y sus muñecos. ¿Qué podría haberla enloquecido o entristecido hasta el punto de hacerla saltar por la ventana, al encuentro de las atroces estacas? Los sospechosos fueron muchos pero el tiempo dejó a Lord Peake como el principal sospechoso. La Mano podía no haber empujado a la niña por la ventana con sus propias manos, desde luego, puesto que estaba en la ciudad en el momento de su muerte; pero el guardia real apostado aquella noche en la puerta de la reina era Mervyn Flores, su hermano bastardo.
El hecho además de que Lord Peake propusiera a su propia hija Myrielle como nueva esposa para el Rey hizo que muchos señores pusieran el grito en el cielo: Lord Stark anunció que el Norte no aprobaría esa unión, Lord Tully la llamó presuntuosa e incluso el Gran Maestre Munkun, hasta entonces aliado de Lord Peake, consideró que esa unión podía dar la impresión de ser más un movimiento en beneficio de la Mano que del propio reino. Además, una oleada de cuervos con propuestas de matrimonio llegaron a la capital haciendo que Lord Peak no tuviera más remedio que convocar un baile en el Día de la Doncella en el que el joven Rey elegiría a su nueva esposa. A pesar de que la joven Myrielle y su Lord Padre hicieron esfuerzos para ganar la atención de Aegon en las semanas previas al baile, cuando el Día de la Doncella llegó, centenares de doncellas se presentaron ante Aegon, quien a medida que pasaron las horas fue hartándose más y más de todo aquello. Ya al borde del colapso, las medio hermanas de Aegon, Baela y Rhaena Targaryen, presentaron a la joven Daenaera Velaryon, una joven de pelo plateado y ojos violetas, que apenas contaba de 6 años. Poco más ocurrió después de esta presentación y al poco tiempo el Rey anunció que se casaría con la joven Daenaera. Lord Peake presentó su disconformidad ante esa unión debido a la corta edad de la novia y a la necesidad urgente de un heredero, pero el resto de regentes apoyaron la unión y la pareja se casó en el último día de ese año.
Durante un breve periodo de tiempo en su matrimonio, Aegon se comportó menos taciturnamente pero sus enfrentamientos con su Mano del Rey se mantuvieron inalterables. Al fin llegó una alegría para el joven rey: de vuelta de uno de sus viajes, Alyn Velaryon se presentó ante el Rey y la Corte con un regalo que había adquirido en Lys: Viserys, el hermano menor del rey, estaba vivo y volvía a casa junto a su nueva esposa, la lysena Larra Rogare, y la larga comitiva de esta última. La felicidad del rey por reencontrarse con su hermano, al que creía muerto desde la Batalla del Gullet, fue tal que pronto tanto su esposa como su amigo Gaemon fueron olvidados por el Rey que solo tenía ojos para su hermano.
Poco menos de un año después, la lysena parió a un hijo varón y todo el reino respiró aliviado ante un heredero al trono Targaryen. No obstante, cuando el joven Viserys y su esposa decidieron continuar con la tradición de la familia de colocar huevos de dragón en la cuna del pequeño, el Rey encolerizado ordenó que todo huevo de dragón fuera expulsado del castillo, provocando que los hermanos vivieran su primera riña. Dicha riña no cesó hasta que el pobre Gaemon murió envenenado mientras ejercía su cargo de catador real. Aunque su hermano Viserys fue su gran apoyo en ese duelo, Aegon III volvió a su estado habitual de melancolía y tristeza y volvió a mostrar desinterés por cualquier asunto de la corte.
Durante la caída de la casa Rogare y la bancarrota de su banco de Lys, los Rogare de Poniente fueron arrestados rápidamente, aunque un hermano de Lady Larra consiguió escapar a Braavos. Cuando Armaury Peake intentó detener a lady Larra, el rey y el príncipe se interpusieron a que cualquier hombre de Peake entrara en el Torreón de Maegor, empezando así un asedio de la guardia real a su propio monarca que duró 18 días.
—Sandoq no es ninguna bestia —contestó el rey Aegon sin mostrarse conmovido—. No puede hablar, pero oye y obedece. Ordené marcharse a ser Amaury y se negó. Mi hermano lo advirtió de lo que sucedería si traspasaba el lugar que marcaba el hacha. Creía que los votos de la Guardia Real incluían la obediencia.
—Es verdad, mi señor: juramos obedecer al rey —repuso ser Marston—, y cuando seáis un hombre adulto, mis hermanos y yo estaremos dispuestos a arrojarnos sobre nuestras espadas si así lo ordenáis. Pero, mientras seáis un niño, nuestro juramento nos exige obedecer a la Mano del Rey, puesto que habla con la voz del monarca.
fuego y sangre: la primavera lysena y el fin de la regencia
Aegon restituyó a Rowan como Mano del Rey, pero las torturas sufridas pronto hicieron mella en su carácter y el rey coincidió en que una nueva mano debería ser nombrada. Así, en el 136 d. C. se convocó el consejo de la regencia, se renovaron sus cargos y lord Torrhen Manderly fue nombrado Mano del Rey.
En el día de su dieciséis día del nombre, el Rey Aegon III entró en los aposentos del Consejo Privado y destituyó a todos sus regentes y a su mano…
De pronto, sin darme cuenta, una sombra se abalanzó sobre mí y me arrebató Fuego y Sangre de las manos. Cormac agarró el libro sin ningún miramiento para ver qué decía. “Vaya, vaya… de Gyldayn. Como se entere de esto Perestan y los otros miembros del rebaño, puede caerte una buena por acceder sin permiso a la zona prohibida, Brian”. Lo miré amenazante, sin pestañear, con una gran rabia incipiente. “Devuélvemelo, Cormac, o te arrepentirás”. Apenas oí “inténtalo” de su boca, fui a por él para darle una somanta de palos.
Entre el forcejeo y el zarandeo, el libro se resquebrajó por la mitad, acabando una parte en el candelabro de la esquina que iluminaba esa parte de la biblioteca, precisamente la segunda mitad del libro que me faltaba por leer. El viejo pergamino estalló en llamas en menos tiempo que una gota de fuego valyrio expuesta a la luz del sol. En mi ira, me giré sorpresivamente, veloz como un rayo de luz, y empujé a Cormac con todas mis fuerzas. Cuando se golpeó brutalmente la cabeza contra la pared, la sangre empezó a brotar de la brecha que le había ocasionado el golpe. El miedo me invadió como nunca, aunque la satisfacción de saber que seguía con vida lo aplacó. Pero duró poco. Alguien nos había visto.
En una esquina cercana, un hombre, cuyo rostro ensombrecido no pude llegar a atisbar en la lejanía, se acercó despacio y silencioso como un gato. Jamás lo había visto en la Ciudadela y su aspecto tampoco parecía el de un maestre. Su nariz era ganchuda, cruzada por una cicatriz, tenía el cabello de color negro y rizado y en su boca resaltaba un diente de oro. Habló. “Un hombre lamenta decirte que de ese libro de dragones solo existen dos ejemplares en el mundo, el que tú tenías y otro que yace escondido en Braavos, en la Casa del Blanco y Negro”. Me sorprendió más el hecho de que se preocupara más por el libro que por el muchacho que yacía medio seco en el suelo. Cuando vio que miraba a Cormac, el hombre lo señaló con desgana. “Este ya no me vale. Un hombre se despide”. Se giró y se marchó silenciosamente, sin mirarme; rápidamente se perdió entre las sombras.
No supe cómo reaccionar ante que lo que acababa de ver. Aunque mayor fue mi sorpresa cuando vi que Cormac se había levantado. “Shiiiiuuuiiiiiiiii, lo sé, lo sé, je, je, je. Buruuuup, baraaaap”. Mierda. Aún más me sorprendí cuando empezó a saltar por los bancos como si de un bufón se tratara. “Me expulsarán de la Ciudadela no solo ya por robar un libro prohibido, sino también por dejar tarado al alumno predilecto de Perestan”. Sin pensármelo dos veces, cogí los restos del libro y me llevé a Cormac, al que convencí sin demasiado esfuerzo con un caramelo de miel que me dio Hermyone. “Este Cormac me cae mejor, mira por dónde”. De ninguna de las maneras estaba dispuesto a permitir que este imbécil, ahora nunca mejor dicho, estropease mi camino para forjarme una cadena de maestre, aunque lo tuviera que arrastrar por medio mundo.
Salir de la Ciudadela a esas horas de la noche fue más fácil que encontrar un barco que zarpase en dirección al Mar Angosto. El único que encontré fue una maltrecha coca, La Chanquete, que tenía como destino las Ciudades Libres, no se especifica cuál. Cuando nos preguntaron por los nombres para el pasaje, caí en la cuenta que debían ser inventados. “Soy Rian, al que llaman Rian”, dije al marinero apostado en el muelle. “Por qué no habré dicho otro nombre menos parecido al mío, joder”, pensé para mis adentros un segundo después. “Y este de aquí es…”. Cormac empezó a chillar. “¡Loretaaa, loretaaaaa!”. “Loretha”, sentencié ante la mirada del marinero que no entendía nada. Cuando ya estábamos a bordo, los primeros rayos del alba ya comenzaban a iluminar las calles de Antigua. Justo en ese momento, gracias a los voces del contramaestre, averiguamos nuestro destino. Braavos nos esperaba. Y allí, la continuación de Fuego y Sangre.
Continuará… en unos años, quién sabe.
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