La vida de un novicio era la que uno podía imaginarse. Levantarse a horas intempestivas, consultar la biblioteca hasta para decidir qué desayunar, hacer de vientre con mayor o menor éxito y acudir a las clases. A veces, si uno era suertudo, le tocaba ser el asistente de algún archimaestre y tenía el honor de asistirle en la preparación de material y en limpiar su excusado que tan sabiamente llenaban cada día en cantidades copiosas y sorprendentes para señores de tan avanzada edad. Para mi desgracia —“o suerte, dirán algunos”— ningún archimaestre se había fijado en mí para concederme tal honor. Y por lo acontecido en la última clase de ese día, no parecía que eso fuera a cambiar.

Después de una lección interminable de historia de las guerras de la Triarquía, Perestan había reclamado la atención del aula para anunciar una noticia maravillosa: el novicio Cormac, el más brillante de nuestra promoción, acababa de forjarse su último eslabón de cobre.Como si el condenado necesitara inflar aún más su ego”. Puede que fuera la envidia quien hablara por mí, pero lo cierto es que el dichoso Cormac protagonizaba demasiado a menudo mis sueños más violentos. No solo el muy bastardo tenía que superarme en cada una de las clases, sino que además ahora debía reírle las gracias mientras se dirigían todos al Cálamo y el Pichel para celebrar juntos su nuevo eslabón.

Que conste, si es que alguien nunca llega a leer este escrito, que no suelo usar el adjetivo de bastardo como un insulto: en el presente caso me limito a describir a Cormac Flores, señorito con demasiados aires que se creía que ser hijo de un señor del Dominio le situaba en un estatus superior al resto. “Tu supuesto señor padre es un calvo sin corazón que, según se rumorea, estuvo a punto de matar a su primogénito porque había cogido peso, pero a ti te mandó a la Ciudadela casi después de que te destetaran para tapar la deshonra que representas. Tampoco iría yo presumiendo de nada”.

En otras circunstancias, jamás habría aceptado asistir a la celebración, pero las ocasiones en que uno podía beber gratis eran escasas y, además, así podría verla. Hermyone, la nueva copera de la taberna, cuyos cabellos rojizos y sus ojos azul oscuro hacían que me quedara sin palabras cada vez que su mirada se posaba sobre mi. Mientras le servía una copa de cerveza fresca me fijé —“si es que puedo hacerlo más”— en ella. Era algo bajita, con una nariz respingona poblada de pecas. “Encima tiene mi misma edad”, suspiró. Sus movimientos eran gráciles y delicados, propios de una gran dama, pero no había ningún atisbo de altanería en su semblante. La tabernera pregonaba a menudo que, a pesar de haberse criado en un prostíbulo en Septo de Piedra, Hermyone Ríos era una bastarda de alta cuna, hija del desliz de la hija de un gran señor con un muchachito noble del Valle, que en ningún caso era de rango suficiente para pedir su mano. Después de la Guerra de los Cinco Reyes, su hogar quedó destrozado y se mudó a Antigua para labrarse un nuevo futuro. Un futuro que yo estaría encantado de darle.

A mi alrededor mis compañeros brindaban y felicitaban constantemente a Cormac, hecho que empezaba a resultarme molesto. Pero no fue hasta que Cormac sacó a bailar a Hermyone cuando sentí la imperiosa necesidad de marcharme de allí. Aunque la sonrisa de la moza iluminaba toda la estancia, verla tan feliz en los brazos de ese ególatra era demasiado para mí. Bebí el excelente hidromiel que me quedaba en la copa y me marché sin decir palabra.

Cuando regresé a la Ciudadela, estaba dispuesto a ponerme a trabajar en mi tarea con Fuego y Sangre en la biblioteca, pero, para mi desgracia, Percy, uno de los novicios más viejos, estaba enseñando a los recién llegados la maravillosa estancia. “Como ese delegado imbécil me pille con este tomo me caerá algo peor que una bronca de las suyas”. Rápidamente, decidí esconderme en el excusado, huyendo así de su mirada inquisitiva. “BRIAN EL TOCHO, SESO DE CORCHO: se esconde en el excusado cuando debería estar trabajando”. La situación no era la ideal, pero al menos se estaba tranquilo y entraba buena luz por la ventana que, afortunadamente, estaba abierta.Parece que me he perdido otro infame estofado. Cualquier día se cargan a alguien. Quizá yo sea el primero si respiro demasiado fuerte. Qué remedio”. Abrí el tomo por donde lo había dejado la última vez y me zambullí en él…

Los hijos del Dragón

Los hijos del Dragón, por Zero_Kiba

La última vez lo había dejado en la muerte de Aegon el Conquistador, al que debemos que los Siete Reinos se fundieran en uno solo. “¿Quién me toca ahora? Oh, no… Aenys y Maegor”. Perestan solía hablar de ellos en sus clases cuando se ponía a debatir sobre las cualidades que debían tener los reyes: “Todo aquel que se siente en un trono debería saberlo: de nada le servirán las ganas de agradar de Aenys, ni la absurda brutalidad de su hermano Maegor”. “Maldito viejo. Vaya turra que daba siempre citando a su cronista preferido. Creo que era uno de Braavos”.

Aunque por aburridas que fueran las clases de Perestan, parecía que incluso Gyldayn se había fijado en las grandes diferencias que había entre los hijos del Conquistador con sus hermanas:

“Quizá fuera inevitable el conflicto, puesto que eran de muy distinta naturaleza. El rey Aenys amaba a su mujer, a sus hijos y a su gente, y a cambio solo esperaba que lo amaran. Cualquier inclinación que pudiera haber sentido por la espada y la lanza era cosa del pasado; prefería experimentar con la alquimia, la astronomía y la astrología; era aficionado a la música y al baile; se vestía con los más finos tejidos de seda, terciopelo y brocado, y disfrutaba en compañía de maestres, septones y eruditos. Su hermano Maegor, más alto y corpulento, y tremendamente fuerte, no tenía paciencia para nada de eso: vivía para la guerra, el combate y los torneos. Se había ganado la reputación de ser uno de los mejores caballeros de Poniente, aunque también eran famosos su salvajismo y su crueldad con los enemigos vencidos. El rey Aenys siempre trataba de complacer; cuando se enfrentaba a alguna dificultad, respondía con palabras tibias, mientras que la respuesta de Maegor era siempre acero y fuego. El gran maestre Gawen dejó escrito que Aenys confiaba en todos, y Maegor, en nadie; que el rey era tan voluble que se inclinaba a un lado o a otro como un junco a merced del viento, según el último consejo que hubiera oído; el príncipe Maegor, por el contrario, era rígido como una barra de hierro, intransigente, inflexible”

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen

 

No pocos dudaban de la capacidad de Aenys para gobernar un reino recién forjado. Y de esos pocos había quien llegaba a dudar que tuviera como padre a un guerrero como Aegon e, inocentemente, Aenys les dio la razón cuando entregó Fuegoscuro, la espada ancestral de la Casa Targaryen, a su hermano Maegor. Sus dudas no eran infundadas: en su juventud, Aenys había crecido débil y solo salió adelante cuando le dieron a la dragona Azogue. “Parece que los Targaryen tienen un gran vínculo con los dragones. La magia es intensa en ellos”.

Aenys Targaryen: el suave, por Magali Villeneuve.

Todo el reino sabía que Aenys no era como su padre y pronto se llenó de rebeldes: el Rey Buitre, que acechaba en las Marcas de Dorne; Harren el Rojo, proclamado Rey de de los Ríos; un hombre haciéndose pasar por el resurgido sacerdote Lodos en las Islas del Hierro; y en el Valle, Jonos Arryn asesinó a su hermano Ronnel y se coronó Rey de la Montaña y del Valle. Mientras en los demás casos las rebeliones fueron sofocadas por vasallos de Aenys, en la última fue Maegor quien se dirigió al Valle a sofocarla personalmente, mostrando al reino que Balerion ahora tenía un nuevo jinete. Aunque los dos hermanos habían crecido separados, Aenys le recompensó nombrándole su Mano.

Es de recibo recordar que durante el reinado de Aegon la Fe había hecho la vista gorda con el doble matrimonio incestuoso del rey con sus hermanas, pero sus más humildes miembros (los Clérigos Humildes y los Hermanos Mendicantes) seguían viendo a los Targaryen como una ofensa a los dioses. No hubo problema por el matrimonio de Aenys con su prima, Alyssa Velaryon, pero sí los hubo cuando la reina viuda Visenya propuso el matrimonio de la hija de ambos, Rhaena, con su hijo Maegor: desde el Septo Estrellado llegó un cuervo advirtiendo de que la Fe no podía aprobar esa unión. En su lugar, su Altísima Santidad propuso a su sobrina Ceryse Hightower, con la que Maegor se casó el 25 d.C. “Qué casualidad. Muy desinteresada su Santidad”.

El matrimonio de Aenys y Alyssa resultó ser muy prolífico y pronto nacieron los príncipes Aegon, Viserys, Jaehaerys y Alysanne, que desplazaron aún más a Maegor en la línea de sucesión. Frustrado por no concebir un heredero, Maegor contrajo un segundo matrimonio con Alys Harroway.Yo no puedo ni conseguir que Hermyone me dedique una sonrisa sólo para mí y ese monstruo tuvo más de una esposa. El Padre no juzga con la misma justicia para todos”.  El Septón Supremo clamó contra el rey y su dinastía y muchos más le siguieron. Aenys ordenó a su hermano elegir entre su segunda esposa y el exilio, lo que hizo que Maegor volase hacia Pentos acompañado de Alys y abandonando a Lady Ceryse en la Fortaleza Roja… Aunque Aenys reclamó que devolviera Fuegoscuro, Maegor rehusó: “Que vuestra alteza me la quite si puede.

Para calmar a la Fe, Aenys nombró como Mano al Septón Murmison, pero el Septón Supremo seguía sin hacer las paces con la Corona, mientras que cada vez más nobles recelaban de la debilidad del rey. Pero éste, ingenuo, ignoró que no contaba con el favor del reino y, al poco tiempo, proclamó el matrimonio de sus dos hijos: Aegon y Rhaena. La reacción de la Fe fue la que cabía esperar:

La respuesta del Septo Estrellado fue una condena virulenta: el matrimonio entre hermana y hermano era obsceno, y sus vástagos serían «abominaciones a los ojos de los dioses y los hombres». Así lo proclamó el Septón Supremo en una exhortación que leyeron diez mil septones a lo largo y ancho de los Siete Reinos.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen, los hijos del dragón

 

La indignación y el rechazo pronto se extendieron por todo el reino, expulsando la Fe al Septón Murmison tras celebrar el matrimonio de los príncipes. Aenys trató de reconciliarse con el Septón Supremo, a lo que éste respondió llamándole “Rey-Abominación”, acusándole de indigno de gobernar los Siete Reinos. Tras el asesinato de Murmison en las calles de Desembarco del Rey, Aenys decidió trasladarse a Rocadragón. La situación llegó al punto de que dos Clérigos Humildes llegaron a los aposentos del rey e intentaron asesinarlo. De no ser por el sacrificio de un Guardia Real, hubieran tenido éxito.

Tras la huida de Aenys, el reino se alzó en rebelión, nada comparado con las anteriores. Nobles y vasallos optaron por el Septón Supremo en vez de por su rey; los Hijos del Guerrero se hicieron con la capital; los príncipes Aegon y Rhaena se refugiaron en Refugio Quebrado; y un enviado del Banco de Hierro llegó a decir que el Septón Supremo era «el verdadero rey de Poniente en todo, menos en el título». Aenys, acostumbrado al afecto de sus vasallos y no a la confrontación, se sumió en el miedo y la indecisión: enfermó rápidamente y colapsó al saber del destino de sus hijos. Llegado a ese estado, su tía Visenya se hizo cargo de él, pero ya era tarde. Aenys Targaryen sucumbió a los treinta y cinco años de edad. “Me pregunto que usaría Visenya: ¿Lágrimas de Lys o Sueñodulce?”. Visenya no desperdició el tiempo. Poco después del funeral del rey, las negras alas de Balerion volvieron a Poniente y, con ellas, fuego y sangre.

El reinado de Maegor

Maegor I el Cruel: un cuñao, por Amok

Pese a que a ojos de los Dioses y de la ley el Príncipe Aegon, que aun seguía con vida en Refugio Quebrado, era el llamado a suceder a su padre, Maegor reclamó la corona de rubíes de Aegon para sí. Aunque todos los señores y caballeros presentes se arrodillaron ante el nuevo rey, el gran maestre Gawen se opuso a él alegando que la corona pertenecía al hijo mayor de Aenys, a lo que Maegor respondió que «el Trono de Hierro es del hombre que tenga fuerza para conquistarlo». Tras ese argumento tan convincente, le rebanó la cabeza con Fuegoscuro.

Alyssa y sus hijos no presenciaron la coronación de Maegor en Rocadragón, pues huyeron a Marcaderiva tras las incineración de Aenys. Pero el nuevo rey no perdió el tiempo: envió cuervos a todos los señores del reino dándoles a conocer su pretensión. Al día siguiente, lo hizo él en persona. Cuando las sombras de Balerion y Vhagar ensombrecieron Desembarco del Rey, las revueltas volvieron a estallar por el regreso de los dragones. Mientras que los Hijos del Hierro se apoderaron de las murallas de la ciudad y de las colinas de Aegon y Rhaenys, Visenya coronó a Maegor como Rey de los Siete Reinos en la colina que llevaba su nombre.

«Un verdadero rey de la sangre de Aegon el Conquistador, quien fue mi hermano, mi marido y mi amado. Si alguien impugna el derecho de mi hijo al Trono de Hierro, que venga y lo argumente cuerpo a cuerpo.»

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen, los hijos del dragón

 

En la colina de Rhaenys, los Hijos del Guerrero salieron del Septo de la Conmemoración y aceptaron el desafío del rey. Al frente de la columna se encontraba ser Damon Morrigen, que propuso a Maegor un juicio a Siete como antaño hacían los Ándalos. Aunque el capitán de los Hijos del Guerrero contaba con siete experimentados adalides, Maegor, que se encontraba totalmente solo, gritó a la plebe pidiendo voluntarios para luchar junto a su rey. Sólo se ofreció un hombre de baja estofa llamado Dick Habichuela, lo que originó una cascada de voluntarios que no podían soportar tal vergüenza. Los campeones fueron cayendo durante el combate hasta que solo quedó Maegor frente a ser Damon el Devoto y Willam el Vagabundo, que le asestó tal golpe al rey que le partió el yelmo. Aunque Maegor estaba inconsciente, su madre comprobó que aún seguía con vida, pero los Hijos del Guerrero estaban gravemente heridos y perecieron. Aquel día Maegor ganó a los ojos de los dioses y de su pueblo.

Como consecuencia de las heridas sufridas, Maegor cayó en un coma que duró casi cuatro semanas. Visenya no conseguía que se recuperara, pero lo que ella no logró sí lo hizo Tyanna de la Torre, una mujer que Maegor había traído desde Pentos. “O, como lo llaman los lysenos, souvenir”. El mismo día en que volvió a la vida, Maegor montó en Balerion y se dirigió al Septo de la Conmemoración. El Terror Negro lo redujo a cenizas junto con todos los Hijos del Guerrero guarecidos en él, mientras que los arqueros del rey masacraron a los que lograron salir a tiempo. Los gritos y el humo envolvieron Desembarco del Rey, pero eso solo acrecentó la ira del Septón Supremo, que insistía a los señores del reino en acabar con “el reinado de los monstruos, dragones y abominaciones”.

No fue el único asalto de la corona contra la Fe: Maegor se vio inmerso en batallas contra los rebeldes a lo largo de los Siete Reinos. En el Oeste, masacró a un ejército combinado de nobles occidentales y Clérigos Humildes. Con la Batalla del Puente de Piedra, la matanza hizo que el mismo pasara a llamarse Puenteamargo.

Mención aparte merece el destino del líder rebelde, Wat el Talador. Maegor logró capturarle con vida y se lo llevó a su corte, donde gozó despedazándole con su hacha. Aun así, el Rey ordenó a los maestres que lo mantuvieran con vida para que pudiera asistir a su boda con Tyanna de Pentos. El Gran Maestre reunió el valor para confrontarle, lo que le hizo merecedor de una muy honorable decapitación. “Qué afición más sana la de este hombre”. La boda también supuso la muerte de doce septones, hasta que encontraron uno dispuesto a oficiar la ceremonia. Entre los asistentes estaban Alyssa Velaryon y sus hijos, a los que la visita de Visenya con su dragón convenció para rendir homenaje a Maegor en la capital.

Entretanto, los Príncipes Aegon y Rhaena seguían reclamando el Trono de Hierro en el Oeste, mientras que el Septón Supremo continuaba apelando a la rebelión. Además, Rhaena había dado a luz a dos hijas: Aerea y Rhaella. Aunque, en este caso, los enemigos de Maegor no eran amigos entre sí: el Septón Supremo no tardó en calificar a las niñas como nuevas abominaciones nacidas del incesto.

Mientras tanto, los Clérigos Humildes continuaron la lucha contra el rey recurriendo a la guerra de guerrillas (aunque en poco se distinguían ya de los simples bandidos), al mismo tiempo que los Hijos del Guerrero nombraron a Ser Joffrey Dogget como nuevo comandante. Ser Joffrey, conocido como “el Perro Rojo de las Colinas”, resucitó el apoyo a su causa, por lo que Maegor emitió un decreto real por el que directamente prohibía las órdenes de los Clérigos Humildes y los Hijos del Guerrero, condenando a muerte a quien se uniera a ellas.  Ante el poco éxito de esta medida, el propio Maegor decidió acudir a Antigua acompañado de Visenya y sus dragones, decididos a convertir la ciudad en un nuevo Harrenhal si hiciera falta.

Miles de personas huyeron de Antigua aquella noche, por las puertas de la ciudad o a bordo de barcos, rumbo a puertos lejanos; millares abarrotaron las calles en ebria festividad. «Es la noche de cantar, beber y pecar—se decían—, porque mañana justos y pecadores seremos pasto de las llamas»; otros se reunieron en los septos, los templos y los bosques antiguos para rezar por su salvación.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen, los hijos del dragón

 

Ay, quién pillara a Hermyone en una noche así…”. Mientras la ciudad, sumida en la desesperación y la lujuria, se preparaba para hacer frente al fuegodragón de Balerion y Vhagar con todo tipo de medidas, ocurrió lo impensable: el Septón Supremo murió durante esa noche. Su muerte sigue siendo un misterio, pues ni era anciano ni gozaba de mala salud, sino todo lo contrario. Unos apuntaron a que su muerte era un castigo divino; otros, que el responsable había sido Lord Manfred Hightower, o bien su hermano, Ser Morgan, bajo sus órdenes. Algunos acusaron a Patrice Hightower, de quien se decía que era un bruja, o quizá la misma Visenya, con fama de hechicera. Entre las causas de su deceso, hay quien apunta a un pergamino impregnado de veneno procedente de la Ciudadela. “¿Un pergamino envenenado?”, me sorprendí. “Parece una de las teorías de la conspiración del novicio Adso, el asistente del Maestre Baskerville”.

Muerto el Septón Supremo, la ciudad se rindió inmediatamente y Maegor se instaló en ella durante medio año para asegurarse su fidelidad. Los Máximos Devotos eligieron al septón Pater, un anciano de noventa años, como nuevo Septón Supremo, que no tuvo problema en bendecirlo como rey y ungirlo con los óleos sagrados. También se ajustició a los Espadas, a cuyos integrantes ofreció el Muro, adonde fue a parar la mayoría, o la muerte (aunque, curiosamente, se indultó a Ser Morgan Hightower). El nuevo Septón Supremo también disolvió los Hijos del Guerrero y los Clérigos humildes, a quienes Maegor dio un plazo para rendir las armas y abandonar la rebelión, prometiendo una recompensa a quienes entregaran a los que no las hubiesen depuesto.

Durante la estancia del rey en Antigua, Rhaena y Aegon realizaron una incursión a Desembarco del Rey para recuperar a Fuegoensueño y Azogue, el dragón de su difunto padre. En Princesa Rosada, Aegon acusó a su tío de tirano y usurpador y exhortó a todos los hombres honrados a unirse bajo su estandarte. Allí reunió un ejército de quince mil occidentales y ribereños que emprendieron la marcha hacia la capital liderados por Aegon el Incoronado. Al frente de los Piper iba Melony, la amiga de la infancia de Rhaena, ataviada con una cota de malla y lanza en ristre.

Aunque no contaba con el apoyo de grandes señores, Tyanna comunicó a Maegor que Alyssa había estado en contacto con ellos. Antes de que su sobrino consiguiera una victoria, Maegor decidió actuar: ejércitos procedentes del norte de las Tierras de los Ríos, del Dominio y de la capital cercaron al de Aegon al sur del Ojo de Dioses, donde se topó con un muro de lanzas. Cuando Aegon, a lomos de Azogue, y su ejército se disponían a abrirse paso entre los desembarqueños, Maegor apareció desde el sur montado sobre Balerion, que cayó sobre Azogue, más pequeña que él, arrancándole un ala. La joven dragona cayó en picado junto con su joven jinete, lo que provocó la huida del ejército rebelde. Rodeados y sin escapatoria, la batalla se saldó con dos mil muertos, entre ellos Melony Piper, varios señores y Aegon el Incoronado. Aunque siguió medio año de juicios y ejecuciones, Visenya convenció a su hijo para que perdonase la vida de algunos señores rebeldes, pero a cambio perdieron sus posesiones y títulos, además de aportar los correspondientes rehenes.

 

 

Batalla bajo el Ojo de Dioses, por Michael Komark

Sin embargo, ya fuera por decisión propia o de su esposo, Rhaena no participó en la batalla con su dragona, sino que se quedó con los Piper. Cuando se enteró de lo sucedido en el Ojo de Dioses, emprendió la huida con sus hijas a Lannisport y recurrió a la ayuda de los Farman de Isla Bella, donde aún contaba con partidarios a pesar de la muerte de lord Farman y su hijo. Aunque los habitantes de la isla temían la ira de Maegor, el rey no fue en busca de su sobrina: regresó a la Fortaleza Roja para procurarse un heredero.

Las esposas de Maegor

De su prolongada estancia en Antigua, Maegor consiguió la reconciliación con su primera esposa. A cambio de no volver a denostar a sus otras esposas, Ceryse Hightower volvió a la corte como legítima esposa del Rey. La dicha conyugal parecía favorecer a Maegor: poco después la reina Alys anunció su estado de buena esperanza. Aunque confinada en el lecho por indicación del maestre, varias lunas antes de lo previsto la reina dio a luz a “un monstruo de extremidades retorcidas, cabeza enorme y sin ojos”.Genial, como si necesitara nuevo material para mis pesadillas”. Tyanna convenció al rey de que tal engendro era fruto de la infidelidad de Alys. Bajo tortura, una veintena de hombres afirmaron haberse encamado con la reina y, junto a ellos, fueron ejecutados la propia Alys, la Mano y toda la familia y séquito de Harrenhal, acrecentando la leyenda de que la fortaleza estaba maldita. “Ojalá destinen a Cormac a servir en ese castillo cuando salga de aquí”.

Por mucho que la sed de venganza se hubiera apaciguado con las ejecuciones, el problema sucesorio persistía: había que encontrar nuevas esposas, de probada fertilidad, para que el rey engendrara a un varón. Además, poco después de la muerte de Alys, Ceryse también murió.

La reina Ceryse se vio aquejada de una enfermedad repentina y falleció. Por la corte se extendió el rumor de que su alteza había ofendido al rey con un comentario enojoso, a lo que este respondió ordenando a ser Owen que le cortase la lengua; la reina se había resistido, a ser Owen se le había resbalado el cuchillo y ella había acabado degollada. Nunca se demostró, pero por aquel entonces lo creía mucha gente. Sin embargo, hoy en día, la mayoría de los maestres cree que fue un bulo divulgado por los enemigos del rey para enturbiar aún más su reputación.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen, los hijos del dragón

 

Qué muerte tan indigna para alguien, especialmente para una Hightower”, pensé. Para solucionar la cuestión sucesoria, se convocó en la corte a tres damas nobles: Jeyne Westerling, viuda de Alyn Tarbeck; Elinor Costayne, madre de tres vástagos que vio cómo su marido era ejecutado para poder casarse con el Rey; y la princesa Rhaena Targaryen, que acudió a la corte para no perjudicar a los Farman. Para asegurarse la sumisión de las novias, los hijos de las mismas fueron obligados a presenciar la ceremonia en calidad de rehenes, incluidas las gemelas de Rhaena, que pese a sus intentos de esconderlas del Rey, fueron traídas a la corte por la mismísima Tyanna.

En un cálido día de primavera del 47 d. C., Maegor Targaryen tomó tres esposas en el pabellón de la Fortaleza Roja. Las tres lucían los colores de las casas de sus padres en vestidos y capas, pero la gente de Desembarco del Rey las llamó las Novias de Negro, ya que las tres eran viudas.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen, los hijos del dragón

 

 

 

Las Novias Negras, por Magali Villeneuve

La maniobra pareció dar sus frutos: mientras que Rhaella fue enviada a Antigua para que se consagrara a la Fe, Maegor nombró a Aerea como su heredera hasta que naciera un vástago varón. Al mismo tiempo, el maestre anunció que tanto Jeyne como Elinor estaban encintas. Sin embargo, dichos embarazos tampoco llegaron a buen puerto, muriendo incluso la reina Jeyne en el alumbramiento de otra criatura monstruosa. Maegor sospechó entonces de Tyanna, quien, tras ser apresada, confesó el envenenamiento de los hijos del vientre de Jeyne, Elinor y Alys. El mismo Maegor, según dicen, le arrancó el corazón con Fuegoscuro y se lo echó a los perros.

Aprovechando la confusión, nuevos frentes se abrieron para el Rey, siendo el más clamante el que sucedió en la Bahía de los Naufragios: Robar Baratheon, señor de Bastión de Tormentas, proclamó al joven Príncipe Jaehaerys, tercer hijo de Aenys, como el auténtico Rey de los Siete Reinos. Tal desafío se acrecentó cuando Rhaena se fugó de la capital junto a su hija Aerea y con su dragona, no sin antes llevarse a Fuegoscuro mientras su esposo dormía.
El hasta ahora rápido e implacable Maegor titubeó: convocó a sus banderizos a la capital, pero solo un puñado acudió. Entretanto, dos miembros de la Guardia Real acudieron a Bastión de Tormentas para jurar fidelidad al joven rey, al igual que el Almirante de la Flota Real, Lord Daemon Velaryon. Después de un concilio de guerra, Maegor despidió a sus leales y se quedó musitando en el Trono de Hierro.

Horas más tarde, al rayar el alba, Elinor, la última reina de Maegor, fue en su busca. Lo encontró aún sentado en el Trono de Hierro, muerto y pálido, con la ropa empapada de sangre. Los filos dentados le habían rajado los brazos de la muñeca al codo, y otra hoja le había atravesado el cuello y le asomaba por debajo de la barbilla.

fuego y sangre: historia de la dinastía targaryen, los hijos del dragón

 

 

 

La Reina Elinor necesita subir todos los escalones del Trono para entender la situación, por Doug Wheatley

Así fue el final del rey más sanguinario que ha conocido Poniente. “Aunque hay quien dice que el joven Joffrey iba en ese camino”. Unos dicen que fue su esposa quien le empujó contra el trono; otros que los Guardias Reales, hartos de sus crueldades, se confabularon en su contra; algunos más apuestan por un desconocido que accedió a la sala del trono por un pasadizo secreto. “Fuera quien fuera, el reino entero lo consideraría un héroe. Yo no me hubiera atrevido ni a cortarle las uñas”.

El olor del excusado seguía invadiendo mis fosas nasales como si el difunto Tywin Lannister estuviera a mi lado… Y algo me decía que, aunque saliera de allí, la peste me seguiría como un hijo, pero había merecido la pena. “Ojalá Perestan echase un vistazo a este volumen. Con tantos detalles, intrigas y chismorreos, la historia de la puñetera Casa Targaryen sería mucho más amena. Aunque ojalá no hubiera tanta sangre. Me parece que hoy no podré dormirme pensando en Hermyone”. Antes de abandonar mi trono particular, miré si Percy aun seguía deambulando por los alrededores. Había que esconder el tomo con rapidez, ya que lo seguiría necesitando. “Ahora toca el Viejo Rey y sus cinco décadas de reinado… Más me vale encontrar un lugar más cómodo para asentar mis posaderas que esta letrina hedionda. La parte más apasionante vendrá ahora.

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