«Crecer fuerte», reza el lema de la Casa Tyrell, señores gobernantes del Dominio. Y no me extrañaría que se hayan decidido por ese tras pasar una temporada en la posada de Jeyne. Tres días allí y te pones como Gendry el Toro.

Una vez más tenemos otra edición con un apetitoso menú y con una historia que, hablando claro, engancha. Para los que no hayáis tenido oportunidad de leer las anteriores ediciones, podéis hacerlo aquí. Os recordamos también que Festín está dedicado a la cocina en el mundo de Martin. Y, para inspirarnos, nada mejor que el libro Festín de Hielo y Fuego y este blog propiedad de las mismas autoras.


Una historia de la posada. Sexta parte

— Wilma Deering —


Aquel día amaneció prometiendo tranquilidad y rutina. Aquel día resultó ser un embustero de mucho cuidado. Todavía luchaba por poner en orden dentro de su cabeza el curso de los acontecimientos. ¿Cómo había sido posible todo aquello? Mientras la tarde teñía de reflejos dorados el mundo se tomó un té con menta calentado al sol, probó un poco del jengibre confitado que siempre conseguía calmarlo y transportarlo a la seguridad de la infancia y se puso a recordar…

Aquella mañana los norteños se habían decidido por un desayuno bien abundante relativamente temprano, según su costumbre y estilo, y habían marchado a sus misteriosos quehaceres. El resto de huéspedes quedaron en la posada, incluyendo a la joven pareja aparecida de forma imprevista la noche anterior.

Tal y como le había parecido en un primer momento, la chica era Penny del Melocotón. A decir verdad, ignoraba su verdadero nombre. La llamaban Penny porque decía ser de Árbol de la Moneda, Pennytree. Enmedio de Las Tetas, para entendernos. Algo que siempre daba mucho juego en el Melocotón, claro. El chico era un aprendiz de herrero que decía proceder del mismo lugar y por mismo lugar pareció entender que Pennytree. Porque entre Seto de Piedra, Septo de Piedra, el Melocotón, Árbol de la Moneda y no sabía cómo hasta Árbol de los Cuervos a veces le daba por pensar que en las Tierras de los Ríos la gente carecía de imaginación a la hora de poner nombres. Tierras de los Ríos. Porque había ríos. Regentar una posada por donde paraba gente de todo tipo y condición le había dado para darse cuenta de ese tipo de cosas, pero no para escapar de la maldición. Posada de la Encrucijada. Por estar enmedio de un cruce de caminos. Ahí quedaba eso. Volviendo al lío, recordó a los chavales desgranando su historia mientras daban cuenta de un plato de pastelitos de miel con lavanda de Jeyne. Era una historia de amor, por supuesto. Todo obvio. El bardo también había captado el tema al momento, por lo que el mirlo se había pegado a los tórtolos esperando recompensa por sus trinos. Querían dejar las Tierras de los Ríos e ir a algún lugar donde el chico pudiera volver a establecerse en el negocio del hierro y donde el pasado de Penny no les causara problemas. Por el momento, decidió junto a Jeyne dejar que se quedaran en la posada a cambio de algo de trabajo.

Justo en eso estaban cuando en una de las ventanas se posó un cuervo mensajero. No tenía ni idea de cómo el animal había encontrado el camino a la posada, si no tenían pajarera ni la habían tenido nunca. Pero Jeyne le pidió que fuera al Ojo de Dioses porque tenía que mandar “algo” a los lacustres con él. Todavía no recordaba bien los detalles, solo que se había dejado convencer. Había tomado el paquete y un caballo y se había puesto en marcha. Todo aquello le había provocado un mal presentimiento, parecido al que se siente cuando se prepara una gran tormenta.

Encontró a los lacustres en la orilla norte del lago. Le ofrecieron un poco del conejo que habían estado asando, acompañado de unas setas con ajo y mantequilla que no tenían mal sabor pero le causaron cierta aprensión por no reconocer de qué tipo eran. Tras acallar el estómago intentó sonsacarles algo más de información sobre lo que estaba ocurriendo allí, a lo que tan solo le respondieron señalando la isla.

La Isla de los Rostros… Tenía un vago recuerdo de haber viajado hasta ella en barca junto a los lacustres y la visión del abundante bosque de arcianos, cada uno con un rostro único tallado. A los norteños también los recordaba allí, reunidos alrededor de un arciano enorme que, por la amplitud de su tronco, ya debía existir cuando el mundo era joven. Se le pasó por la mente el curioso pensamiento de que tenía cierto parecido al gordo y se estremeció. Tenía la extraña sensación de que había vislumbrado unos raros ornamentos entre sus ramas pero no conseguía centrarse en el recuerdo y no estaba seguro de querer hacerlo. Vio también a alguien con una túnica blanca y una hoz dorada en la mano. Vio a uno de los lacustres alcanzarle el paquete de Jeyne y guardarlo entre los pliegues de la ropa. Pero lo peor de todo fue cuando recordó su rostro y se dio cuenta de que era su señoría, Lord Blackwood, de Árbol de los Cuervos. La cosa pintaba mal. Ya había al menos un pez gordo metido en el ajo. Además, le parecía que el tiempo allí había discurrido de manera distinta al resto del mundo. La luz también lo era.

Lo único que conseguía traer a la memoria a continuación era estar cenando una sopa de rabo de buey junto a los norteños en un campamento cercano al lago demasiado bien dispuesto. Cuando consiguió empezar a preguntar, ya lejos de la influencia de los cientos de ojos de los Antiguos Dioses que observaban en la isla, qué estaba ocurriendo allí solo acertó a escuchar un escueto se acerca el invierno por parte del gordo. Por raro que parezca, juraría que había entendido en ese momento el significado de la explicación y de la advertencia pero ahora las palabras se le antojaban un enigma. ¿Qué habría querido decir con aquello? Al día siguiente habían vuelto todos a la posada pero a él aquello le parecía cada vez más y más un sueño, algo irreal. Mientras se esforzaba todavía más por atrapar los fragmentos de su memoria, decidió que no le quedaba más remedio que reunir valor y, por primera vez en muchos años, preguntar a Jeyne de manera directa sobre ciertos temas.

Continuará…

 

Interesante, muy interesante se pone la historia. La aparición de aquellos lacustres auguraba lo que ha terminado pasando, la magia del Ojo de Dioses termina por aparecer en este relato. Destacar también, esa preciosa historia de amor que rodea a estos jovenzuelos, Penny y el apuesto herrero. A ver cómo termina todo esto.

Y estas son las recetas del Festín de hoy, a las que es sencillo seguir la pista dentro del texto. Click en la imagen para la receta, click en el nombre para ir al sitio del autor. Aún así, las presentamos también en modo «menú»:

Desayuno

Media mañana

Almuerzo

 

 

 

 

 

Merienda

 

 

 

 

 

Cena

Y bien, ¿qué os ha parecido la sexta entrega de nuestra historia de la posada? ¿Conocíais algunas de las recetas de esta edición? Si es así, ¿habéis probado o cocinado alguna? Y, en caso de que no, ¿os atreveréis a poneros el delantal y emular a Jeyne? De entre todas las recetas, ¿cuál es la que realmente despierta en vosotros un hambre voraz?

Vamos, vamos, cocinillas, que en quince días volvemos a tener una nueva edición.

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