Bienvenidos a una nueva edición de El Rincón del Cronista, donde, como ya sabéis, alternamos entre personajes, sucesos, lugares e instituciones del mundo creado por George R. R. Martin con la idea de presentar un espacio de discusión y debate en el que la acción está en los comentarios. Y como empezamos a pensar que no hablamos más que de conspiraciones, guerras y vilezas varias (y debido a las ganas de viajar), ha llegado la hora de relajarnos y conocer una cultura muy distinta a la que estamos acostumbrados y de la que tanto Poniente como nosotros deberíamos aprender mucho: se trata de las Islas del Verano.

Las Islas del Verano: orgullos y vergüenzas

Las Islas del Verano son un archipiélago de más de cincuenta islas que dan nombre al mar en el que se encuentran: el Mar del Verano. Las diferentes islas son conocidas como: Walano, Omboru, Jhala (la más grande de todas), la Isla de las Mujeres y la Isla de los Pájaros. En las islas reina la abundancia: están llenas de flores de mil colores, de árboles y frutas exóticas, de pájaros con cuyas plumas los isleños fabrican sus características capas, de bestias salvajes como enormes panteras manchadas, lobos rojos o grandes simios, conocidos como «ancianos rojos»; o los grandes y peligrosos «pieles de plata».

Los habitantes de las islas no son menos exóticos: tienen piel morena, oscura como la madera y, en ocasiones, hasta negra como la tinta. Su forma de vida no se separa de la naturaleza en la que nacen, se crían y mueren. Es por ello que aprecian y respetan al medio en el que viven, como veremos más adelante.

El príncipe Jalabhar Xho, príncipe exiliado del Valle de la Flor Roja, por Fantasy Flight Games

Pese a su amor por sus islas, los isleños del verano también son expertos marinos. Siglos atrás, sus ancestros aprendieron a navegar primero en pequeños botes y luego en rudimentarias naves. Con ese conocimiento, se atrevieron a abandonar las islas en busca de otras tierras. Aunque no todos aquellos volvieron, se conoce que hubo asentamientos isleños en las costas del continente maldito Sothoryos, pero esos asentamientos fueron destruidos al poco tiempo por causas misteriosas. Por ello, hay maestres que niegan que realmente llegaran a existir; pero ciudades valyrias y ghiscarias también desaparecieron por razones que aún no se conocen, por lo que habrá que darles el beneficio de la duda. Aún hoy día los isleños recuerdan a Malthar Xaq, príncipe de la isla de Koj y conocido como «jinete del viento», apasionado de la exploración y la cartografía, quien procuró la construcción de naves más grandes, potentes y resistentes con las que pudo incentivar el comercio entre las islas y el resto del mundo.

Así es como las Islas se abrieron al resto de civilizaciones: los isleños empezaron a comerciar todos sus exóticos productos con islas como Naath, el Imperio de Ghis, el Feudo Franco de Valyria o el sur de Poniente. A los isleños les interesaban los metales de los que carecía su hogar; y al resto les interesaban sus exquisitas especias y piedras preciosas, maderas de distintos tipos (siendo la más famosa el aurocorazón, con el que aún hoy en día se fabrican magníficos arcos) y características, así como los animales que poblaban las islas. Pero no eran las únicas mercancías que estaban dispuestos a comprar.

Los valyrios y los ghiscarios  levantaron imperios cuya vida económica se basaba en la esclavitud. No es raro que se fijasen en los isleños del verano: eran altos, fuertes, vigorosos e inteligentes, y su color de piel era único en el mundo. Pronto las islas tuvieron que soportar el ataque de flotas piratas y esclavistas, masacrando y esclavizando por donde pasaban. Por si esto fuera poco, los príncipes gobernantes de cada isla vieron inmediatamente una oportunidad de enriquecerse y comenzaron a vender a los propios isleños, lo que causó una serie de guerras internas que fueron aprovechadas por las potencias esclavistas. Las antaño gloriosas Islas del Verano se sumieron en la decadencia. Estos son los llamados «años de la vergüenza».

Barco cisne de las Islas del Verano, por Joshua Jacobs

Esta tenebrosa época llegó a su fin cuando Xanda Qo, la princesa del Valle del Loto Dulce, logró someter a todas las islas a su gobierno y lideró a los isleños en la lucha contra la esclavitud. Xanda Qo les armó con los famosísimos arcos de aurocorazón, cuyas flechas podían traspasar fácilmente el cuero endurecido e incluso armaduras metálicas. La princesa también construyó una nueva flota que favorecía la defensa en lugar de las anteriores embarcaciones que utilizaban antaño.  Estos barcos eran asombrosos: aunque eran grandes y estilizados, podían contener mayor carga que ningún barco que surcase el Mar del Verano; y, aunque no estaban reforzados por clavos de ningún tipo, no solo resistían embestidas de otros barcos sino que les causaban serios daños. Los isleños adornaron sus proas dándole la forma de las aves que habitaban las islas. Por eso es por lo que se las conoce como «naves cisne», y aún son utilizadas por los isleños en sus travesías por los mares.

La unión de las islas fue flor de un día: la sucesora de Xanda Qo, su hija Chatana, continuó liderando la guerra contra los esclavistas; pero no gobernó adecuadamente, por lo que las islas se disgregaron de nuevo. Sin embargo, tras estas guerras, los esclavistas rehuyen los barcos cisne que se encuentran, pues saben que sus flechas podrían masacrar a su tripulación. Pese a que los isleños son conocidos en todo el mundo por su habilidad como arqueros, también son conocidos por su carácter pacífico. Al no tener ninguna contienda con nadie, no es probable que las islas sufran una invasión por parte de cualquier otra potencia.

El paraíso terrenal

La vida en las Islas del Verano no podría ser mejor (solo le falta que vivamos allí). En Poniente son frecuentes las guerras y la muerte (dudo que la esperanza de vida sea muy… esperanzadora); en Essos tampoco se quedan atrás, pero se recurre a las compañías mercenarias para ello, y no son extraños los saqueos que terminan sufriendo los civiles. Además, las clases bajas de Poniente viven sujetas a sus señores y reyes como siervos a perpetuidad, sin ninguna voluntad propia. En Essos se tiene mayor libertad, pero la vida está centrada en el comercio y la posición de cada uno.

Las islas son todo lo contrario: las únicas guerras que tienen lugar se asemejan más a los torneos de Poniente:  los grupos de guerreros se reúnen en los campos de batalla, elegidos y consagrados por sus sacerdotes. Las armas a utilizar son lanzas, hondas y escudos de madera, aquellas que usaron sus antepasados desde cinco mil años atrás. Los arcos de aurocorazón utilizados por los arqueros de las islas contra sus enemigos del otro lado del mar nunca son usados contra su propia gente, ya que esto ha sido prohibido por su dios.  También ha de mencionarse que los propios príncipes de cada una de las islas prohíben a los isleños vender aurocorazón fuera de las islas, para que no pueda ser usado en su contra.

Las guerras en las Islas del Verano no suelen durar más de un día, y los únicos dañados son los guerreros involucrados. Las cosechas no son destruidas, las casas no son quemadas, las ciudades no son saqueadas, los niños no son heridos, las mujeres no son violadas (aunque no es algo extraño que las mujeres guerreras a menudo luchen junto a los hombres). Incluso los príncipes derrotados no son asesinados ni desfigurados, aunque deben dejar sus casas y asentamientos para pasar el resto de sus días en exilio. Tal es el caso del príncipe del Valle de la Flor Roja, Jalabhar Xho, que vive exiliado en la corte ponienti deseando que el rey de los Siete Reinos le apoye para poder volver a su tierra. Una triste excepción que, sin embargo, no ensombrece a la regla general.

La religión de las islas es igualmente benévola. Aunque los isleños veneran a todo tipo de dioses, las deidades fundamentales son el dios y la diosa del amor y la fertilidad. Esta dualidad de sexos tiene su explicación: la unión entre hombre y mujer forma parte de su rito, ofreciéndose el acto sexual como una ofrenda a ellos. Mientras que en Poniente la religión tiene un carácter restrictivo respecto a la conducta de los hombres, en las Islas del Verano se predica la libertad y el amor libre, y a mí me parece algo a reivindicar:

Los ponientis os avergonzáis del amor. El amor no tiene nada de vergonzoso, y si los septones os dicen que sí, es que vuestros siete dioses son unos demonios. En las Islas sabemos que no es así. Nuestros dioses nos dieron piernas con las que correr, narices con las que oler, manos con las que tocar y acariciar… ¿Qué dios loco y cruel le daría ojos a un hombre y luego le diría que los tuviera siempre cerrados, que no contemplara nunca toda la belleza que hay en el mundo? Sólo un dios monstruoso, un demonio de la oscuridad.

festín de cuervos, samwell iv

 

Un templo del amor, por Marc Simonetti

No se queda ahí la cosa: la costumbre exige a todos los isleños que sirvan a sus dioses ofreciendo desinteresadamente su cuerpo a todo aquel que acuda a los templos del amor que hay en las islas con la intención de disfrutar junto a ellos, por regla general durante un año, aunque no es extraño que algunos decidan permanecer más tiempo. Estos pasan a ser considerados sacerdotes y, mientras que en otros sitios serían considerados «sirvientes sexuales» de cualquiera, son muy respetados y queridos en las islas, pues para ellos el dar placer a los demás no deja de ser un arte, tan digno como cualquier otro.

Estos son los isleños del verano. Muchos otros podrían decir que no son más que un pueblo decadente, una civilización de bárbaros entregada a sus placeres; pero al menos a mí me parecen una de las sociedades más avanzadas de todo el universo de Hielo y Fuego: viven sin prejuicios y amándose entre ellos, sin perjudicar a nadie, ni siquiera a la misma naturaleza en la que viven; han logrado renunciar a las armas para solucionar sus conflictos sin dejar de ser temibles para sus enemigos y, aunque pudieran parecer poco evolucionados, sus naves comerciales alcanzan infinitud de puertos y no les cuesta aprender otros idiomas ni respetar otras culturas, por distintas que sean. ¿Por qué no iban a ser mejores que los salvajes ponientis?

Ahora es vuestro turno: ¿qué opináis de las Islas del Verano y su cultura? ¿Estáis de acuerdo con este humilde cronista? ¿Sería este el lugar que querríais visitar, si pudierais vivir en el universo de Hielo y Fuego? Si no lo fuera, ¿cuál sería?

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