Volvemos una semana más con un nuevo ensayo sobre Canción de Hielo y Fuego. En esta ocasión, viajaremos al Norte para hablar sobre una de sus leyes y costumbres más famosas e intentar averiguar la razón última por la que los Primeros Hombres pensaron que era importante para un gobernante regirse por ella.


El hombre que dicta la sentencia debe blandir la espada

— Wilma Deering —


Últimamente me está dando por pensar en algunas de las frases y dichos recurrentes de la saga y en el peso que tienen en ella. Hoy, en particular, me gustaría traer a debate esta ley de los Primeros Hombres que repetía mucho Ned y que viene a ser una de las tradiciones y costumbres de los Primeros Hombres que se siguen manteniendo en el Norte.

Ya en el primer capítulo de Juego de Tronos, justo después de un prólogo que nos muestra que los Otros son un peligro real y temible, iniciamos nuestro aprendizaje sobre Poniente y el Norte a través de los ojos de Bran. En concreto, y desde el comienzo, se nos insiste en que el Norte es algo diferente al resto del reino y sus costumbres mucho más antiguas.

Su padre, Lord Eddard Stark, nos lo explica a la vez que a su hijo:

¿Comprendes por qué lo hice?

—Era un salvaje —dijo Bran—. Secuestran a las mujeres y las venden a los Otros.

—La Vieja Tata te ha estado contando historias otra vez —dijo su señor padre con una sonrisa—. La verdad es que ese hombre rompió su juramento, desertó de la Guardia de la Noche. No existe ser más peligroso. El desertor sabe que, si lo atrapan, se puede dar por muerto, así que no se detendrá ante ningún crimen por espantoso que sea. Pero no me has entendido. No te pregunto por qué el hombre debía morir, sino por qué tenía que ajusticiarlo yo en persona.

—El rey Robert tiene verdugos —dijo Bran, inseguro.

No sabía la respuesta.

—Cierto —admitió su padre—. Igual que los reyes Targaryen, que reinaron antes que él. Pero nuestras costumbres son las antiguas. La sangre de los primeros hombres corre todavía por las venas de los Stark, y creemos que el hombre que dicta la sentencia debe blandir la espada. Si le vas a quitar la vida a un hombre, tienes un deber para con él, y es mirarlo a los ojos y escuchar sus últimas palabras. Si no soportas eso, quizá es que ese hombre no merece morir.

»Algún día, Bran, serás el banderizo de Robb, tendrás tierras propias y deberás defenderlas en nombre de tu hermano y de tu rey, y te corresponderá hacer justicia. Cuando llegue ese día, no te resultará grato, pero no debes apartar la vista. El gobernante que se esconde tras ejecutores a sueldo olvida pronto lo que es la muerte.

juego de tronos, bran i

 

Es curioso que Bran meta a los Otros en la conversación a la mínima oportunidad pero que su padre replique rápidamente desechando el tema. Apenas si hemos echado a andar por la historia y Martin ya nos la está jugando. Nosotros intuimos pronto que el hombre ejecutado es Gared, el único superviviente del encuentro con los Otros que leímos en el prólogo. ¿Quién es aquí el que no entiende? ¿El padre o el hijo?

Porque a pesar de que Ned Stark es uno de los personajes con más ética de Poniente cabe preguntarse, con la vista puesta en todo lo que sucedió después, si realmente cumplió con el significado último de esta antigua costumbre o si, por el contrario, la norma ya no era para él más que una tradición hueca, solo palabras; y las palabras, lo sabemos bien, se las lleva el viento.

Pero no queramos correr demasiado. Hay que reconocer, y se le reconoce, que en ocasiones sí habló cuando un caso no se ajustaba a la norma y la sentencia podía acabar siento injusta:

—¿Envías a mercenarios a matar a una niña de catorce años, y todavía hablas de honor? —Ned ya había oído demasiado. Empujó la silla hacia atrás y se levantó—. Hazlo tú en persona, Robert. El hombre que dicta la sentencia tendría que ser capaz de blandir la espada. Mírala a los ojos antes de matarla. Mira sus lágrimas, escucha sus últimas palabras. Es lo mínimo que le debes.

—Dioses —maldijo el Rey; la palabra se le escapó como si no pudiera contener la ira—. Maldito seas, hablas en serio. —Cogió el frasco de vino que tenía junto al codo, descubrió que estaba vacío, y lo estrelló contra la pared—. Se me han acabado el vino y la paciencia. Basta. Quiero que se haga, y ya está.

—No tomaré parte en un asesinato, Robert. Haz lo que quieras, pero no me pidas que le ponga mi sello.

juego de tronos, eddard viii

 

El último hombre de honor, por Magaly Villeneuve

En esta escena, en la que se discute el envío de asesinos contra Daenerys, se nos muestra que Ned no está dispuesto a que se cometa una injusticia en su presencia y nombra la antigua costumbre norteña como argumento a su favor.

Podríamos caer en la trampa de creer que siempre era así pero también aprenderemos, en este y en el caso de Cersei, que sus decisiones a veces no son imparciales: están empañadas por el dolor y los recuerdos de lo que pasó durante la Rebelión de Robert. Los fantasmas de Lyanna, así como también los de Elia y los hijos de Rhaegar, son una pesada carga en la conciencia de Ned.

Daenerys embarazada de Rhaego, a los ojos de Ned, puede parecerse demasiado a Lyanna. La ira irracional de Robert contra todo lo que sea Targaryen o relacionado con ellos es también un peligro y una amenaza para su propia familia. Y sin embargo, de poco servirá. Daenerys no se salvará porque Ned haya hablado a su favor sino porque Jorah cambie de opinión en el último momento.

Pero ¿qué ocurre cuando el caso ni afecta a Ned tan directamente ni remueve antiguos recuerdos? En teoría, la imparcialidad debería jugar a su favor. ¿Es realmente así? Veamos:

El padre de Bran se erguía solemne a lomos de su caballo, con el largo pelo castaño agitado por el viento. Llevaba la barba muy corta, salpicada de canas, que le hacían parecer más viejo de los treinta y cinco años que tenía. Aquel día tenía una expresión adusta y no se parecía en nada al hombre que por las noches se sentaba junto al fuego y hablaba con voz suave de la edad de los héroes y los hijos del bosque. Bran pensó que se había quitado la cara de padre y se había puesto la de Lord Stark de Invernalia.

En aquella mañana fría hubo preguntas y respuestas, pero más adelante Bran no recordaría gran cosa de lo que allí se había dicho. Al final, su señor padre dio una orden, y dos de los guardias arrastraron al hombre harapiento hasta un tocón de tamarindo en el centro de la plaza. Lo obligaron a apoyar la cabeza en la dura madera negra. Lord Stark desmontó y Theon Greyjoy, su pupilo, le llevó la espada. Se llamaba Hielo. Era tan ancha como la mano de un hombre y en posición vertical era incluso más alta que Robb. La hoja era de acero valyrio, forjada con encantamientos y negra como el humo. Nada tenía un filo comparable al acero valyrio.

Su padre se quitó los guantes y se los tendió a Jory Cassel, el capitán de la guardia de su casa. Blandió a Hielo con ambas manos.

—En nombre de Robert de la Casa Baratheon, el primero de su nombre, rey de los ándalos y los rhoynar y los primeros hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino; y por orden de Eddard de la Casa Stark, señor de Invernalia y Guardián del Norte, te sentencio a muerte.

Alzó el mandoble por encima de su cabeza.

—Mantén controlado al poni —le dijo a Bran Jon Nieve, su hermano bastardo, acercándose a él—. Y no apartes la mirada. Padre se dará cuenta.

Bran mantuvo controlado al poni y no apartó la mirada.

Su padre le cortó la cabeza al hombre de un golpe, firme y seguro. La sangre, roja como el vino veraniego, salpicó la nieve. Uno de los caballos se encabritó y hubo que sujetarlo por las riendas para evitar que escapara al galope. Bran no podía apartar la vista de la sangre. La nieve que rodeaba el tocón la bebió con avidez y se tornó roja ante sus ojos.

juego de tronos, bran i

 

Del desertor de la Guardia de la Noche, del único superviviente de los hombres que conocimos en el prólogo de Juego de Tronos, pocos detalles más se nos dan en este capítulo. Nosotros sabemos que ha sido testigo de algo extraordinario, de la vuelta de los Otros. Sin embargo, ¿qué idea nos llevamos de su juicio?

En aquella mañana fría hubo preguntas y respuestas, pero más adelante Bran no recordaría gran cosa de lo que allí se había dicho.

 

De seguro que de haber salido a conversación algo extraordinario, Bran lo recordaría. Pero no fue así. ¿En qué quedó el mirarle a los ojos y escuchar sus últimas palabras? En cambio, hay un detalle que Bran sí recuerda muy bien:

Aquel día tenía una expresión adusta y no se parecía en nada al hombre que por las noches se sentaba junto al fuego y hablaba con voz suave de la edad de los héroes y los hijos del bosque. Bran pensó que se había quitado la cara de padre y se había puesto la de Lord Stark de Invernalia.

 

Bran intuye ya, a sus escasos siete años, que su padre no está realmente allí delante del hombre. Su padre está interpretando un papel y ocultándose tras una máscara.

Puede que llegado a este punto muchos os preguntéis si no estoy hilando demasiado fino con el noble Ned y si tenía opción a intuir o sospechar que, lo que estaba pasando aquella mañana, no era un caso normal de deserción de la Guardia de la Noche sino que estaba provocado por un acontecimiento, el que sea, fuera de lo común. Para averiguarlo, vamos a consultar los testimonios.

Ned Stark y Hielo, Por Michael Komarck

La primera señal de alarma llega durante la conversación con Catelyn en el bosque de dioses:

Con el de hoy van cuatro este año —dijo Ned, sombrío—. El pobre estaba medio loco. Algo le inspiraba un miedo tan profundo que ni me entendía cuando le hablaba. —Suspiró—. Ben me ha escrito, dice que la Guardia de la Noche tiene ahora menos de mil miembros. No son sólo las deserciones. Últimamente también están perdiendo hombres en las expediciones.

—¿Será por los salvajes?

—Estoy seguro. —Ned alzó a Hielo, y contempló la longitud del frío acero—. Y esto irá a peor. Puede que llegue el día en que no nos quede más remedio que llamar a nuestros banderizos y cabalgar hacia el norte para encargarnos de una vez por todas de ese Rey-más-allá-del-Muro.

—¿Ir fuera del Muro? —La sola idea hizo que Catelyn se estremeciera.

—No tenemos nada que temer de Mance Rayder —dijo Ned, que había visto el temor dibujado en su rostro.

Más allá del Muro hay cosas aún peores.

Volvió la vista para contemplar el árbol corazón, con la corteza clara y los ojos rojos, que los observaba, los escuchaba, que parecía pensar con lentitud.

Pasas demasiado tiempo escuchando los cuentos de la Vieja Tata. —Él sonrió con cariño—. Los Otros están tan muertos como los hijos del bosque, hace ocho mil años que desaparecieron. En opinión del maestre Luwin, no existieron nunca. Nadie los ha visto jamás.

Hasta esta mañana nadie había visto jamás un lobo huargo —le recordó Catelyn.

juego de tronos, catelyn i

 

Más tarde, el Lord Comandante Mormont volvería también extrañado sobre el tema en una conversación con Tyrion:

—Envié a Benjen Stark en busca del hijo de Yohn Royce, que desapareció en su primera expedición. El chico de Royce estaba más verde que la hierba de verano, pero insistió en que se le concediera el honor de dirigir la expedición; dijo que como caballero tenía derecho a ello. Yo no quería ofender a su padre, así que cedí. Lo envié con dos hombres, dos de los mejores de la Guardia. Estúpido de mí.

—Estúpido —graznó el cuervo. Tyrion alzó la vista. El pájaro lo miró con ojos que eran como cuentas negras, al tiempo que encrespaba las plumas—. Estúpido —graznó de nuevo.

Sin duda el viejo Mormont no se lo tomaría a bien si estrangulaba a aquel pajarraco. Lástima.

Gared era casi tan viejo como yo, y llevaba más tiempo en el Muro —siguió el Lord Comandante sin hacer caso del irritante animal—, pero por lo visto renegó de su juramento y se fugó. Yo jamás lo habría creído de él, pero Lord Eddard me envió su cabeza desde Invernalia. De Royce no ha habido noticias. Un desertor y dos desaparecidos.

juego de tronos, tyrion iii

 

Es decir, Ned era consciente de que algo extraño, fuera de lo común, estaba pasando con la Guardia de la Noche. Demasiados desertores en el año, demasiadas pérdidas inexplicables según su propio hermano Benjen. Un hombre que parecía no estar bien de la cabeza… y aun así decide seguir adelante con la ejecución. El Lord Comandante, de haber sido posible, le habría confirmado su extrañeza por la huida de alguien como Gared. Tendría que haberse parado a investigar pero decidió ponerse la máscara de señor, que diría Bran, y hacer de aquello puro teatro. Dejarse llevar por la inercia. Hacer como siempre. Mirar sin ver.

Así, tenemos un caso en el que las palabras, a pesar de seguir siendo piedras de toque en las que se asienta toda la tradición de un lugar, han perdido ya su verdadero significado incluso para quien debería velar por su cumplimiento. Ya no son más una verdadera ley que se cumple en todo su sentido sino una costumbre o tradición que se mantiene por inercia.

Guardia de la noche por Kay Huang

Guardia de la noche por Kay Huang

No se espera de un desertor de la Guardia de la Noche, un traidor que ha faltado a su juramento, que tenga un motivo digno de ser escuchado e investigado antes de dejar caer la espada sobre su cuello. No se espera de un lema milenario, se acerca el invierno, nada más que la obviedad de un ciclo natural, a pesar de sucesos extraordinarios como la aparición de huargos.

Los Antiguos tuvieron un motivo para crear la costumbre y para repetir un lema hasta la saciedad. Se puede entender el escepticismo por los Otros pero es importante, con Otros o sin ellos, la realidad que el autor oculta detrás de la frase el hombre que dicta la sentencia debe blandir la espada. Pide estar atentos a todos los detalles de lo que pase a nuestro alrededor, algo que se ha demostrado fundamental en esta saga, y es también una llamada a no deshumanizar a nadie. A fin de cuentas, para la mayoría de ponientis actuales, los hermanos de la Guardia de la Noche son solo criminales incapaces de nada bueno. La deshumanización es uno de los temas que desarrolla Martin en la saga y cómo ésta conduce de alguna manera a la llegada del frío y de otra Larga Noche. Cuando hasta un personaje como Ned se deja llevar por la marea es que algo está realmente mal en Poniente.

Estaba sentado en la inmensa silla antigua de Aegon el Conquistador, una monstruosidad de hierro labrado con púas, bordes serrados y metales retorcidos. Tal como le había advertido Robert, era el asiento más incómodo que se podía concebir, y más en aquellos momentos, cuando la pierna destrozada no dejaba de palpitarle. A medida que pasaban las horas, el hierro sobre el que se sentaba se había vuelto cada vez más duro, y el acero dentado del respaldo le impedía apoyarse. «Un rey no debe sentarse cómodo jamás», había dicho Aegon el Conquistador al ordenar a sus armeros que forjaran un trono con las espadas de sus enemigos caídos. Ned, malhumorado, maldijo a Aegon por su arrogancia. Y a Robert por marcharse de caza.

juego de tronos, eddard xi