Tenia que darme prisa; ella me esperaba. Caminé por el patio hasta la antigua puerta de arciano que guardaba la cripta. Miré en ambas direcciones, entré y cerré con rapidez. Bajé la escalera circular de piedra y crucé el primer nivel, apenas iluminado con cuatro antorchas, donde los antiguos Reyes del Invierno descansaban en total oscuridad, en silencio y olvidados. Al principio me miraban con sus ojos de hielo; ahora ya confían en mí: los huargos de piedra ya dejaron de gruñir. Esperé un momento antes de bajar al siguiente nivel. Nadie me seguía y encendí mi pequeña vela; con mis ojos de osa no necesitaba más. Tenía que bajar hasta el nivel más antiguo. Ya nadie bajaba a ese lugar, pues con los siglos parte de algunas galerías se habían derrumbado.
Las raíces del Árbol Corazón eran más poderosas que la piedra. El pasadizo que surgía en el Bosque de Dioses era uno de los más antiguos y el más peligroso. El que nunca encontraría era el que había ordenado sellar Alaric Stark, el que llevaba a la gran caverna donde un manantial de aguas subterráneas hervía como en un caldero. Podía sentir el calor de las aguas. Allí escondió los huevos de dragón. La presencia de la magia antigua cada vez era más fuerte, me abrazaba, me envolvía en todo mí ser, me guiaba a seguir las runas talladas en los muros, como me había enseñado mi madre. Empecé entonces el camino de subida. El doble muro no solo hacía subir el vapor caliente hacia el castillo; también mil peldaños de vigas de piedra de un codo de ancho que unían ambos muros.
—Mi señora, tenéis que prestar mas atención —dijo el maEstre—. Tenéis que memorizar.
—¡Hay cientos de blasones! ¿Todos ellos?
—Así es. Vuestro padre me espera. Haré llamar a Lady Mormont para que os ayude con la tarea.
—Está bien —contestó Lyanna.
Esperé que el Maestre dejara la sala para salir de detrás de la estantería. Caminé despacio hacia la mesa.
—Morimos al ocaso —dijo sin levantar la vista del enorme libro.
—Nacemos al alba —contesté con una sonrisa. Me senté a su lado.
—Casa Reed, en Atalaya de Aguasgrises, al sur de nuestras tierras; blasón, un lagarto León de sable sobre campo verde gris… uff —cerró de golpe el gran libro— ¿Por qué tengo que aprender todo esto?
—Tenéis que saber quiénes son vuestros vasallos, mi señora.
—¿Mis vasallos? Los de mi padre, querrás decir.
—Sois una Stark, sus vasallos son los vuestros. Los juramentos son hacia la familia, al igual que vuestro deber es protegerlos.
—Pronto seré una Baratheon. ¿Qué importancia tendrá entonces?
—Mucho, mi señora, ya que por derecho de matrimonio los vasallos de las Tierras de la Tormenta también serán vuestros leales vasallos. ¿Lo entendéis?
—Más espadas, eso me dijo Ned.
—Así es. Os aconsejo también que os aprendáis las casas vasallas de las Tierras de los Ríos —Volvió abrir el libro con un gran suspiro.
—¡Es tan aburrido! —Me miró entonces burlona—. ¿Acaso tu ya las sabes todas?
—Todavía no, pero yo he prestado más atención que vos —Sonreí—. Tengo nuevas: el príncipe Rhaegar asistirá al torneo con su esposa.
—¡Oh! ¡La princesa Elia de Dorne!
—¿Blasón?
—¡Fácil! Un sol rojo atravesado por una lanza dorada. ¡Espera! Y su lema es: “Nunca doblegado, Nunca Roto”.
—¡Bien, mi señora!
—¿Crees que nos presentarán?
—¡Por supuesto! El protocolo de Elia así lo requiere; ella os invitará a asistir a algún almuerzo con sus damas y vuestras acompañantes —sonreí dándome por aludida, pero la mirada de Lyanna se tornó muy seria—. Yo os acompañaré, no os preocupéis.
—Ahora estoy más preocupada. ¡No quiero que se rían de mí esas damas sureñas! Qué sé yo de como comportarme ante una princesa. ¡Dejaré a mi padre en ridículo! —dijo gritando.
—No dejaré que eso ocurra, mi señora —le cogí la mano—. Solo tenemos que prepararnos las dos juntas. No os dejaré sola, os lo prometo.
—Pues tendrás que quitarte esa cota de malla. ¡No es propio de una dama! —las risas inundaron la estancia. Cuando nos calmamos se quedó pensativa por un momento—. Un presente —dijo—. Tenemos que llevarle a Elia un regalo.
—¿Qué podemos regalar a una princesa que todo lo tiene? —contesté sorprendida.
Sus ojos tenían esa chispa que tanto conocía, y muy sería dijo…
—No todo, Dacey. Jamás ha tenido una.
—¿A qué os referís, mi señora? —Contesté con curiosidad.
—A algo que toda mujer admira que jamás con su inmenso valor ha tenido en sus manos, que nunca ha llegado a ver y que su embriagador perfume nunca ha podido oler.

Ella era una Mormont de la Isla del Oso, no lo que se entendería por una dama, pero tomó un hacha para enfrentarse a una manada de lobos cuando tenía doce años, mató a dos de ellos y se cosió una capa de sus pieles. También me dio dos hijos fuertes, y una hija tan dulce como cualquiera de sus damas sureñas.

fuego y sangre, jaehaerys y alysanne: sus triunfos y tragedias

También sabía que era posible penetrar en el muro interior por la puerta sur, subir tres pisos y circundar toda Invernalia por un angosto túnel excavado en la piedra, para después salir al nivel del suelo por la puerta norte, donde una pared de cien varas se alzaba a la espalda. El chico estaba seguro de que ni siquiera el maestre Luwin sabía aquello.

juego de tronos, bran ii

Había un charco humeante bajo la Torre de la Biblioteca, y de una grieta de la pared salía agua caliente.

choque de reyes, bran vii

Hay niveles más antiguos. Tengo entendido que el más bajo de todos se derrumbó hace mucho. Yo nunca he estado allí.

[…]

—Una locura gloriosa. Dicen que Stannis tiene cinco mil, pero según Abel, ni con cincuenta mil bastaría para derribar estos muros. ¿Cómo os las arreglasteis para entrar mi señor? ¿Conocíais algún pasadizo secreto?

danza de dragones, el cambiacapas

—Tú conoces bien este castillo.
—Lo conocía.
—Bajo nosotros se extienden las criptas donde aguardan los viejos reyes Stark en la oscuridad. Mis hombres no han encontrado la entrada. Han registrado todos los sótanos y bodegas, hasta las mazmorras, pero…
—A las criptas no se llega por las mazmorras, mi señora.
—¿Puedes mostrarme el camino?

danza de dragones, el cambiacapas

—¿Qué quieres?
—Quiero ir a esas criptas. ¿Dónde están, mi señor? —Acebo jugueteó con un mechón de pelo, enredándoselo en el meñique—. Dicen que son muy profundas y oscuras. Buen lugar para tocarse, con todos esos reyes muertos mirando.
—¿Te manda Abel?
[…] Con cada palabra que decía, Theon se convencía más y más de que se trataba de una trampa.
Pero una trampa, ¿de quién? Y ¿Para quién? […]
Quiere saber como entré para saber cómo salir.

danza de dragones, un fantasma de invernalia

[…] a Rickon le empezaron a caer bien los Walders. […] Rickon llegó incluso a llevarlos a las criptas subterráneas…

choque de reyes, bran i

—¿Dónde habéis encontrado el cadáver?
—Bajo ese torreón que está en ruinas, mi señor —respondió Walter el Mayor—. El de las gárgolas viejas.

danza de dragones, theon

La entrada de las criptas se encontraba en la parte más antigua del castillo, cerca de la base del Primer Torreón, […] se había derrumbado después. […] pero parte de una gárgola sobresalía aún de un montón de nieve, con el rostro grotesco gruñendo en silencio y mirando ciego hacia el cielo.

danza de dragones, el cambiacapas

—Cállate, estúpido —dijo la niña mientras dejaba su rama a un lado—. Sólo es agua. ¿Quieres que te oiga la Vieja Tata y que corra a decírselo a padre?

danza de dragones, bran iii