Estaba leyendo a su pequeño lord un cuento del Caballero Alado cuando Mya Piedra vino a golpear la puerta de su dormitorio, con botas y pieles y oliendo fuertemente a establo. Mya tenía pajas en el pelo y el ceño fruncido. Alayne sabía que el ceño fruncido venía de tener a Mychel Redfort cerca.
—Mi señor —informó a Lord Robert—, los estandartes de lady Waynwood se han visto a una hora de camino. Estará aquí pronto, con tu primo Harry. ¿Querrás recibirles?
«¿Por qué tendría que mencionar a Harry?», pensó Alayne. Así nunca sacaría a Robalito de la cama. El chico lanzó un cojín.
—Échale. Nunca pedí que vinieran aquí.
Mya pareció quedarse sin respuesta. No había nadie mejor en el Valle manejando una mula, pero los señores eran harina de otro costal.
—Ellos estaban invitados… —dijo insegura— para el torneo. Yo no…
—Gracias, Mya —dijo Alayne tras cerrar su libro—. Déjame hablar con Lord Robert, si puedes.
Con alivio en su cara, Mya marchó sin decir más palabra.
—Odio a ese Harry —dijo Robalito cuando ella se fue—. Me llama primo, pero solo está esperando a que muera para que pueda tomar Nido de Águilas. Cree que no lo sé, pero se equivoca.
—Su señoría no debería creer esas estupideces —dijo Alayne—. Estoy segura de que Ser Harrold te quiere mucho —su pecho se agitó un poco… «y si los dioses son buenos, me querrá también a mí».
—No —insistió Lord Robert—. Quiere el castillo de mi padre, eso es todo, así que finge —el niño acercó su manta a su pecho lleno de granos—. No quiero que te cases con él, Alayne. Soy el señor de Nido de Águilas y lo prohíbo —sonó como si estuviera a punto de llorar—. Deberías casarte conmigo en su lugar. Podríamos dormir en la misma cama cada noche, y me podrías leer historias.
«Ningún hombre se puede casar conmigo mientras mi esposo enano viva en algún lugar en el mundo». Petyr decía que la reina Cersei habría recogido la cabeza de una docena de enanos, pero ninguna era de Tyrion.
—Robalito, no debes decir esas cosas. Eres es el señor de Nido de Águilas y Defensor del Valle, y debes casarte con una dama noble y tener un hijo que se siente en la Sala Alta de la Casa Arryn cuando hayas partido.
Robert se limpió su nariz.
—Pero quiero… —Alayne le puso un dedo en sus labios.
—Sé lo que quieres, pero no puede ser. No soy adecuada para ser tu esposa. Soy una bastarda.
—No me importa. Te quiero más que nadie.
—Eres un pequeño tonto. A tus señores banderizos les importará. Algunos creen que mi padre ascendió demasiado y es demasiado ambicioso. Si me tomaras como esposa, dirían que te obligó y no fue tu voluntad. Los Señores Recusadores podrían tomar armas contra él y a ti y a mí nos matarían.
—¡No dejaría que te hirieran! —dijo Lord Robert—. Si lo intentan les haré volar —dijo cuando su mano empezó a temblar.
—Aquí, mi Robalito, tranquilo ?dijo Alayne mientras le acariciaba los dedos, hasta que el temblor pasó—. Debes tener una mujer adecuada, una verdadera doncella de noble cuna.
—No. Me quiero casar contigo, Alayne.
«Una vez tu señora madre insistió en eso, pero yo no era bastarda sino una verdadera y noble doncella».
—Mi señor es amable al decir eso —Alayne alisó su pelo. Lady Lysa nunca había dejado a los sirvientes tocarlo y después de que muriera Robert había sufrido terribles temblores siempre que alguien se acercaba con una cuchilla, así que habían dejado que le creciera hasta que sobrepasó sus redondos hombros y caía hasta la mitad de su pecho fofo y blanco. «Tiene el pelo bonito. Si los dioses son buenos y vive lo suficiente para casarse, su mujer admirará su pelo, seguramente. Será lo único que le guste de él»—. Cualquier hijo nuestro no sería noble. Solo un verdadero hijo de la Casa Arryn puede desplazar a Ser Harrold como tu heredero. Mi padre encontrará una mujer adecuada para ti, una chica de noble cuna más bella que yo. Cazaréis y llevaréis halcones juntos, y ella te dará su favor para llevarlo en torneos. Antes de que te des cuenta de habrás olvidado completamente de mí.
—¡No lo haré!
—Lo harás. Debes hacerlo —su voz era firme, pero gentil.
—El señor del Nido de Águilas puede hacer lo que quiera. ¿No puedo quererte, aunque me tenga que casar con otra? Ser Harrold tiene una mujer común. Benjicot dice que ella lleva ahora su bastardo.
«Benjicot debería aprender a mantener la boca cerrada».
—¿Es lo que quieres de mí? ¿Un bastardo? ?Quitó los dedos de su alcance—. ¿Me deshonrarías de esa manera?
—No, nunca quise… —dijo el chico, que parecía verdaderamente afligido.
—Si le complace a mi señor —dijo Alayne al levantarse—, debo ir y buscar a mi padre. Alguien debe ir a recibir a Lady Waynwood.
Antes de que su pequeño señor pudiera encontrar palabras para protestar, hizo una pequeña reverencia y abandonó el dormitorio, bajó a la sala y cruzó un puente cubierto de las estancias del Lord Protector.
Tras dejar a Petyr Baelish esa mañana, había desayunado con el viejo Oswell, que había llegado la pasada noche de Puerto Gaviota en un sudoroso caballo. Esperaba que aún estuviera hablando, pero su estancia estaba vacía. Alguien había dejado la ventana abierta y unos papeles habían caído al suelo. El sol caía sobre las estrechas ventanas amarillas y las motas de polvo bailaban en la luz como pequeños insectos dorados. Aunque la nieve había blanqueado las cumbres de Lanza del Gigante sobre ellos, bajo la montaña el otoño languidecía y el invierno se abría paso entre los campos. Fuera de la ventana podían escucharse las risas de las lavanderas en el pozo y el choque del acero contra el acero de la sala donde los caballeros se entrenaban. «Buenos sonidos».
Alayne amaba estar allí. Se sentía viva de nuevo, por primera vez desde que su padre… desde que Lord Eddard Stark había muerto.
Cerró la ventana, reunió los papeles caídos y los apiló sobre la mesa. Uno era la lista de competidores. Sesenta y cuatro caballeros habían sido invitados a luchar por puestos en la nueva Hermandad de los Caballeros Alados de Lord Robert Arryn, y sesenta y cuatro habían venido a luchar por el derecho a llevar las alas del halcón sobre sus yelmos y proteger a su señor.
Los competidores venían de todo el Valle, de los valles de las montañas y de la costa, de Puerto Gaviota y la Puerta de la Sangre, incluso de Tres Hermanas. Aunque algunos estaban prometidos, solo tres estaban casados. Los ocho vencedores esperaban pasar los siguientes tres años al lado de Lord Robert, como su propia guardia personal (Alayne habría sugerido siete, como la Guardia Real, pero Robalito había insistido en que debía tener más caballeros que el rey Tommen), así que hombres mayores con mujeres e hijos no habían sido invitados.
«Y habían venido —pensó Alayne orgullosa—, todos habían venido».
Todo se había desarrollado como Petyr dijo que lo haría el día que los cuervos volaron.
—Son jóvenes, ansiosos y hambrientos de aventura y renombre. Lysa no les dejó ir a la guerra. Esto es lo siguiente mejor. Una oportunidad de servir a su señor y demostrar sus habilidades. Vendrán. Incluso Harry el Heredero —había acariciado su pelo y besado su frente—. Qué hija más lista eres.
Era lista. El torneo, los premios, los caballeros alados, todo había sido su idea. La madre de Lord Robert le había llenado de miedos, pero él tomaba el coraje de los cuentos que le leía de Ser Artys Arryn, el legendario Caballero Alado, fundador de la Casa. ¿Por qué no rodearle de Caballeros Alados? Lo había pensado una noche, después de que Robalito finalmente se durmiera. Su propia Guardia Real, para mantenerle a salvo y hacerle valiente. Y tan pronto como le dijo a Petyr su idea, este hizo que se hiciera real. Él querría estar allí para recibir a Ser Harrold. ¿Dónde podría haber ido?
Alayne descendió las escaleras de la torre para entrar en la galería con pilares a la espalda del Gran Salón. Bajo ella, los sirvientes estaban colocando las mesas para el festín de la tarde, mientras sus mujeres e hijas barrían las viejas esteras y dispersaban las nuevas. Lord Nestor estaba mostrando a Lady Waxley sus preciados tapices con sus escenas de caza. Los mismos paneles habían colgado una vez en la Fortaleza Roja de Desembarco del Rey, cuando Robert se sentaba en el Trono de Hierro. Joffrey los había quitado y habían languidecido en un sótano hasta que Petyr Baelish acordó que se trajeran al Valle como un regalo a Nestor Royce. No solo colgaban bellamente, sino que el Gran Senescal se deleitaba en decir a todo aquel que le escuchara que una vez habían pertenecido a un rey.
Petyr no estaba en el Gran Salón. Alayne cruzó la galería y descendió las escaleras construidas en el amplio muro oeste, para llegar al ala interior donde las justas tendrían lugar. Se habían alzado tribunas para aquellos que quisieran ver el evento, con cuatro largas barreras entre ellas. Los hombres de Lord Nestor estaban blanqueando las barreras y adornando las tribunas con coloridas banderas y escudos colgantes en la puerta por la que los competidores pasarían cuando hicieran su entrada.
Al norte del patio, se habían colocado tres pavos de justa y algunos competidores habían cabalgado hacia ellos. Alayne los conocía por sus escudos: las campanas de Belmore, las víboras verdes de los Lynderlys, el trineo rojo de Breakstone, las piras negro y gris de los Tollet. Ser Mychel Redfort estaba haciendo girar un pavo con un golpe perfectamente dirigido. Era uno de los favoritos a ganarse las alas.
Petyr no estaba en allí, ni en ningún lugar del patio, pero se volvió cuando oyó una voz llamarle.
—¡Alayne! —gritó Myranda Royce, desde un banco tallado en piedra bajo un haya, donde estaba sentada entre dos hombres. Parecía necesitar ayuda. Sonriendo, Alayne caminó hacia su amiga.
Myranda llevaba un vestido gris de lana, una capa con capucha verde y una mirada bastante desesperada. A cada lado suyo se sentaba un caballero. El que estaba a su derecha tenía una barba entrecana, la cabeza calva y una barriga que rebosaba donde debía estar el cinto para la espada. El que estaba a su izquierda no debía tener más de dieciocho años y era delgado como una lanza. Sus patillas pelirrojas solo servían parcialmente para ocultar las llamativas pecas rojas que poblaban su rostro.
El caballero calvo llevaba una sobrevesta azul oscuro con el blasón de un par de labios rosas. El pecoso pelirrojo contaba con nueve gaviotas blancas en un campo marrón, lo que le marcaba como un Shett de Puerto Gaviota. Estaba mirando tan intensamente los pechos de Myranda que apenas se dio cuenta de la llegada de Alayne hasta que Myranda se alzó para abrazarle.
—Gracias, gracias, gracias —le susurró Randa al oído, antes de girarse para dirigirse a los caballeros —Mis Señores, ¿les puedo presentar a Alayne Piedra?
—La hija del Lord Protector —anunció el caballero calvo, todo galante. Se alzó pesadamente—. Y tan hermosa como las historias cuentan de ella, por lo que veo.
—Ser Ossifer —dijo el caballero pecoso levantándose de un salto para no quedar atrás— dice la verdad, eres la más bella doncella en los Siete Reinos —habría sido una reverencia más dulce si no lo hubiera dicho mientras miraba su pecho.
—¿Y ya ha visto a todas las doncellas, mi señor? —Preguntó Alayne—. Es muy joven para haber viajado tanto.
—No, mi señora. Soy de Puerto Gaviota —dijo mientras se ponía rojo, lo que solo hacía resaltar más sus pecas.
«Y yo no lo soy», aunque Alayne naciera allí. Tendría que ser cuidadosa con este.
—Recuerdo Puerto Gaviota con afecto —le comentó, con una sonrisa tan vaga como placentera—. ¿Sabes acaso adónde ha ido mi padre, por un casual? —le dijo a Myranda.
—Déjeme llevarle hasta él, mi señora.
—Espero que me perdonéis por arrebataros la compañía de Lady Myranda —dijo Alayne a los caballeros. No esperó réplica, pero tomó a la chica mayor del brazo y la alejó del banco—. ¿Sabes dónde está mi padre? —dijo entre susurros solo cuando estuvieron lejos de los oídos de los demás.
—Por supuesto que no. Camina rápido, mis nuevos pretendientes podrían seguirte —Myranda puso una mueca—. Ossifer Labios es el más aburrido caballero del Valle, pero Uther Shett aspira a los laureles. Estoy rezando por un duelo por mi mano y que se maten el uno al otro.
—Seguramente —dijo Alayne riéndose—, Lord Nestor no se entretendría en encontrar un pretendiente entre esos hombres.
—Oh, podría. Mi señor padre está enfadado conmigo por matar a mi último marido y meterle en problemas.
—No fue tu culpa que muriera.
—No había nadie más en la cama que yo recuerde.
Alayne no pudo más que callarse. El marido de Myranda había muerto mientras hacían el amor.
—Esos hombre de Tres Hermanas que vinieron ayer eran galantes —dijo para cambiar de tema—. Si no te gusta Ser Ossifer o Ser Uther, cásate con uno de ellos. Creo que el más joven era muy hermoso.
—¿El de la capa de piel de foca? —Dijo Randa, incrédula—. Uno de sus hermanos, entonces —Myranda giró los ojos—. Son de Tres Hermanas. ¿Conoces algún hombre de allí que sepa justar? Limpian sus espadas con aceite de pescado y se lavan en bañeras con agua de mar.
—Bueno —dijo Alayne—, al menos son limpios.
—Algunos tienen membranas entre los dedos de los pies. Antes me casaría con Lord Petyr. Entonces sería tu madre. ¿Cómo de pequeño es su meñique, lo sabes?
Alayne no se dignó a responder.
—Lady Waynwood estará aquí pronto, con sus hijos —dijo para cambiar de tema.
—¿Es una promesa o una amenaza? —Dijo Myranda —La primera Lady Waynwood debió ser una mula, pienso. ¿Cómo se explica si no que todos los hombres Waynwood tengan cara de caballo? Si alguna vez me casara con un Waynwood le haría jurar un voto por el cual debería ponerse el yelmo siempre que me quisiera follar y mantener el visor bajado —dio un pellizco a Alayne en el brazo—. Creo que mi Harry estará con ellos. Me doy cuenta de que lo omites. Nunca te perdonaré que me lo arrebates. Es el chico con el que me quería casar.
—El compromiso fue cosa de mi padre —protestó Alayne, como había hecho cien veces antes. «Solo está bromeando», se dijo… pero tras las bromas podía sentir el dolor.
—Ahí está el tipo de marido que necesito —dijo Myranda cuando se detuvo a mirar a través del patio a los caballeros que practicaban.
Unos pocos pies más allá, dos caballeros estaban luchando con espadas romas para prácticas. Sus espadas chocaron dos veces, entonces se deslizaron solo para ser bloqueadas por los escudos que se alzaron, pero el hombre más grande cayó al suelo tras el impacto. Alayne no podía ver el frente del escudo desde donde estaba, pero su atacante portaba tres cuervos volando, cada uno de ellos portando un corazón rojo entre sus garras. «Tres corazones y tres cuervos». Supo en ese momento cómo acabaría esa lucha.
Pocos momentos después el hombre más grande estaba despatarrado y aturdido con su yelmo torcido. Cuando su escudero se lo quitó para dejar desnuda su cabeza había sangre goteando de su cabeza. Si las espadas no fueran romas habrían aparecido sesos también. El último golpe había sido tan duro que Alayne había hecho un gesto de dolor mientras se daba. Myranda Royce observó concienzudamente al vencedor.
—¿Crees que si se lo preguntara amablemente ser Lyn mataría a mis pretendientes por mí?
—Podría, por una generosa bolsa de oro —ser Lyn Corbray estaba siempre y desesperadamente carente de oro, y todo El Valle lo sabía.
—Por desgracia, solo tengo un buen par de tetas gordas. Aunque con ser Lyn, una salchicha gorda bajo mi falda me sería más útil —la risa de Alayne llamó la atención de Corbray. Dio su escudo a su tosco escudero, se quitó su yelmo y se arregló su pelo.
—Señoras —su largo pelo marrón caía sobre su frente, perlada por el sudor.
—Bien golpeado, ser Lyn —comentó Alayne—, aunque temo que hayas dejado sin sentido al pobre ser Owen.
Corbray volvió la mirada hacia su rival, que estaba siendo ayudado a salir del patio por su escudero.
—No tenía mucho sentido antes o no me hubiera retado.
«Hay verdad en ello», pensó Alayne, pero algún demonio travieso estaba en ella esa mañana, así que decidió darle a Ser Lyn una estocada de cuenta propia.
—Mi señor padre —dijo sonriendo dulcemente— me ha dicho que la nueva mujer de tu hermano está encinta.
—Lyonel —dijo Corbray con una mirada oscura— manda sus disculpas. Se encuentra en Hogar con la hija de un vendedor, esperando a que su barriga crezca como si fuera la primera vez que dejara a una moza embarazada.
«Oh, es una herida abierta», pensó Alayne. La primera mujer de Lyonel Corbray no le había dado más que frágiles y enfermos bebés que murieron en su infancia y durante todos esos años Ser Lyn se había mantenido como heredero de su hermano. Cuando la pobre mujer finalmente murió, sin embargo, Petyr Baelish había aparecido para arreglar un nuevo matrimonio para Lord Corbray. La segunda Lady Corbray tenía dieciséis años, la mujer de un rico comerciante de Puerto Gaviota. Había venido con una inmensa dote y los hombres decían que era alta, robusta, una chica sana con grandes tetas; y buenas y anchas caderas. Y fértil también parecía.
—Todos rezamos a la Madre para que conceda a Lady Corbray un parto fácil y un niño sano —dijo Myranda.
—Mi padre —dijo Alayne que no pudo reprimirse y sonrió— siempre está encantado de estar al servicio de uno de los más leales banderizos de Lord Robert. Estoy seguro de que estaría encantado de concertar otro matrimonio para ti también, ser Lyn.
—Qué amabilidad por su parte —los labios de Corbray se volvieron en algo que parecía una sonrisa, aunque le dio a Alayne un escalofrío—. ¿Pero qué necesidad tengo de herederos si no tengo tierras y voy a permanecer así, gracias a nuestro Lord Protector? No, di a tu señor padre que no necesito ninguna de sus mulas de crianza.
El veneno de su voz era tan denso que por un momento casi olvidó que Lyn Corbray era el títere de su padre, comprado y pagado por ello. ¿O no lo era? Quizás, en lugar de ser un hombre de Petyr haciéndose pasar por su enemigo, era en realidad su enemigo haciéndose pasar por su hombre haciéndose pasar por su enemigo.
Solo pensar en ello le hacía dar vueltas la cabezas. Alayne se dio la vuelta abruptamente del patio y se chocó con un hombre bajo, de rostro afilado con un cepillo de pelo naranja que tenía detrás suya. Su mano le cogió y agarró de su brazo antes de que cayera.
—Mi señora. Mis perdones si le tomé desprevenida.
—La culpa fue mía. No le vi.
—Nosotros los ratones somos criaturas silenciosas —ser Shadrich era tan bajo que podría pasar por un escudero, pero su rostro pertenecía al de un hombre mucho mayor. Vió largas leguas en las arrugas de la comisura de su boca, viejas batallas en la cicatriz bajo su oído y una dureza tras sus ojos que ningún chico podría tener. Este era un hombre adulto. Sin embargo, incluso Randa era más alto que él.
—¿Estás también buscando alas? —Dijo la chica Royce—. Sería divertido ver un ratón con alas.
—¿Quizás intente el combate cuerpo a cuerpo en su lugar? —Sugirió Alayne.
El combate cuerpo a cuerpo era un postre, una concesión para todos los hermanos, tíos, padres y amigos que habían acompañado a los competidores a las Puertas de la Luna para verles ganar sus alas doradas, pero habría premios para los campeones y una oportunidad de ganar recompensas.
—Una buena melé es todo lo que un caballero errante puede desear, salvo que se encuentre una bolsa de dragones. Y eso no es muy probable, ¿no?
—Supongo que no. Pero debe excusarnos, señor, tengo que encontrar a mi señor padre.
Unos cuernos sonaron desde lo alto del muro.
—Demasiado tarde —dijo Myranda—. Están aquí. Tendremos que hacer los honores nosotras —sonrió—. La última en llegar a la puerta se tendrá que casar con Uther Shett.
Hicieron una carrera, raudas a lo largo del patio y a través de los establos, con las faldas volando, mientras caballeros y sirvientes las miraban, y cerdos y pollos se disgregaban a su paso. No era muy digno de una dama, pero Alayne se encontró riendo. Por un pequeño momento se olvidó de quién era y dónde estaba estaba, y se sorprendió recordando días brillantes y fríos en Invernalia, cuando ella corría con su amiga Jeyne Poole, mientras Arya iba detrás intentando alcanzarles.
Cuando llegaron al portón ambas estaban con la cara roja y sudando. Myranda había perdido su capa en algún lugar por el camino. Habían llegado justo a tiempo. Las compuertas habían sido alzadas y una columna de jinetes de veinte hombres estaba pasando bajo ella. A su cabeza cabalgaba Anya Waynwood, Señora de Roble de Hierro, adusta y delgada, con su pelo gris recogido con una bufanda. Su capa de montar era de lana dura ribeteada de piel marrón y estaba asida a su cuello por un broche nielado con la forma de la rueda rota de su Casa. Myranda Royce dio un paso adelante e hizo una reverencia.
—Lady Anya. Bienvenida a las Puertas de la Luna.
—Lady Myranda. Lady Alayne —Anya Waynwood inclinó su cabeza hacia cada una—. Es bueno por vuestra parte el recibirnos. Permitidme presentar a mi nieto, Ser Roland Waynwood —inclinó la cabeza hacia el caballero del que hablaba —y este es mi joven hijo, Ser Wallace Waynwood. Y por supuesto mi pupilo, Ser Harrold Hardyng.
«Harry el Heredero —pensó Alayne—. Mi futuro marido, si me quiere —un súbito terror la llenó. Se preguntó si su rostro estaba rojo—. No lo mires —recordó para si misma—, no mires, no lo admires, no te quedes embobada. Mira a otro lado». Su pelo debía ser un desastre tras esa carrera. Le tomó toda su voluntad impedirse intentar poner las mechas del pelo en su sitio. «No te preocupes de tu estúpido pelo. Tu pelo no importa. Es él quien importa. Él, y los Waynwood».
Ser Roland era el más mayor de los tres, aunque no mayor de veinticinco. Era más alto y musculoso que Ser Wallace, pero ambos tenían rostros largas y la cara chupada, con hebras de pelo marrón y narices contraídas. «Feos y con cara de caballo», pensó Alayne.
Harry, sin embargo…
«Mi Harry. Mi señor, mi amante, mi prometido.»
Ser Harrold Hardyng parecía hasta la última pulgada como debía ser un futuro lord; con buenas proporciones y hermoso, rígido como una lanza, endurecido y con músculos. Hombres lo suficientemente mayores como para haber conocido a Jon Arryn en su juventud decían que Ser Harrold se le parecía, lo sabía. Tenía un pelo rubio arenoso, ojos azules pálidos, una nariz aguileña. —Joffrey también era hermoso, cierto, —recordó—. Un hermoso monstruo, es lo que era. El pequeño Lord Tyrion era más amable, por muy deforme que fuera».
Harry le estaba mirando. «Sabe quién soy, se ha dado cuenta, y no parece contento de verme». Fue solo entonces cuando se fijó en su heráldica. Aunque su sobrevesta y los jaeces del caballo tenían los patrones de los diamantes rojos y blancos de la Casa Hardyng, su escudo era cuarteado. Las armas de Hardyng y Waynwood estaban dispuestas en el primer y tercer cuadrante respectivamente, pero en el segundo y cuarto llevaba la luna y el halcón de la Casa Arryn, azul cielo y crema. «A Robalito eso no le gustará».
—Ser Wallace —dijo—, ¿somos los u-u-últimos?
—Lo sois, señores —replicó Myranda Royce, ignorando absolutamente el tartamudeo.
—¿Cu-cu-cuándo comenzarán las ju-ju-justas?
—Oh, pronto, rezo por ello —dijo Randa—. Algunos de los competidores llevan aquí desde casi un ciclo de luna, participando de la carne e hidromiel que les proporciona mi padre. Todos buenos hombres y muy valientes… aunque comen mucho.
Los Waynwood rieron y hasta Harry el Heredero sacó una pequeña sonrisa.
—Estaba nevando en los pasos, de lo contrario habríamos llegado aquí antes —dijo Lady Anya.
—Si supiéramos que esta belleza nos esperaría en las Puertas, habríamos volado —dijo Ser Roland. Aunque sus palabras estaban dirigidas a Myranda Royce, sonrió a Alayne cuando las decía.
—Para volar necesitaréis alas —replicó Randa— y hay aquí algunos caballeros que podrían tener algo que decir con respecto a eso.
—Estoy esperando tener esa animosa discusión —Ser Roland se bajó del caballo, se giró hacia Alayne y sonrió—. Había oído que la hija de Lord Meñique era de rostro bello y llena de gracia, pero nadie me dijo que era una ladrona.
—Me ofende, mi señor. ¡No soy una ladrona!
—¿Cómo explicar si no —dijo Ser Ronald poniéndose una mano sobre el corazón— este agujero en mi pecho, de dónde has robado mi corazón?
—Solo te está to-tomando el pelo, mi señora —tartamudeó Ser Wallace—. Mi so-so-sobrino nunca ha tenido un co-co-corazón.
—La rueda Waynwood tiene una rueda tuerta, y aquí tenemos a mi tío —Ser Roland dio un cachete a Wallace detrás de la oreja—. Los escuderos deben estar callados mientras los caballeros están hablando.
—Ya no soy un es-escudero —dijo Ser Wallace poniéndose rojo—, mi señora. Mi so-sobrino sabe bien que fui no-nom, no-nombra, no….
—¿Armado caballero? —Alayne sugirió gentilmente.
—Armado —dijo Wallace Waynwood, agradecido.
«Robb tendría su edad, si estuviera vivo —no pudo dejar de pensar—, pero Robb murió siendo un rey, y este es solo un chico».
—Mi señor padre os ha asignado cuartos en la Torre Este —decía Lady Myranda a Lady Waynwood— pero temo que vuestros caballeros deban compartir una cama. Las Puertas de la Luna nunca fueron hechas para alojar tantos nobles visitantes.
—Estará en la Torre Halcón, Ser Harrold —dijo Alayne. «Lejos de Robalito». Esto era intencional, lo sabía. Petyr Baelish no dejaba estas cosas al azar—. Si le place, le enseñaré sus estancias yo misma —esta vez sus ojos se encontraron con los de Harry. Sonrió sólo para él e hizo una silenciosa plegaria a la Doncella. «Por favor, no necesito que me ame, solo que le guste, solo un poco, eso será suficiente por ahora.»
—¿Por qué —dijo Ser Harrold mientras la miraba fríamente— debería ir escoltado a algún lado por la bastarda de Meñique?
Los tres Waynwood le miraron de soslayo.
—Eres un huésped aquí, Harry —le reprochó Lady Anya, con un tono helado—. Espero que lo recuerdes.
La armadura de una dama es su cortesía. Alayne podía sentir la sangre sobre su rostro. «Sin lágrimas —rezó—. Por favor, por favor, no debo llorar».
—Como deseéis, señor. Y ahora si me excusan, la bastarda de Meñique debe encontrar a su señor padre y hacerle saber que han venido, para poder empezar el torneo por la mañana —»y espero que tu caballo caiga, Harry el Heredero, y aterrice sobre tu estúpida cabeza en el primer lance». Mostró a los Waynwood un rostro de piedra mientras ellos soltaban torpes disculpas por su compañía. Cuando acabaron se dio la vuelta y marchó.
«¿Harry el Heredero? Harry el Imbécil, diría yo. Es solo un escudero que ha ascendido demasiado». Cerca del fuerte chocó con Ser Lothor Brune y casi lo derriba.
—Gracias —dijo Alayne, que estaba tan agradecida que le abrazó—. ¿Habéis visto a mi padre, señor?
—Abajo en las criptas —dijo Ser Lothar—, inspeccionando los graneros de Lord Nestor con Lord Grafton y Lord Belmore.
Las criptas eran grandes, oscuras y sucias. Alayne encendió una candela y se agarró la falda mientras descendía. Casi al final oyó la estridente voz de Lord Grafton y la siguió.
—Los mercaderes están clamando para comprar y los lores clamando para vender —estaba diciendo el de Puerto Gaviota cuando les encontró. Aunque no era un hombre alto, Grafton era ancho, con amplios brazos y hombros. Su pelo era como un mocho sucio rubio—. ¿Cómo voy a parar eso, mi señor?
—Pon guardias en los muelles. Si es necesario, retén los barcos. Cómo no importa, mientras no haya comida que salga de El Valle.
—Esos precios, sin embargo… —protestó el gordo Lord Belmore—, esos precios son más que justos.
—Tú dices más que justos, mi señor. Yo digo que menos de lo que desearíamos. Espera. Si es necesario, compra tú la comida y mantenla encerrada. El invierno se acerca. Los precios subirán.
—Quizá —dijo Belmore, dudoso.
—Yohn Bronce no esperará —se quejó Grafton—. No necesita mandar barcos desde Puerto Gaviota, tiene sus propios puertos. Mientras estamos acumulando nuestras cosechas, Royce y los otros Señores Recusadores convertirán las suyas en plata, estate seguro de eso.
—Esperemos eso ?dijo Petyr—. Cuando sus graneros estén vacíos, necesitarán cada pieza de su plata para comprarnos sustento a nosotros. Y ahora, si me excusa mi señor, parece que mi hija me necesita.
—Lady Alayne —dijo Lord Grafton—, tus ojos parecen brillantes esta mañana.
—Eres amable al decir eso, mi señor. Padre, siento interrumpir, pero pensé que querría saber que los Waynwood han llegado.
—¿Y está Ser Harrold con ellos?
«El horrible Ser Harrold».
—Lo está.
—Nunca pensé —dijo Lord Belmore riéndose— que Royce le dejaría venir. ¿Es ciego o solamente estúpido?
—Es honorable. Algunas veces significa lo mismo. Si negaba al muchacho la oportunidad de probarse, podría crear un enfrentamiento entre ellos, así que, ¿por qué no dejarle justar? El chico no tiene habilidad suficiente para ganar un puesto ente los Caballeros Alados.
—Supongo que no —dijo Belmore a regañadientes. Lord Grafton besó a Alayne en la mano y los dos señores se fueron, dejándola a solas con su señor padre.
—Ven —dijo Petyr—, camina conmigo —le tomó del brazo y le condujo a un lugar más profundo entre las criptas, pasada una mazmorra vacía—. ¿Y cómo fue tu primer encuentro con Harry el Heredero?
—Es horrible.
—El mundo está lleno de horrores, cariño. Ya deberías saber eso. Ya has visto suficientes.
—Sí —dijo Alayne—, ¿pero por qué debe ser tan cruel? Me llamó tu bastarda. En mitad del patio, enfrente de todo el mundo.
—Hasta donde él sabe, es lo que eres. El casamiento nunca fue su idea y Yohn Bronce sin duda le habrá advertido de mis artimañas. Eres mi hija. No se fía de ti y cree que eres inferior a él.
—Bueno, no lo soy. Él puede pensar que es un gran caballero, pero ser Lothor dice que es solo un escudero que ha llegado demasiado alto.
—Sí —respondió Petyr mientras ponía un brazo alrededor suyo—, lo es, pero es también el heredero de Robert. Traer a Harry aquí era solo la primera parte de nuestro plan, pero ahora tenemos que mantenerle y solo tú puedes hacer eso. Tiene una debilidad por las caras bonitas, ¿y qué cara es más bonita que la tuya? Encántale. Embelésale. Embrújale.
—No sé cómo —dijo con tristeza.
—Oh, creo que sí lo sabes —dijo Meñique, en una de esas sonrisas que no se dirigían a sus ojos—. Tú serás la mujer más bella en el salón esta noche, tan hermosa como tu madre a tu edad. No puedo sentarte en la tarima conmigo, pero tendrás un alto puesto de honor, debajo de un candelabro colocado en un muro. El fuego hará brillar tu pelo y todos verán lo bello que es tu rostro. Mantén una cuchara larga para alejar a los escuderos, cariño. No querrás tener a niños verdes cerca cuando los caballeros vengan a pedir tu favor.
—¿Quién querría pedir el favor de una bastarda?
—Harry, si tuviera el cerebro que los dioses dan a un ganso… pero no lo tiene. Elige otro galán y concédele el favor. No querrás verle demasiado pronto.
—No —dijo Alayne.
—Lady Waynwood insistirá en que Harry baile contigo, eso te lo puedo prometer. Esa será tu oportunidad. Sonríe al chico. Tócale cuando hables. Búrlale para picar su orgullo. Si parece que responde, dile que te sientes agobiada y pídele que te lleve afuera a respirar un poco de aire puro. Ningún caballero podría negarle esa petición a una bella dama.
—Sí —dijo—, pero él piensa que soy una bastarda.
—Una bella bastarda y la hija del Lord Protector —Petyr la acercó y besó en ambas mejillas—. La noche te pertenece, querida. Recuerda eso, siempre.
—Lo intentaré, padre —dijo.
El festín probó ser todo lo que su padre había prometido. Fueron servidos sesenta y cuatro platos , en honor de los sesenta y cuatro competidores que habían venido a competir por las alas de plata ante su señor. De los ríos y los lagos vino lucio, trucha y salmón; de los mares, cangrejos, bacalao y arenques. Había patos y capones, pavos con sus plumas y cisnes en leche de almendras. Los lechones eran servidos con manzanas en su boca y tres grandes toros habían sido asados en las chimeneas del patio del castillo, ya que habían sido demasiado grandes para pasar por las puertas de la cocina. Numerosas hogazas de pan caliente llenaban las mesas de caballete del salón de Lord Nestor y enormes ruedas de queso fueron traídas de las criptas. La mantequilla estaba recién batida y había puerros y zanahorias, cebollas asadas, remolachas, nabos y chirivías.
Y lo mejor de todo, los cocineros de Lord Nestor habían preparado una espléndida sutileza, un pastel de limón con la forma de Lanza del Gigante, de doce pies de alto y un Nido de Águilas hecho de azúcar. «Por mí», pensó Alayne cuando la traían. A Robalito le gustaban también los pasteles de limón, pero solo después de que ella dijera que eran sus favoritos. La tarta había requerido cada limón del Valle, pero Petyr había prometido que mandaría traer más de Dorne. Había regalos también, espléndidos regalos. Cada competidor recibió una capa de tela de plata y un broche lapislázuli con la forma de un par de alas de halcón. A los padres y hermanos que habían venido a presenciar las justas se les entregaron finas dagas de plata. Para las madres, hermanas y damas había rollos de tela de seda y encajes de Myr.
—Lord Nestor nos recibe con su generosa mano —escuchó Alayne decir a Serd Edmund Breakstone.
—Su generosa mano y un meñique —replicó Lady Waynwood, con un gesto hacia Petyr Baelish. Breakstone no tardó en entender su significado. La verdadera fuente de generosidad no era Lord Nestor sino el Lord Protector.
Cuando el último plato había sido servido y recogido, las mesas fueron alzadas de sus sitios para dejar espacio para el baile y los músicos entraron.
—¿No hay bardos? —Preguntó Ben Coldwater.
—El pequeño señor no les soporta —respondió Ser Lymond Lynderly—. No desde Marillion.
—Ah… ése es el hombre que asesinó a Lady Lysa, ¿no?
—Su música —dijo Alayne alzando la voz— le complacía mucho y ella le mostró demasiado favor, quizá. Cuando se casó con mi padre se volvió loco y la empujó por la Puerta de la Luna. Lord Robert ha odiado a los cantantes desde entonces. Sin embargo, aún sigue gustándole la música.
—Como a mí —dijo Coldwater. Alzándose, le ofreció su mano a Alayne—. ¿Me honrarías con este baile, mi señora?
—Es muy amable —dijo mientras la conducía hacia la zona de baile. Fue su primer compañero esa tarde, pero estuvo lejos de ser último. Como Petyr había prometido, los jóvenes caballeros acudían a ella rivalizando por su favor. Tras Ben vino Andrew Tollett, el bello Ser Byron, Ser Morgath con su nariz roja, y Ser Shadrich el Ratón Loco. Tras él Ser Albar Royce, el corpulento y aburrido hermano de Myranda y heredero de Lord Nestor. Bailó con los tres Sunderland, ninguno de los cuales tenía membranas entre los dedos, aunque no pudo saber nada de si las tenían en los dedos de los pies. Uther Shett apareció para ofrecerle sus babosos cumplidos mientras le pisaba los pies, pero Ser Taegon el Medio Salvaje demostró ser el alma de la cortesía. Tras ellos, Ser Roland Waynwood la recogió y la hizo reír con sus comentarios burlándose de la otra mitad de caballeros del salón. Su tío Wallace tomó su turno también e intentó hacer lo mismo, pero no le venían las palabras. Alayne finalmente sintió lástima de él y empezó a parlotear alegremente para excusar su vergüenza. Cuando el baile acabó, se excusó y volvió a su sitio a beber un vaso de vino.
Y allí se encontraba el mismo Harry el Heredero; alto, hermoso, ceñudo:
—Lady Alayne, ¿podría ser tu compañero en este baile?
—No —dijo tras pensarlo por un momento—. No lo creo.
—Fui imperdonablemente rudo contigo en el patio. Debes perdonarme —dijo ruborizado.
—¿Debo? —Se tocó el pelo, dio un sorbo de vino y le hizo esperar—. ¿Cómo puedo perdonar a alguien que ha sido imperdonablemente rudo? ¿Me lo explicaría, mi señor?
—Por favor —Ser Harrold parecía confuso—. Un baile.
«Encántale. Embelésale. Embrújale».
—Si insistes…
Asintió, le ofreció su brazo y la llevó al piso. Mientras esperaban a que la música volviera, Alayne miró al estrado, donde Lord Robert estaba sentado, mirándoles. «Por favor —rezó— no hagas que empiece a retorcerse y temblar. No aquí. No ahora». El maestre Coleman se habría asegurado de que bebiera una fuerte dosis de leche dulce antes del festín, pero incluso así…
Entonces los músicos comenzaron a tocar y ella estaba bailando.
«Di algo —se urgió a sí misma—. Nunca harás que Ser Harry te quiera si no tienes valor para hablar con él. ¿Le debo decir lo bien que baila? No, probablemente lo haya oído una docena de veces esta noche. Además, Petyr dijo que no debía parecer ansiosa». En lugar de eso, Sansa dijo:
—He oído que vas a ser padre —no es algo que la mayoría de las chicas fueran a decir a su futuro compromiso, pero quería ver si Ser Harrold mentiría.
—Por segunda vez. Mi Alys tiene dos años.
«Su hija bastarda», pensó Alayne, pero lo que dijo fue:
—De una madre diferente, sin embargo.
—Sí. Cissy era bonita cuando retozamos, pero tras dar a luz se quedó tan gorda como una vaca, así que Lady Anya organizó que se casara con uno de sus hombres de armas. Es diferente con Azafrán.
—¿Azafrán? —Alayne intentó no reírse—. ¿De verdad?
Ser Harrold tuvo la gracia de sonrojarse.
—Su padre dice que ella es más preciada para él que el oro. Es rico, el hombre más rico de Puerto Gaviota. Una fortuna en especias.
—¿Cómo llamarás al bebé? —Preguntó—. ¿Canela, si es una chica? ¿Clavo, si es chico?
Eso casi le hizo tropezar.
—Mi señora bromea.
“Oh, no, Petyr aullará cuando le diga lo que he dicho».
—Azafrán es muy bella, ¿sabes? Alta y delgada, con grandes ojos marrones y pelo como miel.
—¿Más bella que yo? —dijo Alayne alzando su cabeza.
—Tú… —dijo ser Harrold estudiando su rostro— eres lo suficientemente bella, te lo concedo. Cuando Lady Anya me habló por primera vez del enlace, temía que te parecieras a tu padre.
—¿Con la barba de punta y todo? —Alayne rió.
—Nunca quise decir…
—Espero que justes mejor de lo que hablas.
Por un momento pareció impactado. Pero mientras la canción estaba acabando, se echó a reír.
—Nadie me dijo que eras lista.
«Tiene unos bonitos dientes —pensó—, lisos y blancos. Y cuando sonríe, tiene los más bonitos hoyuelos «. Deslizó un dedo sobre su mejilla.
—Si alguna vez nos casamos, mandarás a Azufre de vuelta con su padre. Seré todo el picante que querrás.
—Mantendré esa promesa, mi señora —dijo Ser Harrold sonriendo—. Hasta ese día, ¿podría llevar tu favor en el torneo?
—No podrás. Se lo he prometido… a otro —no sabía aún a quién, pero sabía que encontraría a alguien.
Traducido por Los Siete Reinos
Debe estar conectado para enviar un comentario.