La Compañía Libre de Braavos ha tenido acceso en exclusiva a la filtración que, hace escasos días, circula por internet sobre un correo electrónico enviado por Martin a Anne Groell, su editora. En dicho mensaje se halló un curioso testimonio de un archimaestre de la Ciudadela que presuntamente aparecerá en Vientos de Invierno; en concreto, se trata de un fragmento que contiene los secretos mejor guardados de lo verdaderamente acaecido en la Rebelión de Robert. Sin más dilación os dejamos con él.
La Rebelión
Esta es una historia de sangre y fuego. Todos conocen el final; pero pocos saben cuál fue el comienzo de una guerra tan cruel. Durante años, he contactado con varios supervivientes y he podido confeccionar un relato que, creo, será lo más fiel que me es posible.
“Año 282 después del Desembarco. Son las fiestas del solsticio de invierno en la Fortaleza Roja y la familia real se reúne, como el resto de familias de Poniente, para comer y aburrirse unos a otros. Pocos recuerdan ya qué se celebra en esas fechas: unos creen que se conmemora el nacimiento de Azor Ahai, otros creen que celebra el día que los Siete se hicieron hombres, algunos dicen que el día sagrado de los Antiguos Dioses, otros dicen que es una festividad pagana traída de Essos y que conmemora el día que el dios cabra de Qohor se hizo estofado… Los Lannister, más pragmáticos que todos ellos, sentencian que todo se resume en el oro, en ver quién tiene y exhibe una mayor riqueza.
Era el año de la Falsa Primavera. Ese año, la Fortaleza Roja acogió a unos huéspedes muy especiales: Lord Rickard Stark, guardián del Norte, y su hijo y heredero Brandon. Siempre es inusual ver un Stark tan al sur y los motivos que los habían llevado a ser invitados no eran menos extraños: la hija de Lord Stark, Lyanna, se había fugado con el príncipe Rhaegar y se hablaba de una futura boda en secreto. El rey Aerys aceptó la recomendación de su consejero eunuco de invitar a los Stark, pues estaban a punto de ingresar en la familia. Los Targaryen, como era de esperar, pensaban que toda la celebración estaba basada en una apología de la familia Targaryen y en una exaltación de su gloria; por mucho que sucesivos maestres durante sucesivas generaciones intentasen en vano explicarles que la festividad era anterior al Desembarco, los Targaryen siempre terminaban llevando la razón (un baño en fuego valyrio siempre era de lo más convincente). Los Stark, por su parte, como parientes pobres que eran, más que celebrar nada, habían viajado a la capital para llenar las decenas de carros que habían llevado con la comida y las sobras de la mesa del rey y volver a su gélido hogar desde donde podían mirar al resto de familias por encima del hombro.
Además de los Stark, estaban presentes el rey Aerys —el Rey Costra como se le llamaba entonces—, su esposa la reina, el príncipe Viserys y la princesa Elia con sus hijos. Detrás del rey, su Mano, Lord Owen Merryweather, se prodigaba en halagos y reverencias.
La cena transcurrió sin más incidentes de lo habitual: que si “este camarero es un inepto, ¡que lo quemen en fuego valyrio!”; que si “la sopa está fría, ¡que le echen fuego valyrio!”; que si “la reina tiene mala cara, que le preparen una infusión de fuego valyrio”… lo típico.
Todo habría ido en la línea del clásico encuentro familiar o típico descuartizamiento ponienti si no hubiese sido por culpa de Brandon Stark. Ante el tedio de la cena, a Brandon se le ocurrió un chiste para amenizar la velada:
—¿En qué se parecen el príncipe Rhaegar y Tarzán?
—¿En que no hay nadie más apuesto en los Siete Reinos? —inquirió lord Jon Connington, asomando la cabeza por la puerta.
—¡No!
—¿Qué es un tarzán? ¿Qué es un tarzán? —babeaba el Gran Maestre Pycelle.
—¿En que están… Hechos… De… Fuego valyrio? —se arriesgó el rey Aerys.
—¡No! —contestó Brandon, saboreando las palabras y poniéndose de pie— ¡En que ambos se agarran a la primera liana que encuentran! ¡Jajajaja!
Un silencio helador recorrió toda la fortaleza y se extendió por toda la ciudad. Un silencio que presagiaba muerte… Y sangre y fuego.
La princesa Elia lloraba desconsoladamente, lord Rickard escondía el rostro avergonzado, incluso la reina parecía haberse ruborizado… Sólo el príncipe Viserys reía como un loco. Sin embargo, el rey no estaba para bromas… Ordenó que se le colocasen a Brandon un sofisticado mecanismo llamado soga: cada vez que Brandon intentase decir en alto algo ingenioso, ser Ilyn Payne apretaría hasta la muerte.
Lord Rickard estaba indignado. Reconocía que el chiste de su hijo merecía un justo castigo, cortarle la lengua y sacarle los ojos tal vez, pero permitir que la muerte se cerniese sobre su heredero le parecía excesivo y descortés. Desenfundó su espada y retó a Aerys a un duelo de consuegros. El rey, contrariamente a lo que le indicaban sus consejeros y contra todo pronóstico, aceptó el duelo: ordenó que se dispusiese una pequeña plataforma donde luchar, luego ordenó que la rociasen de fuego valyrio, luego ordenó que le prendiesen fuego y por último ordenó que situasen a Lord Rickard en el medio… Fue la última vez que se vio a lord Rickard quejarse del rey. Una vez que se hubo apagado el fuego, el rey Aerys se situó encima del montón de polvo que antes era Lord Rickard y dejó caer su espada con desgana.
—He ganado —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Dicen algunos que, en ese momento, Brandon Stark no pudo reprimir un último comentario: “mi padre siempre fue un hombre muy ardiente”, cuentan algunos que dijo; el caso es que, como le habían advertido, Ilyn Payne apretó la soga hasta matarlo.
Algunos hombres dicen que el aleteo de un cuervo en Poniente puede provocar un terremoto en Essos; lo que nadie había advertido nunca es el gran potencial destructivo que podían tener un cuñado bocazas y un chiste malo. Brandon Stark nunca lo supo… Y por eso los Siete Reinos ardieron…
Y, ¿dónde estaban Lyanna Stark y el príncipe Rhaegar mientras todo esto sucedía? Pues con el mejor criterio habían decidido dejar de lado a sus familias e irse de luna de miel a las Islas del Verano. Una vez allí, su relación se empezó a enfriar… Rhaegar estaba cada día más raro con el tema de las profecías e incluso había dejado de hacer caso a Lyanna. Ella había aguantado que gritase “¡esta noche engendraremos al Príncipe que Fue Prometido!” cada vez que hacían el amor, pero desde que el príncipe vio que ella no se quedaba embarazada (estaba tomando el té de la luna hasta encontrar al hombre adecuado. ¿Qué se creía el príncipe dragón?) él empezó a perder el interés. El día que Rhaegar volvió borracho a su habitación y la tomó mientras le susurraba al oído “os amo, ser Arthur”, Lyanna decidió que ya había tenido bastante. Empezaron a hacer vidas separadas en bungalós vecinos en una playa de la isla.
Rhaegar recordó las palabras de su buen amigo Jon Connington («un amigo que me agarra tan afectuosamente los testículos tiene que ser un amigo de verdad», pensó el príncipe) acerca de que las palabras en valyrio carecían de género, así que él estaba llamado a ser tanto padre como madre de dragones y dar a luz al príncipe prometido. Sin éxito, intentó ser fecundado durante semanas por toda la guarnición de soldados isleños del rey de las islas, hasta que leyó otra cosa en otro libro y empezó a probar con caballos y luego con cabras.
Mientras, Lyanna conoció al que sería sin duda alguna el hombre de su vida. Era el hombre más bello y apuesto que jamás había visto y desprendía un varonil olor a cebollas. Estaba de paso en las islas, ejerciendo como contrabandista; pero cuando ambos se vieron la primera vez, supieron que estaban hechos uno para el otro y estuvieron viviendo juntos en las que serían las semanas más felices en la vida de ella.
Una noche Lyanna tuvo un sueño. Vio una rosa azul entrelazándose con una cebolla y entonces lo supo, supo que estaba embarazada. Al no encontrar a su amado en cama, corrió hasta la playa donde esperaba encontrarlo. Efectivamente, allí estaba él, mirando fijamente el mar, llorando.
—¿Qué sucede mi amor? ¿Por qué lloras? —preguntó ella.
—Son las cebollas.
—¿Has estado pelando cebollas?
—No. No se trata de eso. Me temo que tengo malas noticias. Ha estallado la guerra en Poniente; se dice que Lord Arryn se ha levantado contra el rey y que los Siete Reinos están enfrentados. Tengo que volver.
—¿Por qué? ¿Qué tiene eso que ver con vos?
—Veréis, mi padre siempre decía “la guerra es lo más horrible que hay, hijo mío. El único consuelo que un hombre puede encontrar en medio de una guerra está en las cebollas. Deberían cortarle las falanges a todo el que le impida acceder a otro hombre al suministro de cebollas durante una guerra…” Realmente, es lo único que recuerdo de él. Lo siento, Lyanna, debo volver. Creo que deberíais avisar al príncipe Rhaegar… Cuando termine su… Experimento… Con las cabras… Ya sabéis… Os prometo que volveré a por vos cuando termine esta guerra.
Esa fue la última vez que Lyanna y el contrabandista se vieron. Ella guardó en secreto su embarazo y le dijo al príncipe Rhaegar que tenían que volver a casa. Él compró una propiedad llamada Torre de la Alegría en Dorne, tierra de cabras, donde podría proseguir con sus… Experimentos. El resto, ya es historia…”
Jamás encontraréis este relato en las crónicas, pues los pocos que sabían callaron y ahora están muertos. Todos los protagonistas de esta historia están muertos… Todos, excepto uno: el contrabandista. Todos le llamaban @Davos.
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