Hoy nos hemos despertado con un hambre… ¿Será por el clima? El caso es que, debido a las horas que pasamos surcando los mares en busca del mejor contenido, hemos perdido la buena costumbre de comer como es debido, así que hemos decidido traeros un especial dedicado a la cocina en el mundo de Martin, basado en el libro Festín de Hielo y Fuego y en un blog propiedad de las autoras de este mismo libro.


Una historia de la posada. Primera parte

— Wilma Deering —>


El forastero había llegado al anochecer del día anterior, sin más compañía que un caballo castaño ni más equipaje que un par de alforjas que parecían bien provistas de… Bueno, de lo que fuera. Uno no se dedica a hacer de una posada un establecimiento rentable si va por ahí metiendo las narices de manera demasiado indiscreta en las vidas de sus clientes. Aunque, claro, también había que tener un ojo puesto sobre ellos por lo que pudiera pasar. Los caminos últimamente estaban infestados de alimañas. Uno no se podía fiar. Poniente entero parecía bullir en los últimos tiempos de estos elementos. ¿Es que se habían dejado abiertas las puertas de los putos Siete Infiernos o qué? Ya lo decía su señor padre, en gloria de los Siete esté: siete reinos, siete infiernos. Y qué casualidad que de absolutamente todos ellos tenían que pasar por allí.

Pero este era extranjero. ¡Vaya que sí! Su acento le delataba. Seguro que era un tipejo de alguna de las Ciudades Libres. Debía de estar perdiendo facultades, porque ahora mismo no sabría decir de cuál, pero ya lo averiguaría.

El resto de sus huéspedes actuales, en cambio, no parecían salirse de lo habitual. Aunque quizás sí encontraba extraño encontrar grupo tan variopinto en la posada en aquellos tiempos, la realidad es que estaba dispuesto a pasarlo por alto en favor del negocio. Desde hacía varios días que paraban un grupúsculo de norteños, bastante secos por cierto, encabezados por un gordo que desayunaba por las mañanas como si fuera a subirse al Muro de hielo ese que tienen y trasegaba vino caliente por las noches como si acabara de bajarse de él. Pero pagaban bien y al día, así que por él como si se quedaban a pasar el invierno en la posada. Que, por cierto, no sabía a qué podrían haber bajado al Sur. Parecían esperar algo. Igual sí que era al invierno…

También tenía por ahí rondando, en sus mejores habitaciones además, a un par de señoras del Dominio de mediana edad, con guardia, niñas chillonas y un par de septas paliduchas y de gesto agrio dedicadas a la imposible misión de hacer que los niños dejen de comportarse como tales y, de paso, criticar a todo el que se les cruzara en la sala común a eso de la media tarde, cuando bajaban a tomar el acompañado de algún pastelito de limón. Según había podido entender Jeyne, su mujer, la primera noche que se instalaron en la posada, iban de camino al Valle de visita a casa del pariente de no sé quién. De alguna de ellas, seguramente. Aunque le parecía también un poco extraño, tampoco les podía reprochar que intentaran buscar un sitio todavía tranquilo en el reino. Sin embargo, y a pesar de los guardias, un par de mujeres solas en los caminos…

En cambio, a quienes sí había dejado solos y, ahora que lo pensaba no sabía siquiera dónde andaban, era al par de Freys del Cruce que rondaban desde la mañana… No es que le importara demasiado, siempre tenía a uno o a otro parando por allí. Deshacerse de ellos era como intentar deshacerse de las moscas en mitad del verano. Todos con la misma cara de comadreja. Tanto daba. Con otra familia normal igual podría haber hecho negocio rentable hacía años pero la triste realidad es que parecía que cada cobre que pagaban era como si les arrancaran una muela. Por él se podían volver al Cruce a esperar a que el río se les congele.

Prácticamente tenían el mediodía encima. Jeyne se afanaba en la cocina y a esas horas acostumbraba a estar siempre de un humor de perros del infierno, por lo que era mejor dejarla sola con el resto de mozos y mozas que la ayudaban. En la sala común, las niñas todavía mordisqueaban su pan con mantequilla de calabaza, como de costumbre, mientras las septas miraban con cara de inquisidor al forastero de la noche anterior. Pobre hombre. Estaba sentado en una mesa aparte, enfrascado en lo que parecían unos libros de cuentas. Su cabeza sin embargo, no pudo dejar de notar, parecía algo inclinada hacia el grupo norteño. El gordo y compañía, junto a la chimenea, parecían de buen humor. Seguía sin haber ni rastro de los Freys. Bueno, seguro que los norteños daban cuenta de su buena ración de pollo a la miel y aceptaban como entrantes la sopa de puerros de las comadrejas.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de la puerta. Al girarse, se encontró con un tipo muy alto, envuelto en una capa parda de viaje. Tras él vio a un chaval de aspecto harapiento de unos diez años. “¡Vaya tallo!”, apenas le dio tiempo a pensar…

“¡Tú!” El alto entró como un tropel hasta el centro de la sala y se paró delante del forastero, ahora de pie.

Tras ellos, los norteños parecían también interesados en la escena y se estaban incorporando de sus asientos con mucho cuidado.

“Oh, mierrrrda…” La buena racha de la posada parecía que iba a terminar.

                                         Continuará…

 

Vaya, vaya, pues nos hemos quedado con ganas de seguir leyendo esta interesante historia. Aunque seguro que, más pronto que tarde, Wilma nos brindará alguna entrega más.

Y, sin más preámbulos, aquí tenéis las recetas de hoy a las que, como podéis ver, es sencillo seguir la pista dentro del texto (click en la imagen para la receta, click en el nombre para ir al sitio del autor). Aún así las presentamos en modo «menú»: desayuno, bocadito de media mañana, almuerzo fuerte compuesto por dos platos, merienda y, para terminar el día, un buen pastel de carne que regaremos con vino caliente especiado para calentarnos bien por dentro. Por cierto, ¿de qué carne estará hecho este? ¿Os atrevéis a probarlo, comadrejas?

Desayuno

Media mañana

Almuerzo

 

 

 

 

 

Merienda

 

 

 

 

Cena

 

 

 

 

 

 

Y bien, ¿qué os ha parecido la historia de la posada? ¿Conocíais ya algunas de estas recetas? Si es así ¿habéis probado o cocinado alguna? Y, en caso de que no, ¿os atreveréis a poneros el delantal y emular a Jeyne, la cocinera de nuestra posada? De entre todas, ¿cuál es la que más os llama la atención o provoca que vuestras glándulas salivales no puedan parar?

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